Un muchacho de rostro sereno y
gesto agradable, aseado, modesto en su atuendo pero no mal vestido, se acercó.
Cuando se encontró a su altura enseñó los dientes blancos con la mejor de sus
sonrisas y, acompañándose de una mirada limpia y directa, les dijo:
- ¿Quieren
colaborar con nosotros?
- ¿A qué
llamas tú colaborar? –le espetó MP con cara de pocos amigos.
- Primeramente
a que me escuche y después, si le parece, a que contribuya al sustento de mi
compañera y al mío, ambos servidores de usted, y, de profesión, poetas.
- Tú dirás
–dijo MP, mosqueado como cada vez que alguien le abordaba por la calle.
- Estamos
haciendo poesía para no morirnos de hambre – y le tendió un fajo de hojas
arrancadas de un diminuto bloc con poemas escritos a mano.
- Pues, si lo
conseguís, tendréis mucha más suerte que el novecientos noventa y nueve por mil
de los poetas –dijo MP sin tomar las hojas que le ofrecían, pero algo sorprendido
por lo original de la propuesta.
- No crea
usted, –dijo ingenuamente el muchacho- que hay días que sacamos para comer, y
eso que somos dos.
- Pues
entonces debe tratarse de una poesía muy buena y, ¿es vuestra?
- La que le
voy a dar a usted sí –dijo alargándole una cuartilla plegada, que se sacó del
bolsillo de atrás del vaquero, y que guardaba para los potenciales clientes que
le parecían de cierta entidad.
MP la desdobló,
carraspeó, sacó las gafas y leyó de mala gana:
“Se han marchado los
gitanos que sembraron las higueras,
las matas de
calabaza, los tomates, las chumberas…
Se han ido de la cañada
al barrio de las cocheras,
donde la piel de
pollino se hace chapa carrocera,
donde el ladrido del
perro ya es aullido de sirena.
Apenas abandonadas
las chabolas de madera,
de uralita, de
cristales, de pladur y de escombrera,
con pisos de
sintasol, tabiques de cartón piedra,
tres buldózer se
disputan el terreno con fiereza,
muerden y arrasan con
prisa, con miedo a que la miseria,
de inquilinos
renovados, brote ocupando la tierra.
Mientras, las gitanas
viejas, arracimadas de niños,
cargadas con muchas
cestas, no saben mirar al frente,
siguen mirando a sus
puertas y ven cómo van quedando
sus desvelos y sus
días laminados por la bestia.
Se han marchado los
gitanos que sembraron las higueras,
las matas de
calabaza, los tomates, las chumberas…”
Cuando termina de leer los versos
le pasa la cuartilla a Serafín que, tras leerlos, dice:
- Me recuerdan
el último realojo de La Gavina.
- No es que se
lo recuerde, es que de ese desahucio trata –dijo el muchacho.
- ¿Y a
vosotros qué coño os importan los gitanos, es que no tenéis bastante con lo vuestro?
–dijo MP.
- Las
historias de todos son también parte de nuestra vida y, tal vez, aún lo sean
más esas historias que, como ésta, nunca se escribirán, a menos, claro, que lo
hagamos los poetas.
- ¿Y por qué
los poetas? ¿Qué tienen de malo los periodistas?
- Porque los
poetas escribimos desinteresadamente y hacemos de lo irreal cosa concreta y, a
veces, trasmutamos lo desconocido en sentimiento y, a más razones, porque
tenemos fama de no ser mentirosos, como pueden serlo los autores de otros
géneros literarios. Porque los poetas, sépalo usted, hacemos que la realidad
sepa a emoción propia, nunca al revés. Y cada uno de nosotros traducimos los
sentimientos a nuestra lengua. En realidad, sólo somos traductores. Los
periodistas siempre trabajan para alguien. Nosotros, los poetas, somos libres.
- Pero, ¿por
qué defendéis a una gente que se instala donde quiere, como en una cañada, que
ya lo dice el poema, en un terreno que no les pertenece?
- Porque si a
los que no tienen nada se les niega el derecho a vivir en la calle, pretextando
que la calle y aún los caminos medievales también tienen dueño, usted me dirá
qué les queda a los desheredados.
MP, a su pesar,
tuvo que callarse, pues el razonamiento del muchacho le había desarmado. Se
echó mano al bolsillo y dijo:
- ¿Qué te
debo?
- ¿Se le debe
algo a quien te enseña a mirar? La poesía no tiene precio y muestra algunas
veces lo que no sabemos ver. Ya me doy por pagado si le ha servido a usted para
percatarse de algo.
- Muy bien
contestado, –dijo Serafín- porque el poeta no escribe para vivir, escribe para
que vivan los demás. Un poeta es un ser desprendido que no puede trocar su
talento por dinero. Bien le daría yo cuanto llevara encima, mas nada llevo
porque lo mío es también, sin ser en puridad poesía, la mera renunciación al
mundo.
Vaya diálogo de altura para ser
dos muertos de hambre, se dijo MP. Y dándole un euro al muchacho le devolvió la
cuartilla y le deseó suerte. Se alejó el poeta, tras hacer una leve inclinación
de cabeza, con esa dignidad y ese tipo escuálido de tardo adolescente, que el
hambre le ayudaba a conservar.
Callados, continuaron caminando.
Serafín orgulloso de haberse sincerado con un alma gemela, el poeta; Macario
contrariado porque Serafín, a la primera de cambio, se hubiera puesto de lado
del primer mindundi que les abordara por la calle. Pero, considerando el estado
de Serafín, no le pareció raro que no pensase que tuviera nada que perder quien
ya daba todo lo que no tenía por perdido. Y viendo que era hora más que
cumplida dijo:
- Creo,
Serafín, que podríamos comer algo.
- Bajo las
premisas que usted ya conoce, don Macario, aceptaré honrado su invitación.
MP, dando un
gruñido, dijo:
-¡Hay que
joderse!
Y se
encaminaron a una tasca cercana.
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