“Ya
yo no soy quien era
ni
quien debía yo de ser
soy
un mueble de tristeza
arrumbao
por la pared.”
(Agujetas,
martinete)
Por la hora que era, fui
directamente a la Plaza Mayor. Como si formara parte de ella, le encontré bajo
los soportales. El viejo, como un tronco añoso y encorvado, estaba sentado en
un banco de madera y, ligeramente ladeado, se dejaba acariciar, semidormido,
por la luz tibia del sol de mayo. Las volutas azules del humo de un cigarro
ascendían rozándole los ojos y se desvanecían en el relente.
-¿Qué, te sabe bien el pajandini?
Tenía los ojos más nublos que
otras veces. Tardó un segundo, pero me identificó por la voz y lo del
pajandini. Me escudriñó trabajosamente guiñando unos ojos, como dos puñalás en
un tomate, que parecían distinguir bien poco.
-¡Papo, Sarvi! –dijo al fin.
-¡Cómo disfrutas, Colás!
-Sí, pero ni te se ocurra decirle
a mi Roci que mas pillao fumando.
-Ni por pienso, Colás.
-¿A que no sabes dónde estuve la
otra tarde?
-Ni idea. No me digas que te
fuiste de caza.
-¡No jodas, Sarvi! Que no tengo
ya los huesos pa esos taconeos. ¡Qué cabrón, de caza dice!
-¿Dónde estuviste entonces?
-En la cueva que fue de mi prima
la Candelas. Que hubo cante. Que lo que menos me falla es el oído. Y, como con
la voluntá no se pue cantar, pues con escucharlo me conformo.
-Y, ¿cómo es que no pierdes la
afición, si ya no vales? ¿Por qué te gusta tanto?
-Papo, Sarvi. Porque eso es como
un gato que se lleva en las tripas.
Decidí tirarle de la lengua.
-Pues hay a mucha gente que le
aburre.
-¿Qué dices, Sarvi? ¿Aburrir el
cante güeno, el cante verdadero? Tú no sabes de qué hablas, chaval, el cante
que yo digo ta arrebata, te descompone por dentro y te machaca las entretelas con
más fuerza que un martillo pilón, te estruja entero. Sí. Y, luego, te saca to el
jugo por los ojos.
-Y, ¿se puede saber por qué
sientes todo eso? Yo lo escucho y me quedo tan campante- mentí por oírle.
-Mira, Sarvi. No me descompongas,
por favor y por lo que más quieras te lo pido. No me ofendas. ¿Es que has
venido a tocarme los cojones? Porque te hablo del cante de los pobres, de los
desgraciaos, de los gitanos, de los mineros, de los peones, de to la escoria
del género humano… de to la morralla que despide el mundo como si fuéramos agua
de fregar.
-Pero si luego ibais a cantar a
las fiestas de los señoritos. ¡Menuda dignidad!
-Tú qué sabes, pisaverde, a lo
que el hambre obliga. Que aunque hayas estudiao hay cosas que no comprendes,
que, pa ciertas cosas, es como si hubieses estudiao pa gilipollas.
-Pues golosos eran los oficios
que teníais y gloriosas las vidas que llevabais –dije para tocarle la moral.
Sin quererlo del todo, había
tirado de la cuerda justa.
-Pero cómo vais a comprender
vosotros, manga de pinchauvas, de dónde viene el cante verdadero. Cómo vais a
saber ca arranca de lo más profundo, de lo más hondo, del jodío sufrimiento de
las piedras pisás, de la injusticia más amarga, del dolor sin consuelo y de tos
los males de los pobres, dende generación en generación. De gente despreciada,
de carne de presidio, de hombres acosados como si fueran fieras, de llagas en
las manos y en los pies y en el alma, de cornás en el corazón, del desprecio
más grande, del hambre más punzante, de sudores sin ningún beneficio ni fin ni
fundamento, de la más grande de las impotencias que viene de no tener nunca
justicia, de los eternamente perseguidos con o sin motivo, de los acorralaos…
Tú qué sabes de tos esos. Y cuando achicharrao por la amargura ya, cuando no
podías más, te arrancabas a cantar, te subías al árbol de la gloria, y no por
gusto, sino porque el alcohol te sacaba to el coraje. Muchas veces, sobraba la
guitarra, porque no era alegría lo que hacía vibrar a tu garganta, sino el
malaje más negro el que te la reventaba. Era la pena la que te se salía como
una marea bilis que no podías controlar, que te llevaba por delante el alma y te
dabas cuenta de que, cuando una persona se halla en ese estado, es invencible,
porque clama al cielo con las tripas y una razón que se le sale de los huesos y
ya no teme a nada, porque al que está ya muerto no se le puede matar otra vez…
y hasta las balas de los guripas no harían nada sino atravesarlo.
-No será para tanto, Colás.
-Pero, qué dices tú. Pregunta a
los gitanos, a los mercheros, a los mineros, a todos los ambulantes que por el
mundo han ido, a los peones, a los segadores, pregunta a tos los desgraciaos de
dónde sale la fuerza pa ese cante. Es cosa que dimana de la desesperación, de
la puta miseria, de no tener clavo al que agarrarse manque sea ardiente. Que
dicen que el dinero no da la felicidad, ¡me cagüen diole!, pero ya te aseguro
yo que de la miseria lo que no sale es la alegría, ni la satisfacción, ni el
pan bendito.
-Sí, pero también erais todos unos
prendas: ladrones, navajeros, mentirosos, engañadores, pendencieros, borrachos,
mujeriegos… Que no había vicio que os quedara lejos.
-Y, ¿cómo quieres que fuéramos?
