11 noviembre 2015

El libro del extraño adiós: Capítulo IX

El padre prosiguió con el relato sin que esta vez el muchacho le acuciara:
-Enseguida se supo en Titencia y en toda la comarca que al tío Carrasco lo buscaba la justicia. Los guardias indagaron entre los clientes de la venta y éstos propalaron de inmediato la noticia.
En aquellos pueblos hubo una conmoción. Todos los que, como amigos, habían salido en su búsqueda unas semanas antes, abjuraban ahora de esa amistad y algunos hasta negaban conocerle. Quienes sabían de sus hechos, como curiel y visionario, se habían guardado hasta entonces de murmurar a las claras, pero, a partir de aquel momento, se sintieron liberados de todo compromiso y soltaron pública y repentinamente las lenguas. Aquello de “A moro muerto, gran lanzada” se cumplió. Y las bocas, tenaces y eficientes demoledoras, comenzaron a ejercer todas las artes erosivas del chichisveo, para las que hombres y mujeres gozamos de gran disposición. La murmuración, el libelo, la calumnia y cualquiera otra prima o hermana de la mentira y todo tipo de invenciones, rencores y malmetimientos salieron a relucir.
Y, de este modo, proliferaron historias un algo exageradas sobre lo que hubo y del todo inventadas sobre lo que no hubo. El equilibrio, entre el respeto público y la prevención privada que guardaban al curiel, se rompió. Y Breixo, de ser un sanador más, pasó repentinamente a ser un bandolero, un nigromante, un brujo, un alquimista, un hechicero, un masón, un sacamantecas, un quiromante, un lobero, un aojador, un amigo de los aquelarres, un adorador, en definitiva, del mismísimo diablo. Y todos profundizaron en la tarea de encontrarle aficiones aún, si cabe, más misteriosas y graves.
De ahí venía su inmutable apariencia, fallaron los lugareños como inapelables jueces, de ahí dimanaba su inalterable resistencia al paso del tiempo.
Y mientras los paisanos hablaban así, muchas madres ponían a los niños la higa para preservarles del mal de ojo y durante mucho tiempo todos evitaron acercarse por el monte y, menos, internarse en él.
El rechazo enseguida alcanzó a Rafafá y a su esposa la Pagana. Muchos les volvieron la cara, en especial a él, convertido de repente en el hijo del monstruo. Y por la venta dejaron de pasar bastantes de los habituales y, no fue eso lo peor, sino que un día en la fachada principal aparecieron pintadas con sangre de vaca estas palabras:
“El bandido Breixo en ventero se mudó
que venteros y bandidos son la misma profesión
tras hechizar a la Ludi por disimular casó.
Como en la tierra sobraban, Satanás se los llevó”
Y Rafafá sintió en su interior la primera de las heridas que en lo sucesivo iba a recibir. Pero la recibió con más pena que ira porque, al contrario que a casi todos los mortales, la Naturaleza no le había concedido el mal don de tener un carácter vengativo.


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