“Fluctuat
nec mergitur” (La que flota sin hundirse)
Cuando el
viejo se cansó del canturreo, miró a lo lejos y caminó absorto, deleitándose en
la tarde y en el ritmo regular de sus pasos, pero, cansado del silencio del
Renuncia, dijo:
- Amigo
Serafín, ¿no notas que, caminando hacia el horizonte, todo problema se diluye y
que vuelven lentamente las mentes al estado natural que ansían?
- No sólo eso,
don Macario, con ser una bonita y certera observación. Sino que también me
maravillo de que, desde que iniciamos nuestro viaje, me llame usted amigo de
ese modo tan espontáneo que yo agradezco –contestó el Renuncia, dando un giro a
la conversación que MP no esperaba.
- Razón
llevas, Serafín. Pues, en puridad, debiera llamarte compañero, porque la
palabra amigo, usada con fundamento, sólo debiera aplicarse a quien lo es. Y,
para usarla del modo que yo digo, se necesita vivir años, engaños y desengaños,
fortuna e infortunio, gracias y desgracias, junto o cerca de la persona a la
que tal nombre se da. Pero, cuando te llamo amigo, más que porque lo seas, es
porque albergo la esperanza de que llegues a serlo y, esa confianza, es el
primer regalo que los amigos deben hacerse. Pero, si esta primera semilla
fructifica y prospera, sólo el tiempo lo dirá.
El Renuncia
calló durante unos minutos, preguntándose si el viejo le ofrecía su amistad
desinteresadamente o le demandaba una tarea, porque con don Macario no siempre
era sencillo tener las cosas claras. Así que, de modo acorde con su vocación,
renunció a pedirle aclaraciones, y luego de un rato dijo:
- Hace años,
llegué a creer que vivía rodeado de amigos. Pero, cuando hoy lo pienso, sé que
me engañaba, porque ninguno de aquéllos me quedó al cambiar de costumbres, vida
y condición.
- Las
personas, Serafín, tenemos por naturaleza la inconstancia, el interés, la
ingratitud y el olvido. Y sólo el amigo verdadero, ante todas esas circunstancias,
nunca te volverá la cara. Al amigo se le conoce más en las adversidades que en
las alegrías y, sobre todo, más en la pobreza que en la prosperidad. Así que no
ha de tenerse necesariamente por amigo al rico, ni al poderoso, pero sí al
bueno, aunque carezca de fortuna y poder. Y eso que muchos sostienen que los
hombres, a la larga, salimos todos malos y que, si alguno sale bueno, es por
necesidad –gruñó MP la última frase.
- Y, con esos
criterios que rozan el recelo, ¿ha tenido usted muchos amigos, don Macario?
- Por lo que
has dicho, creo que más que tú con tu desprendida candidez. Pero, si me
preguntas por la cifra, te diré que, si digo dos, puede que me quede corto;
pero, si digo tres, puede que exagere.
- Me cuesta
creerle, don Macario. ¿Ni siquiera está usted seguro de si tiene dos o tiene
tres amigos?
- Mira,
Serafín. Una de las características de un amigo es la disponibilidad. Por
ejemplo, ¿cuántos buenos amigos tuvimos en la infancia? Sin duda varios. Pero,
¿adónde les llevó la vida en pocos años? Todos se diseminaron, a algunos no has
vuelto a verles y a otros no les verás jamás y, si con alguno topas casualmente,
intercambiarás con él un amable saludo o, como mucho, una corta conversación
evocadora. Pero, ¿sabes quién es ahora?, ¿sabe él quién eres tú? La falta de
disponibilidad os ha sumido en la ignorancia mutua y, aunque un día lo fueseis,
ya no sois amigos. Y piensa, Serafín, que, al igual que la infancia es un lugar
pasajero en el tiempo, ocurre cosa parecida con otras muchas amistades,
estrechas un día, pero luego desaparecidas por falta de continuidad y por
alejamiento. Recuerda el servicio militar, los trabajos por los que hayas
pasado, las épocas de estudio…
- Sí, don
Macario, pero muchas veces se hacen reuniones de compañeros de colegio, de gente
que sirvió en el mismo batallón, de personas de la misma promoción…
- Desengáñate,
Serafín. Todo eso son románticas evocaciones a las que las personas somos muy
proclives. Pero, después de varias décadas, quién será como fue, quién, de
veras, reconocerá a los demás y quién, sobre todo, podrá ser reconocido tal
como era.
