Como el padre volviera a
detenerse en su narración con el gesto algo descompuesto, el muchacho espero un
momento hasta que, motu proprio, continuó el relato:
-Fue al día
siguiente cuando la Guardia Civil apareció en la venta indagando sobre el
caballero pues, al parecer, habían encontrado al amanecer su caballo
deambulando por la cuneta del camino real y, cerca de él, al jinete sin vida,
ya tieso por el rigor de la muerte, y con el cuello partido.
Cuando llegó
la pareja de guardias a caballo era casi mediodía y los que pernoctaron en la
Venta del Carrasco habían partido. Así que pidieron al tío Carrasco y a su hijo
Rafafá que les acompañaran a Titencia para identificar el cadáver hallado.
Llegaron al
cuartel los cuatro jinetes. El ventero y su hijo identificaron sin dudar el
cuerpo del caballero que la víspera salió despavorido de la venta y, mientras
Breixo asentía con su silencio, Rafafá narró lo apresurado y brusco de su
marcha. Pero ni los guardias sabían la identidad del finado ni ellos pudieron
proporcionarles datos sobre ella.
Estaban a
punto de dejar el cuartel, cuando Rafafá dijo:
-Señor cabo,
el caballero marchó dejando un pequeño maletín y su gabán en la venta. Acabo de
reparar en ello.
Breixo miró a
su hijo fríamente pero nada añadió. Y los guardias volvieron con ellos a la
venta para recoger las pertenencias del muerto.
El cabo, ante
el ventero y su hijo, abrió el pequeño maletín de viaje y, aparte de unas mudas
y algún objeto de aseo personal, encontró un revólver cargado y una cédula certificada
por la Diputación de Orense en la que se decía que su portador era don Diosdado
Pexegueiro Teimoy y que su profesión era la de funcionario público. Por la
categoría de la cédula dedujo el cabo que su portador era persona de alta renta
y que sería necesario dar parte de los hechos a la Comandancia. Pero esto último
no lo dijo, sólo lo pensó, por lo que el abuelo Rafafá sólo llegó a saberlo
tiempo después.
Marcharon los
guardias con la valija y el gabán de don Diosdado. Y Rafafá, que se tenía por
hombre de bien, quedó contento de haber colaborado con la justicia y, más aún,
de no tener en su casa el maletín con el arma. Y así se lo dijo a su padre:
-Menos mal que
se han llevado las pertenencias de ese hombre. Lo digo sobre todo por el arma y
porque además era funcionario –le dijo aliviado a su padre.
-A veces los
nombres de las personas son más peligrosos que las armas y, algunas profesiones,
peores que la lepra –contestó Breixo.
-¡Qué cosas
tiene, padre, ningún nombre puede descerrajarte un tiro en el pecho!, y, ¡golosa
idea tiene usted de los funcionarios!
-Claro, hijo, no
sé cómo he dicho eso –dijo Breixo mirando a su hijo con mezcla de tristeza e
indulgencia.
Anduvo Breixo
Rafá muy ocupado ese día y los siguientes que eran los últimos de octubre.
Organizó todas las dependencias y los aperos que en la venta había. Hizo
cuentas y reunió los dineros que tenía. Clasificó y ordenó, dio vuelta a las
colmenas y de todo le puso al tanto a Rafafá. Éste se sorprendió del afán
repentino de su padre por tenerlo todo tan organizado y, sobre todo, por la
rendición de cuentas que le hizo, tal y como
si estuvieran ante un notario haciendo nómina y memoria de una venta. Pero,
como estaba acostumbrado a las cavilaciones y minuciosidades de Breixo, no le
dio importancia a aquella especie de repentino arqueo.
Fe la Pagana y
Rafafá fueron a Titencia aquel día para hacerse con provisiones y, de paso,
saludar al tío Pichasanta y a la madre de Fe. Pero regresaron pronto porque
aquella noche era la de las Ánimas y a nadie le gustaba que la oscuridad le
pillase en campo abierto.
Cuando
llegaron a la venta, la última luz del día se desvanecía por el oeste, pero ya
no encontraron en ella a Ludi y a Breixo. El olor de ella aún se sentía en la
cocina y el de él no se había esfumado del mostrador de la gran sala. Tampoco
había cliente alguno, pero eso no les extrañó por razón de la fecha. Sobre la
mesa principal, la más grande, la que estaba frente al hogar encendido,
encontraron el libro inglés abierto por la contraportada.
Rafafá y Fe la
Pagana pasaron la noche en vela, incrédulos ante el hecho, esperando en vano
que Breixo y Ludi aparecieran y deseando que todo aquello sólo fuera una broma
y los dos emergieran de la noche negra. Y aunque releyeron muchas veces lo
escrito, ninguno de los dos entendía aquel suceso y, mucho menos, podían
columbrar sus causas.
Los dos
quedaron confinados en un mutuo silencio. Incapaces de creer lo ocurrido. No
lloraron de pena pero, en su lugar, un sentimiento de pavor y orfandad se
apoderó de ambos. Y, si se puede llamar compañía a los sonidos, sólo sintieron
la cercana del aullido del viento sobre la chimenea y, a lo lejos, en lo
profundo del monte, la del inusual e intenso ulular de los lobos.
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