¿Cómo es el perro al que diariamente corren a cantazos? ¿Dónde encuentra
refugio el acosao? ¿En qué cueva se ampara uno del hambre? ¿Dónde está el juez
que protege a los pobres? ¿Qué guardias defienden del abuso al desgraciao? Que
los pobres, con razón o sin ella, hemos sido tildaos muchas veces de
delincuentes, de sospechosos siempre. Porque había ocasiones en que, para comer,
el delinquir era obligao. Ya me hubiera gustao verte a ti, en esas
circunstancias, cortando sopa y cumpliendo con los diez mandamientos.
-¡Coño, Colás, que hasta sabes
que hay diez mandamientos!
-Pues qué creías, que soy un
hereje.
-Vale, te creo. Y, ¿qué cantaron
en la cueva la Candelas?
-Muchas. Pero, en una, me se vino
a la cabeza el recuerdo de mi primo el Gongorín.
-¿Al que mataron los civiles
cuando salió de presidio?
-Sí señor, ése mismo.
-Pero, el angelito, había robado
una joyería y no hizo caso al alto de la Benemérita.
-Sí señor. Y le dieron un tiro
que quedó en el acto. Y todo por cincuenta billetes. Dime tú si hay derecho.
-Hombre…
-Pues mira, que hay por ahí
muchos señores que se llevan millones y los guripas no los cosen a tiros.
Vamos, que yo sepa.
-Eran cosas de antes.
-¿De antes? Tú estás gilipollas.
-Bueno, vamos a dejarlo. ¿Qué fue
lo que cantaron?
-Muchas y güenas. Pero cuando uno
se arrancó con “Cuando cumplí mi condena”, no sé qué me pasó. Me se puso asín
como una nube en los ojos. Me se anudó la garganta y, de verdá te lo digo,
Sarvi: no había pa mí consuelo.
12 comentarios:
Pero qué flamenco, Soros! Ole! :D
A mí me pasa como a este "Sarvi", que escucho el cante y no "me se" revuelven las tripas ni nada de eso que dice el señor Colás.
Lo que sí me conmociona, que no emociona, es esa cosa que han dado en llamar "flamenquito". Eso sí que me da ganas de llorar y me descompone.
Sé que llevas razón, pero yo de cante... Me gustan las coplas más conocidas de Camarón, pero tengo el oído hecho a los sones actuales -que me apasionan-. Aunque debo reconocer que, leyéndote, me ha entrado curiosidad por ahondar en los misterios de ese "quejío".
Un abrazo.
Sean o no las mías, me gusta intentar reproducir las emociones que veo en otros.
Aunque, en este caso, reconozco que ciertas piezas del cante me conmueven. Es como si en algunas voces desgarradas notara la vida y el sentir de cierta gente. Una especie de historia breve, comprimida, en el efímero vibrar de una garganta.
Lo trivial, Ángeles, como tú, no lo soporto.
No sé, Sara, si llevo razón o no la llevo, sólo quise escribir una narración con lo que algunos sienten, con cosas que para algunos tienen significado. Si conseguí trasmitirlo bien, pero no todo el mundo ha de sentir las mismas cosas. Hay muchas cosas que unos desprecian y otros aman y muchos anhelan lo que otros dan de lado.
Si te gustó el relato, con eso basta.
Un abrazo.
A mi padre le gustaba el cante puro, no el aflamencao. Yo no he llegado a matizarlo demasiado, pero si lo suficiente como para respetarlo y comprender a quien vibra escuchándolo.
Saludos.
Macondo, te agradecen la comprensión todos aquellos Colases que pueblan o sobreviven como pueden por el ancho mundo. Que algunos cantes sólo los canta quien puede.
Gracias, amigo.
Soy un profundo aficionado a la música, que no al cante, y puedo comprender el arrebato que mucha gente siente ante ese tipo de arte. Es evidente que cada uno tiene su punto, su sentimiento, y me "solidarizo", como suele decirse: sea una voz desgarrada, sea una escala afortunada, el sonido melódico conocido como "canción", "música" o lo que sea, es un regalo de los dioses para que los humanos sepamos sobrellevar esta vida con otra apostura.
Cuando el cante sale de dentro, contagia la emoción, igual que tu relato.
Es cierto que el dinero no da la felicidad, aunque algo ayuda, pero desde luego la miseria tampoco ayuda.
Un saludo
Amigo Paseante, escribiendo tú historias tan complejas y de tanto fundamento, me llama la atención que te hayas fijado en éstas mías que, si algo tienen, es un recopilar de sentimientos que, por no ser, no son siquiera míos sino de otros.
Pero me gusta mucho que aprecies la apostura, ésa que dices, con la que algunos parece que nacieron coronados.
Un abrazo.
Si el dinero no da la felicidad, imagínate, Conxita, lo que dará la miseria.
Pero me alegro que te haya gustado el relato y si, da igual lo del cante, se te contagió la emoción ya me viene de molde. Que comunicando algo ya me doy por contento.
Saludos.
Otro gran relato. Qué mal nos acostumbras, Soros :)
Me gusta mucho el lenguaje que pones en boca de Colás, muy auténtico, expresivo, va tan de la mano de lo que nos cuenta que se hace indisoluble del personaje que creas.
En este cuento nos dejas con ganas de saber un poco más, ¿quien es Sarvi?, que queramos saber más de la vida de Colás, de los gitanos, de la música. Que podamos llegar a emocionarnos como él lo hace.
Besos.
El Colás tiene una doble vida, existe y también vive en mi imaginación. Así que, Eme, te será fácil descubrir al otro personaje.
Procuro indagar en los sentimientos, luego le añado algo de mi parte y escribo lo que resulta. No hay más.
Muchas gracias por todos tus comentarios elogiosos. Pero estoy disgustado porque vayas a cerrar tu blog.
Besos.
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