Apenas sirvió
la cena, Fortunato les dejó. El de la fonda sabía que una de las mercedes, que
más agradecía un caminante, era que se le dejara en paz mientras comía.
Después, y no antes ni durante, habría tiempo para la cháchara.
Cuando
terminaron con la cuña de flan que les sirvió de postre, hizo el fondista el
primer comentario.
-Igual van
ustedes al Muedo, por asunto religioso.
-Pues no. Ni
noticia tenemos de tal sitio. Nosotros, sabe usted, vamos de viaje así, sin más
–dijo MP en tono comedido, agradecido como estaba por todo, y disimulando, no
muy bien, la molesta desazón que la curiosidad ajena y reiterada solía
provocarle.
Mas, el patrón
de la fonda, pareció ignorar su tono concluyente y, decidido a pegar la hebra,
prosiguió:
-Antaño venía
mucho personal al Muedo, pero ya no viene casi nadie. Dicen que ahora la gente
va más al Rocío, por la cosa del ambiente, el postín y la jarana, y, sobre
todo, al Camino de Santiago, que tiene fama de ser un camino cuidado y
atendido, donde dan, según cuentan, hasta alojamiento gratuito. Así que
perdonen pero, al verles con los macutos y trazas de peregrinos, me he dicho:
éstos al Muedo van.
-Ya, pero
nosotros no somos de ésos, no somos peregrinos. Ya le digo que viajamos porque
sí, sin ningún estímulo espiritual ni material que nos guíe, como no sea, claro
está, el de mirar este otro mundo que aún existe fuera de las ciudades y del
que disfrutan algunos pocos afortunados como usted –contestó muy finamente don
Macario.
Inclinado al
palique, como suelen los de su profesión, contestó el tabernero:
-De afortunado
puede que sólo me quede el nombre. Pues los años nos van mermando en todo a
hombres y mujeres y llega un momento en el que solamente encontramos algo de
dicha en los recuerdos y así, la mayoría, nos convertimos en evocadores del
pasado. En cuanto a ese mundo ideal que usted percibe, yo nunca lo he visto.
Pero, si es eso lo que desean conocer, corren el riesgo de encontrar sólo el
escenario, porque, quedar, quedamos pocos y, más que disfrutar de esta vida, la
padecemos y la sobrellevamos peor que mejor. Porque aunque esto sea bonito, las
personas ansiamos compañía y, sin ésta, lo bonito se hace monótono, deja de
percibirse por cotidiano y termina por no apreciarse. Lo nuevo para ustedes, es
lo acostumbrado para los pocos que quedamos por aquí, y, a eso, poco valor se
le da. Mi mujer y yo aguantamos porque estamos a punto de jubilarnos y, a
nuestros años, adónde íbamos a ir. Por eso me ha hecho ilusión su aparición,
porque me han parecido dos peregrinos de los que antes pasaban. Como si fueran
ustedes reliquia de otros tiempos.
-Y caminando
venimos, pero sólo eso somos: caminantes. Porque aunque todo peregrino sea
caminante, no todo caminante es peregrino, ni romero, ni devoto, ni cosa parecida, como ya le he dicho. Y,
aunque hay peregrinos que se sienten denigrados si alguien les llama caminantes,
también hay caminantes a los que les molesta que les confundan con peregrinos
–contestó MP, esforzándose por
puntualizar y templar su paciencia.
-Pues sepa
usted que, a lo largo de mi vida, y bajo la denominación de caminantes, que a
todos abarca, he visto venir al Muedo peregrinos veteranos de otros muchos
trayectos, e incluso romeros, que propiamente eran los que regresaban de Roma,
y hasta algunos palmeros, como se les llama, aunque casi nadie use ya ese
término, a los peregrinos que volvían de Tierra Santa -continuó impertérrito el
locuaz ventero.
-A lo de
romeros le veo la relación, pero eso de palmeros a qué viene –dijo MP picado
repentinamente por la curiosidad.
-A que,
antiguamente, los peregrinos que regresaban de Tierra Santa traían en recuerdo
una palma, lo mismo que los de Santiago traían, por el mismo motivo, una
concha. Y de ahí, lo de palmeros.
-Y, ¿cómo era
posible que tan grandes caminantes vinieran a este lugar tan desconocido y
apartado tras haber recorrido tan famosos y antiguos caminos?
-Pues lo era.
