¿Qué llevó a aquellos jóvenes
frailes a tales parajes? La voluntad ajena, desconocida en este caso y también
casi siempre, que, cuando coincide con la propia, nos hace creer ingenuamente a
los mortales que fuimos libres al elegir nuestro camino.
El padre Doria no había pensado en
un principio en ellos. El Padre General, inicialmente, buscaba a alguien más
experimentado y curtido en la Descalcez pero, cuando creía tener determinada a
tal persona, le acometió la duda. Por tanto, guardó para sí sus primeros
pensamientos y se centró su mente en la fuerza irresistible del carisma, ese
regalo del Santo Espíritu que él tan bien conocía. Ponderó cuidadosamente el
asunto: hombres experimentados, hábiles dialécticos y negociadores, se requerían
para hacer triunfar una reforma, mas, hombres carismáticos y decididos, eran
imprescindibles para abrir, con la resolución necesaria, los nuevos caminos que
siempre requería una fundación. La fuerza de estos hombres jóvenes abriría
esa ruta inédita en el Desierto de Bolarque y, una vez labradas las nuevas
sendas, su carisma haría que los demás les siguieran, guiados por el suave
dogal de la admiración, capaz de tornar en dulce el áspero sabor de la santa obediencia.
Iluminado por la tenue lamparita
del Espíritu Santo, iniciadora de portentosos incendios, o, tal vez, aconsejado
por la vasta experiencia del banquero y hombre de negocios que fue, antes de
profesar de fraile, Doria se afianzó en su idea. Se dijo que, para obras nuevas,
valdría más el empeño inocente y la ilusión a estrenar de la juventud, que el
resabiado escepticismo hacia todo que, inexorablemente, la madurez y los
desengaños propician. Y así, el Padre General, aceptó el ofrecimiento
espontáneo del padre Alonso, de 27 años, y de su primo el padre José pero,
conocedor de las necesidades materiales que se presentarían, y que la juventud
de éstos no podía prever, dispuso que también fuera con ellos un tercer
religioso, un experto en fábricas, construcciones y otras artes necesarias, un
lego: el hermano Alonsillo. Que los barcos pueden surcar, llevados por el sutil
viento y las firmes voluntades, los mares procelosos e inconmensurables, pero
es menester imprescindible que primeramente los haga un carpintero.
Los tres visitaron enseguida, por
encargo del Padre General, a la señora Marquesa de Mondéjar. Porque, quien no tiene, ha de buscar siempre el ganarse
la voluntad de los que tienen y, aunque a los tres sobraba ímpetu y empuje, habían
de encontrar, al igual que lo requieren las palancas, un fulcro material en el
que apoyarse, para que el esfuerzo, a que estaban tan voluntariosamente
dispuestos, tuviera posibilidad de transformarse en rendimiento neto y
comprobable, para admiración de los mortales y mayor gloria de Dios y de su
Iglesia. Por eso, el padre Doria, experto grande en las industrias de la vida,
les indicó, como buen general, el lugar estratégico donde pudieran
encontrarlas.
Grande impresión debieron de causar
los tres Descalzos a la marquesa, pues de inmediato se avino a sus deseos, es
más, pensando que habían escogido aquel lugar inhóspito y tan a trasmano por no
tener otro más adecuado, les ofreció una propiedad suya cerca de Anguix y bien
comunicada con Mondéjar. Sin embargo, apenas pronunciada su oferta, sintió la
señora cómo aquellos frailes se azoraban, no encontrando la mejor manera de
rechazar cortésmente su ofrecimiento. Pues, las almas generosas, en su deseo de
dar, siguen a veces su criterio, y, por dar más y mejor, no dan lo que se les
solicita y turban, sin quererlo, la voluntad y el ánimo de los que saben lo que
quieren. Que lo enemigo de lo bueno es lo mejor, como siempre se dijo. Por eso,
cuando los frailes le expusieron humildemente su deseo de aislamiento, cejó la
dama en su empeño, sin comprender muy bien a qué venían aquellas ansias de
soledad y de arisca selva en que los religiosos estaban empeñados. Empero,
resignada a regañadientes a no pedir más explicaciones, les surtió de madera y
herramientas e, incluso, de algunos ornamentos e imágenes. Mas, al partir los
frailes, se sintió contrariada y quedose pensando que, si no hubiera sido por
su amistad con el padre Doria y, por supuesto, su fe ciega en los insondables
designios del Señor, no hubiera ella permitido el retiro de tan apuestos y
jóvenes frailes a las fragosidad de los yermos salvajes del Tajo. De ninguna
manera.
4 comentarios:
Si... te digo yo...
Fuera aparte, cuanto me gustaría a mí. Y parece fácil, si, si.
Saludos
Cada uno, Isidro, tenemos gusto por trabajar en algo. Y, en tu caso, hay muchas cosas dignas de admirar. Quizás, más de las que tú mismo crees.
Saludos.
para obras nuevas, valdría más el empeño inocente y la ilusión a estrenar de la juventud, que el resabiado escepticismo hacia todo que, inexorablemente, la madurez y los desengaños propician
el texto está lleno de sabiduría en cada párrafo!
Saber lo que todos sabemos, a cierta edad, no tiene mérito. Pero agradezco tus palabras, Zeltia. Pero, tal vez, el sabio es el que, con pocos años, se anticipa a los conocimientos, y aún los supera, de los viejos.
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