Al llegar al coche, tras unas
horas de caminata por las foscas de barrancas y pinares, me estaba esperando la
Guardia Civil. Estaban junto al coche que había dejado al amanecer en el culo
del mundo. Nada más verles, saqué la munición de los dos cañones de la sobada escopeta
y, seguidamente, desmonté ésta. Entonces me acerqué al automóvil de los
guardias y uno de ellos se bajó.
-
Buenos días.
-
Buenos días.
-
¿Al rececho del corzo?
-
Sí. Al rececho.
-
Por favor, carnet de identidad.
Y les mostré el carnet. Luego,
las peticiones siguieron con monotonía burocrática: Licencia de armas, guía de
la escopeta, seguro de caza, licencia de Castilla-La Mancha, tarjeta del coto,
permiso para el corzo, autorización del titular del coto, precinto para la
pieza abatida. Para satisfacción de los guardias y, sobre todo, mía, todo
estaba correcto.
-
Ha de mostrarnos la munición que lleva. Ya sabe que a
la caza mayor sólo está permitido dispararle con bala.
-
Comprueben que sólo llevo balas –dije mostrando el
chaleco.
Así lo hizo el guardia y luego
dijo:
-
Hemos de ver el macuto por si lleva piezas no
permitidas.
-
Sólo llevo en él unos prismáticos, pero aquí lo tienen.
Compruébenlo.
Tras de hacer las comprobaciones,
me indicaron amablemente que había de abrirles el coche por si en él llevaba
alguna pieza cobrada con anterioridad o prohibida.
Abrí el coche y ellos comprobaron
que nada de lo dicho había dentro.
Después de todo ello, el guardia
me saludó y amablemente dijo:
-
Muchas gracias.
-
Que tengan buen servicio –respondí yo en idéntico tono.
Mientras el coche de los guardias
civiles se alejaba me quedé pensativo. Para salir al campo en busca de un
animal salvaje, me paré a contar todos los requisitos. Si no me equivoco,
fueron doce. Repasé los papeles y los ordené. Volví a guardarlos cuidadosamente
en la vieja carterilla y los puse de nuevo en el bolsillo del chaleco.
Según arrancaba el coche, no
llegaba a entender cómo era posible, con tanto control para lo nimio, que
escaparan de balde tantos defraudadores, explotadores, corruptos y granujas, a
gran escala, como pululan por el país. No era posible. No podía ser. Algo
fallaba. Sin duda algún matiz se le escurría por sus añejas grietas a mi pobre
y caduca inteligencia.
2 comentarios:
Eras UNO. Solo uno. Con uno solo sí se meten. No te acompañaba ni respaldaba ningún cartel. He ahí... creo yo.
Besines
¡Qué torpe soy, Insumisa! ¡Qué inocente! Mira que haber olvidado que Dios sólo ayuda a los buenos, y no siempre, cuando son más que los malos.
Sólo me consuela que un poco de ironía también ayuda a vivir. De ilusiones, claro.
Apapachos, avispada señora.
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