25 abril 2009

Mi paisano


Parecía que no iba a llegar el momento. Esta mañana Isidro, como tantas otras, iba en su bici de carretera. Me vio a cincuenta metros mientras pedaleaba. Se orilló, frenó y, con una sonrisa de esas que, con algo de esfuerzo, les salen del alma a los hombres entecos, me tendió la mano afablemente. Encantado por saludarle, hice lo mismo. ¡Coño, Isidro!, pensé. Un hombre con alergia a la grasa y devoción al deporte. Su escueta figura lo demuestra. ¿Qué quieres? Sí, me dio la puta envidia.
- Pero, Isidro, si eres un mito, ¿Qué haces saludando tan atento a este pisaverde? (pensé para mí, aunque le tendí la mano en silencio sabiéndome descubierto)
Pero él, parando la bici a mi lado, me dijo:
- Soros, qué ganas tenía de saludarte. El otro día te vi pero no sé por qué no pude pararme. ¿Me notarías la cara rara que se me puso?
- Pero, hombre, si venías por el otro lado, con tráfico, qué más daba…
- No, qué yo te quería saludar, joder.
- Bueno, veo que, al final, me has localizado.
- Es que me gustan las historias que cuentas de nuestra tierra.
- Ya sabes, a medida que me hago viejo, me va dando por escribir.
- ¡Buah! – soltó Isidro, como diciendo: Ni puto caso.
Que alguien como él me dijera eso me dejó parado. Si alguien conoce estas tierras, de veras, es él. Isidro tiene un mapa vivo grabado en la memoria con las alcarrias, las vegas y la sierra. Es un mapa artesano y personal hecho más bien a pie que a mano, con paciencia infinita y tomándose todo el tiempo necesario en el terreno. Por las lindes y las trochas, por los cotos y aquellos terrenos libres de hace mil años, por las laderas y los baldíos y los rastrojos y los eriales y los barrancos y las solanas y las umbrías… y yo qué sé cuántas más palabras puede haber para describir los terrenos naturales y todos los que a peón puedan zurcirse y trasponerse.
- Nunca me imaginé que, alguna vez, estuviera deseando llegar a casa para ponerme a escribir frente al ordenador– me sorprendió diciendo.
- Yo tampoco imaginé nunca que un tipo como tú pudiera parar su bici sólo para saludarme. (Esto no se lo dije pero lo pensé, como casi todo en este diálogo)
Y cuando nos despedimos, en medio de mi estúpido mutismo y de su afectividad sincera y espontánea, cuando yo ya estaba a cierta distancia, Isidro dijo:
- Y que los dos nos conocemos de toda la vida.
- Y que los dos somos amigos del Vicente.
Y ahí paró la conversación. Digo yo que porque, tal vez, coincidimos en un amigo común y verdadero. Porque Isidro estuvo atento pero yo, por mi parte, más insulso no pude estar. Sin embargo, por sus merecimientos y la sinceridad de sus escritos, lo que me hubiera pedido el cuerpo hubiera sido darle un abrazo al paisano Isidro. Porque de los hombres honrados en sus memorias uno, sin duda, es él. Pero, qué quieren, uno es más tímido que listo y más cortado que sincero y así me quedé debiéndole un abrazo a quien, hablando de recuerdos cercanos, más lo mereciera. Los de por aquí, que es que somos así. Estadizos, parados y un poco ásperos, pero que de sentir, sentimos. Se lo juro.
- Un abrazo, Isidro.

6 comentarios:

Insumisa dijo...

Y cuando menos lo esperamos, cansados, hartos de ahorrar nuestras muestras de afecto por los demás. Acumulamos buenas intenciones, que llevamos cargando al cementerio.
;-)
Me puse melodramática, no te fijes mucho. Acabo de despertar de una siesta de 2 horas. Una semana agotadora.
Abraza a Isidro cuando lo vuelvas a ver. Cruza la calle hacia él.
Déjate llevar por tus impulsos de cuando en cuando, hombre, no te va a hacer daño.

Soros dijo...

Isidro sabe bien que mi aprecio es sincero.

Anónimo dijo...

Pues cuando tengas que darle un abrazo o un beso a alguien, por más que te cortes, dáselo. Normalmente, cuando nos lamentamos por no haberlo dado, es que es ya demasiado tarde, y no veas cómo duele.

Muy buenas palabras en el texto, por cierto.
Ángeles.

Soros dijo...

Gracias por el consejo.

Isidro dijo...

Mil gracias de nuevo SOROS por estas letras que me vuelves a dedicar, que expresan un afecto inestimable y que de ninguna manera puede venir de un pisaverdes.
¡AH! Que sepas que tu mutismo es culpa mía, que no te dejé hablar por las ganas que tenía de saludarte. Sin embargo, tú no necesitas hablar porque lo hacen tus letras sin timidez, con inteligencia y sinceridad.

Te mando mí abrazo y el tuyo queda recibido.

Soros dijo...

Gracias, Isidro. Seguro que algún día coincidimos sin prisa y charlamos un rato.