- Pero, a lo
largo de la vida, también habrá tenido personas disponibles a su lado, supongo
que durante la mayor parte de ella.
- Llevas
razón, Serafín. Pero muchas veces las personas que se tienen por amigos no lo
son y, estando disponibles, notas que, logrado algún interés, se alejan de ti o
temen que compitas con ellos y, a veces, hasta por dar alegremente tus
opiniones o consejos puedes percibir su alejamiento, su decepción.
- ¿Qué extraño
me parece eso último que ha dicho? ¿Por una opinión, por un consejo, puede
perderse un amigo?
- Las
personas, Serafín, por simple egolatría nos complacemos mucho en lo que nos es
propio, pocas veces con fundamento y muchas por orgullo o vanidad. Así
prosperan los aduladores, que sólo vienen a decirnos lo que saben que queremos
oír. Y si haces que tus opiniones y consejos sean siempre halagüeños y
coincidan con la idea de quien te escucha, no correrás ningún riesgo al darlos,
excepto que des con alguien prudente que se percate de tu zalamería y comprenda
que no eres de fiar. Pero esto último es poco probable, porque la modestia, la
humildad y el talento son islotes perdidos en el océano de la vanidad y la
soberbia.
- Entonces,
¿usted no es partidario de la sinceridad en las relaciones con los demás?
- Con respecto
a opiniones y consejos, los años me han hecho entender que sólo deben darse a
quien los pida y, aún así, siempre será comprometido el pronunciarse. Pero a un
amigo, pese al riesgo, le seré siempre franco.
- Lo veo
natural y no entiendo tantas prevenciones por su parte.
- Mira,
Serafín, la realidad que los demás perciben raramente suele coincidir con la
imagen propia que cada uno nos fraguamos de las cosas. Así, puede darse el caso
de que, la opinión o el consejo que nos den, nos sorprenda, y creamos que quien
nos lo da no nos comprende o no ha entendido nuestro problema o, lo que es
peor, que quiera imponernos su criterio o torcer nuestra voluntad.
- Entonces,
¿usted no es partidario de dar consejos?
- Las personas
mayores tenemos motivos, cuanto más años tengamos y mejor conservemos la
cabeza, para poder aconsejar, porque la vida siempre enseña más a la larga que
en el momento. Dar consejo a quien lo pide es prevenirlo, pedirle cautela,
sugerirle prudencia pero, en ningún caso, el consejo obliga a quien lo escucha,
ni suprime su criterio, porque la audacia y el atrevimiento, virtudes tan
útiles en el momento oportuno como inadecuadas en todos los demás, también
forman parte de la fortuna y de la existencia. El riesgo, es que tus palabras
no sean bien recibidas, ni bien interpretadas y tu amigo se sienta
decepcionado.
- Pero,
perdone don Macario. Recuerdo una frase del florilegio latino, una de las
preferidas del cura que nos daba clase, que decía así: “Amicus is tamquam alter
idem”, o sea, nos decía el cura: “Un amigo es lo mismo que otro yo”. Y, si esto
es así, ¿cómo se puede esperar decepción alguna por parte de un amigo?
- Yo no me
atrevería a decir tanto, por mucho que la frase le gustara al curita. A veces,
y hasta sin proponérnoslo, decepcionamos a las personas. Es inevitable. Así que
esa definición tan pomposa no la creo, pues me parece excesiva y ya me conformaría
yo con algo menos altisonante pero más real. Y, puestos a decir latinajos, te
diré uno de los pocos que me sé: “Quidquid latine dictum sit, altum videtur” –
y MP dijo esta última frase con los dientes apretados, algo molesto y casi en
plan terminante.
- Y, ¿qué significa?
– preguntó el Renuncia, que había captado los repentinos malos humos del viejo.
- Que
cualquier cosa que se diga en latín, suena más profunda –zanjó MP.
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