Y le diré el porqué. Mire, hay muchas personas que miran con extrañeza y
curiosidad a los peregrinos y, aunque alguna vez piensen en imitarles, les
produce recelo la idea y el miedo les impide echarse a las andanzas. Sin
embargo, a quienes se desprenden del recelo y se arriesgan a vivir la
experiencia, suele maravillarles. Porque muchos, creyendo saber adónde van y lo
que buscan, topan en los caminos con lo que no buscaban ni esperaban y
descubren, para su sorpresa, que los itinerarios en sí son fuente de gozosos
avatares, que sólo en tales recorridos se vislumbran. Y llega un momento en el
que temen que el camino acabe, con más desasosiego del que sintieron antes de
iniciarlo. Y, según mi criterio, se vuelven dependientes de los peregrinajes y
tras uno, inician otro y luego otro, y terminan por huir continuamente del
tedio de sus vidas y del monótono pasar del tiempo en sus hogares.
MP y Serafín
se miraron como dos compinches descubiertos y, ni al uno ni al otro, se les
ocurrió cosa que añadir.
El vino que
les sirvió, de una jarra que luego dejó sobre la mesa, era espeso, negro y
brillante y, lo poco que se derramó, escurriendo hasta el culo de los vasos,
dejó en el hule unos cercos morados y densos. Tenía un sabor untuoso, y un
paladar áspero y agraz pero, al momento, ponía calor en el estómago. Tras
escuchar al tabernero, terminaron el vino que quedaba y quedaron en suspenso.
-Y, ¿dónde cae
el Muedo? –rompió al rato Serafín, estimulado por el caldo e intrigado por las
juiciosas palabras del viejo cantinero.
-No está
lejos. Tienen que seguir dirección a Tarudo y, luego, desviarse a la izquierda
cuando lleguen a la cresta de la sierra. Aunque el santuario esté cerrado, el
paraje les gustará y sólo tienen que desviarse dos kilómetros. Hay un pequeño
habitáculo con cocina, que antes solían dejar abierto para los caminantes. Qué
sé yo si lo estará ahora –y añadió el tabernero- Esta noche, si quieren, pueden
dormir aquí. Tengo una habitación con dos camas muy arreglada de precio.
Aceptaron
inmediatamente el ofrecimiento del providencial posadero.
Como se
prolongó la sobremesa, conocieron a María Luisa, la mujer de Fortunato.
Hablaron del santuario, de las cosas de antes y de cómo las antiguas devociones
se habían transformado en turismo y en lo que algunos llamaban la cosa
cultural. También de que el Camino de Santiago se había convertido en una
multinacional del pedestrismo, por la procedencia de los peregrinos. Y
concluyeron en que, como todos los negocios grandes, había hecho polvo a los
pequeños. Y también en que había eclipsado aquellos servicios que se mantenían
desde antaño, atendiendo a los visitantes de cultos locales y poco conocidos
porque, éstos, sin posibilidad de competir, estaban desapareciendo.
-Y es que el
mundo se empeña, cada día más, en hacer todo a lo grande sin reparar, casi
nunca, en los innumerables daños que esto conlleva –dijo MP.
-Y sin reparar
tampoco en la desaparición de la variedad, porque, sin ella, todo se hace
homogéneo y, eso, lejos de promocionar la cultura, como se proclama, acaba
solapadamente con ella –puntualizó Fortunato, en el mismo tono cultivado que
MP.
Ambos
caminantes asintieron nuevamente a las sagaces palabras del ventero. Y, como
quiera que éste les había invitado a café y a una copa de Soberano, MP, animado
por el tenue vaporcillo del brandy, a punto estuvo de iniciar una de aquellas
apocalípticas intervenciones, abominando de la vida anodina que a la Humanidad
se le estaba viniendo encima así, sin comerlo ni beberlo y a la chita callando,
pero Serafín, apenas le vio las intenciones, le hizo comprender con la mirada
lo improcedente de aquella previsible alocución. No estaba bien que sembraran
la semilla de la desesperanza y el resentimiento, con palabras de inconformista
violencia hacia lo nuevo, en aquel tranquilo recinto donde con paz y calidez
habían sido recibidos.
Se fueron a
dormir conscientes de que el tabernero, no sólo conocía bien las necesidades
primeras de los caminantes, sino que intuía también las razones últimas que les
ponían en marcha. Y como la comprensión también es un refugio, MP y el
Renuncia, encontraron un poco más del que esperaban en aquella fonda del camino
viejo del Muedo.
Y es que, el
que no es tonto, aprende en todas partes.
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