En un rincón de la tasca, sentado
en un taburete, Gregorio el Mondacimas escuchaba la conversación sin perder
ripio. Había visto al matacán varias veces en los últimos dos años. Sabía que
esas liebres eran animales ligeros que, a fuerza de sobrevivir a tanta carrera,
habían desarrollado mucho las patas traseras y que también eran livianos y
magros de carne. Por todas esas cosas corrían como cometas, dada su fuerza y ligereza,
y parecía que cortaban el aire en sus briosas carreras y, además, rompían a los
mejores perros con la agilísima brusquedad de sus quiebros. Por otro lado, sus numerosos
encuentros con humanos y canes, habían desarrollado en ellos una astucia
superior a la habitual. Pero, sobre todo esto, al Mondacimas jamás se le pasó
por la cabeza llevar un matacán a su cocina pues tenían fama de tener una carne
más dura, fibrosa y amarga que el berceo. Y, por encima de todo, aquel matacán
que tantas veces se había salvado de los perros y de los cazadores gracias a su
astucia y a su empuje, le parecía al Mondacimas una fuerza de la Naturaleza
digna de ser respetada para que siguiera burlando a los mejores galgos y
podencos y, también, para que les bajara los humos a todos aquéllos que cazaban
únicamente por distraer su aburrimiento.
Así que el Mondacimas no pudo
contenerse y habló.
-Hay animales
que no aprovechan a nadie aunque, por otro lado, sirven para poner a prueba a
perros de mucho postín y a cazadores de muchas campanillas. Así que yo dejaría
vivir al matacán y nunca le pegaría una perdigonada porque, quien se jacte de
tener buenos perros, ahí le tiene para probarlos pero, abatir a tiros a un
animal que ha desarrollado tanta astucia y tan grandes cualidades, no me parece
que fuera de mérito para quien lo hiciera. Teniendo en cuenta, además, que la
carne de los matacanes es puro cuero.
-Pero, ¿y el
orgullo de colgárselo? –dijo el Boqui, cambiando repentinamente de actitud y,
sobre todo, molesto por la inesperada intervención del Mondacimas que acababa
de robarle el protagonismo.
-El orgullo
tampoco es cosa de alimento. Si lo haces con perro, de igual a igual, puede que
sea una proeza cazar al matacán, sobre todo para el perro. Aunque no creo que
los perros sepan lo que es el orgullo. Pero si le esperas o le rondas a
traición y lo tumbas de un cartuchazo no le veo ningún mérito, ni tampoco sé
qué orgullo habría en ello –le contestó el Mondacimas
-Pues sabes lo
que te digo, –contestó el Boqui con la vesania que proporciona el vino al
vanidoso- que mañana mismo me lo cargo. Que si el matacán se ha hecho famoso
por su astucia, más conocido soy yo en la comarca por cazar lo que viene en
gana. Y te juro que el matacán mañana no llega a la noche.
Gregorio el Mondacimas no quería
discutir con el Boqui, pues no le caía bien, y menos porfiar con él después de
que se hubiera merendado una ensalada de vino con bastante caldo. Así que quiso
zanjar la discusión diciendo:
-Ya veremos.
Mañana será otro día.
-¿Cómo que ya
veremos? –se revolvió el Boqui como una sabandija- He dicho que mañana despacho
a esa liebre patuda y lo que yo digo va a misa. En el campo a mí no hay animal
que se me escape – y al terminar la frase soltó un juramento que atronó la
taberna como un trallazo.
-¡Alabado sea
Dios! –dijo por lo bajinis la tía Peseta a la par que se santiguaba.
El Boqui dio la espalda a todos
bruscamente y, rabioso como una fiera corrupia, pidió una copa de aguardiente y se quedó
bebiendo otras hasta tarde mientras rumiaba en silencio sus intenciones.
Gregorio el Mondacimas se calló y
se marchó enseguida. Bajó preocupado a su casa aquella noche. Lamentó que el
Boqui fuese de aquel jaez y que se hubiera picado con sus palabras y que, como
consecuencia, hubiera decidido matar al día siguiente al bravo matacán.
Cuando llegó a su casa, bajó a la
cuadra a echar de comer a sus dos gorrinos y a su borriquilla Perlita y,
enseguida, su perra, la Fa, se le acercó muy contenta moviendo el rabo muy
fuerte para que la acariciara. El Mondacimas se sentó en una banqueta que tenía
en la cuadra y la Fa se acurrucó rilando entre sus piernas. Entonces Gregorio
el Mondacimas dijo, reflexionando para sí mismo:
-Mira, Fa.
Estoy muy disgustado. Por las palabras que he dicho en la taberna, ese
fantasmón del Boqui quiere matar mañana al matacán. Y me fastidia que lo haga
sólo por sentirse superior a los demás. Me estomaga que quiera matarlo sólo por
la soberbia de sentirse mejor que nadie. Hay que ver las cosas malas que los
hombres hacemos sólo por vanidad y orgullo.
Y la Fa pegó su cabecilla a los
pies del Mondacimas y gimoteó un poco, como siempre que notaba triste a su amo
o, quizás, porque le entendió.
2 comentarios:
Qué contraste entre el Boqui y el Mondacimas. El uno me ha hecho sentir mal y el otro me ha inspirado mucha ternura. Y la perrita también. Te felicito por tu talento para la creación de personajes.
Los personajes andan todos, o anduvieron por ahí. Me limito a plagiarlos de la realidad que existe o existió alguna vez. Así que, contar un cuento, no es difícil cuando la realidad te ofrece, o te ofrecía, personajes tan caracterizados.
Pero gracias, Ángeles.
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