Pues bien, estaba una noche el
Mondacimas en la taberna de la tía Peseta, que era la única taberna que había
en su pueblo, cuando se presentó una cuadrilla de cazadores con las botas
embozadas de barro. Tres de ellos eran señoritos de la ciudad y, apenas
entraron, se dejaron caer pesadamente sobre las banquetas de la tasca, casi sin
saludar, de cansados que venían. El cuarto era un cazador del pueblo, Mariano
el Boqui, que se distinguía de los de la ciudad por su atuendo, que era un
traje oscuro de pana, y por su aspecto recio y, desde luego, por parecer mucho
menos cansado que sus compañeros de caza de la ciudad.
-¿Qué? ¿Cómo
ha ido la caza? –dijo la tía Peseta.
Los de la ciudad ni se molestaron
en contestar, como si el cansancio les hubiera producido sordera, pero Mariano
el Boqui torció el gesto y, mirando de soslayo a sus derrengados compañeros,
dijo:
-No muy bien.
-Entiendo,
pero no se preocupen que, por lo menos, van a merendar en condiciones, que ya les
tengo lista la comida que encargaron –dijo la tabernera, dirigiéndose a los de
la ciudad.
Mientras la hacendosa mesonera
servía la merienda a los cazadores, a Gregorio el Mondacimas le quedó claro que
al Boqui no le gustaban aquellos tipos, ni le parecían gente avezada en los
trajines de la caza y que, por eso, fue tan escueto en su contestación.
Aunque en el Boqui era cosa rara
que hablara poco pues, no en vano, su apodo venía de “Boquita”, por lo mucho
que le gustaba criticar y chulearse, alardeando de su habilidad y experiencia
en todo lo relacionado con la caza, en particular, y las mujeres en general. Y,
también, por tirarse faroles muy a menudo o por exagerar el número de piezas que
había traído. Pero se ve que, aquella tarde, el Boqui no quería menospreciar a
los cazadores de la ciudad ya que éstos le habían pagado para que les acompañara,
les enseñara el término y les orientara en las querencias de los animales. Y es
que el Boqui conocía bien el campo, pues uno de sus trabajos era hacer de
guarda jurado en la finca que, en el término de aquel pueblo, tenía la Marquesa
de Picos Pardos, la cual, de vez en cuando, venía con su coche y su servidumbre
desde Madrid.
Sin embargo, después de tomar
unos vinos, y ya mediada la merienda, uno de los cazadores foráneos dijo,
dirigiéndose al Boqui:
-Lo de esa
liebre no me lo explico. A mis dos galgos no se les va una y esa, sin embargo,
les ha burlado dos veces y les ha despistado totalmente. Todavía no me lo creo.
Esa liebre no es normal, corre como una exhalación.
-Es que esa
liebre no es como las rabonas tontuzas que cogen tus perros en terreno llano
–dijo el Boqui que, animado por el vino, empezó a hacer honor a su apodo.
-¿Cómo que no?
¿Qué tiene de especial esa liebre? –dijo el aludido un poco escamado.
-No lo es, no
es igual a otras liebres. Esa liebre es un matacán. Y, si acaso, sólo la matará
el plomo y a traición. A esa no hay galgo ni lebrel que la agarre. Ya te lo
digo yo – remachó el Boqui, con un puntito y medio de chulería.
-Y, ¿qué
demonios es eso de un matacán? –dijo el otro como un párvulo.
-Una liebre
especialmente escurridiza que ya ha burlado muchas veces a los perros y que se
las sabe todas y, además, se conoce perfectamente los terrenos de aquí y
también todos los perdederos por donde escaparse. En resumen, una liebre que no
se deja coger por señoritos ni por los perros de los señoritos –insistió el
Boqui, cada vez más crecido.
-Y, ¿cómo no
la ha matado nadie con la escopeta? –siguió el de fuera.
-Porque
tampoco se deja acercar y, si acaso se deja, se aplasta de tal modo en los
jarales más profundos o en los aliagares más densos o en los estepares más
espesos, de manera que no hay perro que la haga saltar o, si por fin salta,
salta lejos, siempre fuera de tiro o totalmente tapada por la fusca. Y eso es
así porque ya ha escapado muchas veces de todos los peligros y es un animal que
no se deja sorprender y que sabe latín y no lo habla porque no quiere, ¿te
enteras, pardillo? –contestó el Boqui con toda la altanería que se le escapaba
de sus adentros.
