La historia que voy a contaros es
la historia del matacán.
He de reconocer que yo, cuando oí
por primera vez esta palabra, no sabía lo que significaba. Pero, como puse
mucha atención a las palabras del tío Mondacimas, que fue quien me contó todo
esto hace muchos años, pronto supe de lo que se trataba y además, durante todo
el relato, tuve ocasión de enterarme de lo que significaban muchas otras de las
palabras que Gregorio el Mondacimas pronunció durante su narración.
Y es que la gente de los pueblos
sabía y sabe muchas palabras que los de las ciudades desconocen pero que son
palabras verdaderas y que, si alguien duda de ellas, puede mirar en los
diccionarios y las encontrará. A mí, al principio, me parecían palabras raras
pero, luego, me di cuenta de que eran, casi todas, palabras muy bonitas que
casi nadie se sabe en las ciudades.
El tío Mondacimas era cazador en
sus ratos libres. Él se llamaba Gregorio, pero todos le llamaban el Mondacimas
porque solía subir a los cerros oteros dándoles vueltas en espiral, como el que
pela o monda una manzana con un cuchillo. Cuando iba de caza solía llevar su
escopeta de dos cañones y una perrilla pequeña, negra con una sola manchita
blanca en el pecho. La perra, de orejas puntiagudas con la punta doblada y ojos
brillantes y muy negros, se llamaba Fa y, para más señas, era garabita. Lo de
garabita no lo entendí al principio, pero enseguida me enteré de que la palabra
quería decir que la perra no era de pura raza, sino de raza desconocida o de
mezcla de varias razas, o sea, que era una perra mestiza, pero a mí la palabra garabita me parecía, sin
comparación, mucho más bonita. Lo de Fa, el nombre que Gregorio le puso, venía
de que, de cachorra, la encontró abandonada en el campo, tiritando de frío y
muerta de hambre. Como la perrilla estaba famélica, el Mondacimas se la llevó a
su casa, le dio de comer y la cuidó pero, como famélica era un nombre muy largo
para una perra, decidió llamarle solamente Fa.
La Fa era una perra muy lista,
ágil, rápida y espabilada, como si, de las muchas razas de las que procedía,
hubiera heredado lo mejor de cada una. El tío Mondacimas no habría cambiado a
su perra Fa por ningún perro de pura raza, por fuerte y elegante que pareciera
y por mucho pedigrí que tuviera.
Gregorio el Mondacimas era de un
pueblo, como ya os habréis imaginado, que se llamaba Chorrón del Muedo. Y digo
que se llamaba, porque el Gobierno, a instancias de las bienintencionadas
autoridades provinciales, decidió cambiarle el nombre por el de Santa María de
la Fe. Pero, a los del pueblo, les dio igual porque ellos seguían diciendo que
eran del Chorrón o, los más condescendientes, de Santa María del Chorrón, con
lo cual, el nuevo nombre, no trajo sino más polémicas.
2 comentarios:
Lo de Mondacimas me parece el colmo de la creatividad y el ingenio. Me encanta.
Y lo del Chorrón es muchísimo más sonoro, gracioso y personal que lo de Santa María de la Fe. Pero, puestos a cambiarle el nombre al pueblo, ¿no hubiera estado mucho mejor llamarlo Santa María de la Fa, en honor a la fiel perrita garabita?
Seguramente, Ángeles, tengo todavía por ahí una lista de motes que voy coleccionando.
Éste es uno más de ellos. Así que no es mérito mío.
Lo de Santa María de la Fe viene a cuento de que en una época a las autoridades españolas les dio por cambiar nombres de pueblos, que a ellos les parecían mal sonantes, por otros que sonaran más religiosos y, a veces, hasta un poquito cursis. Así, por ejemplo, a un pueblo que se llamaba Rata le cambiaron el nombre por el de Santa María del Espino y a otro que se llamaba Riosalido, se lo mudaron por el de Riotoví del Valle... En fin, cosas que se hacían.
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