-Ya será menos.
No hay liebres tan listas –dijo el otro, un poco mosqueado.
-Pues ya lo
habéis visto vosotros mismos, ni tus perros ni las escopetas de tus compañeros
han servido para hacerse con ella. Pero, si queréis quedaros mañana e intentarlo, os vuelvo a acompañar y lo haré gratis si
sois capaces de cazarla. Fijaos hasta dónde llega mi seguridad. Que me parece a
mí que mucha facha tenéis, pero sois cazadores de caminos –les retó el Boqui
con mucho retintín y mucha sorna.
-Después de la
paliza que nos hemos dado hoy, no nos quedamos ni locos y menos para matar a
ese pedazo de piel con patas que, en lugar de correr, parece que vuela
planeando a ras del suelo. Seguro que sólo tiene nervios, pellejo y una carne
más dura que tu negro cogote –dijo el otro, con guasa, regodeándose con las
sonrisas de sus compañeros de ciudad.
-Sí, pero es
más lista que vosotros tres juntos. Y después de venir con esas escopetas tan
caras, esa munición extranjera y esos galgos de pura raza y tanto pedigrí y
tanta mandanga, os vais con el rabo entre las piernas, los perros y los amos. Así que no despreciéis
tanto lo que no habéis sido capaces de cazar- dijo burlón el Boqui haciendo
alarde de su superioridad ante aquellos pisaverdes.
-¿Ah, sí? ¿Y
por qué no la has cazado tú que estás aquí y que tanto sabes de ese dichoso
matacán? Porque parece que le conoces como si fuera de tu familia –le devolvió
el forastero el reto y el menosprecio al Boqui, entre las nuevas risas de sus
compañeros.
El Boqui, entonces, apuró el vaso
de vino, sacó la petaca, lió un pitillo con mucha chulería, se lo llevó a los
labios, lo encendió y, exhalando el humo de la primera bocanada, adoptó su aire
más chulo. Luego, mirándoles con arrogancia y descaro, dijo:
-Porque yo soy
un cazador de altura y no un bambarria ni un barzoneador. A mí lo que me va es
la perdiz, el pelo lo mato por encargo o lo dejo para los que queréis hacer
carne. Yo soy un cazador de verdad, de los que se fajan con el esfuerzo y la
persecución verdadera, que es la de la perdiz. Si yo quisiera matar a ese
asqueroso matacán, mañana estaría muerto. Pero yo soy un tío elegante que no se
dedica a cosas fáciles ni desperdicia un cartucho con ese tipo de bichos.
Y el Boqui
habló balanceándose sobre las piernas, mientras la vanidad le reventaba las
costuras de la camisa y la comisura de los labios, y dejaba bien claro al
auditorio que su carácter no tenía ninguna tendencia a la humildad franciscana.
5 comentarios:
El Boqui me cae mejor que los "bocas" que he conocido que dejaban sobre la barra del bar las llaves del cochazo y tardabas dos minutos en enterarte de sus propiedades y profesión. Así, como natural: "acababa yo de salir del bufete y, cuando me iba para el chalet que tengo a pie de playa con mi bmv, me encontré con el alcale, que es muy amigo mío, y..."
Aunque lo escrito bien mereció la pena por conocer al Boqui y aprender palabras verdaderas, habrá 4ª parte?
Muy observadora, Zeltia.
Me has pillado de mañana preparando la cuarta parte.
Ojalá que te siga gustando.
Ah, y saber que alguien lee esto siempre anima.
Gracias por el comentario, Zeltia.
Entre el mataca'n y el Boqui menuda lección les dieron a los señoritos. Y ojalá la liebre quisiera hablar. Su discurso, como el del Boqui, sería digno de escuchar.
Las liebres, Ángeles, escuchan mucho y hablan poco (por eso tienen las orejas tan grandes y la boca tan pequeña). Y aún no he llegado a tanta confianza con ninguna como para que me diga alguna cosa, pero nunca es tarde. Por el contrario los Boquis nunca faltan en ningún sitio. :-)
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