Manolo, primeramente interesado,
luego obsesionado y finalmente torturado por su quimera, recurrió a todo.
No volcó en mí sus inquietudes
por voluntad propia, sino porque el acaso me puso en su camino. El azar, que
rige los encuentros fortuitos, puede, en cualquier momento, ponernos al alcance
de cualquier desaprensivo.
Hacía muchos años que no nos
veíamos. Así que me quedé perplejo cuando, al toparnos, me espetó por saludo:
-Amigo, tengo que confiarte mis
inquietudes -dijo circunspecto.
-¿Y por qué a mí? -contesté, tan
temeroso como sorprendido, por la vehemencia del extraño saludo.
-Porque “Amicus is tamquam alter idem” -sentenció
implacablemente.
Yo, lo reconozco, fastidiado,
estuve a punto de soltar “No me jodas, Manolo” pero, mientras intentaba
recordar el florilegio latino y los buenos modos, contesté cortesmente:
-¿No puedes ser más específico?
-Sí, ya sabes que un amigo es lo
mismo que otro yo -pronunció, muy elato, con sobria seriedad y tono trascendente.
Titubeé un segundo entre decirle
la mucha prisa que tenía o mostrar mi curiosidad, como siempre conviene,
disfrazada de filantropía. Elegí lo segundo y, para hacérselo patente, contesté
con solemnidad:
-Habla amigo: “Homo sum, humani
nihil a me alienum puto” -queriendo mantenerme a su altura.
Debió ser él, en ese momento, el
sorprendido traicioneramente por el manido florilegio, pues dudó un instante,
descendió de su altura y, para obligarme a traducir, dijo en un tono ambiguo,
casi triste:
-Veo que no quieres mojarte.
-Al contrario digo que hombre soy
y nada humano me es ajeno. Por tanto, mi respuesta está clara –dije, eludiendo
elegantemente mentar la curiosidad que sentía.
-Siendo así, por qué me hablas en
latín.
-Por dos razones: la primera,
porque tú has empezado y, la segunda, porque “Quidquid latine dictum sit, altum
videtur” que, como sabes –dije con condescendencia- quiere decir que cualquier
cosa que se diga en latín, suena más profunda.
Con gesto hastiado y una mirada
algo hosca Manolo dijo:
-Bien, dejemos el latín.
-Sea.
-Pero entremos en esa cafetería y
sentémonos un rato que, lo mío, requiere tiempo y atención, amén de una
sensibilidad que te supongo.
En silencio, frente a frente, nos
sirvieron café. Tras dos minutos con la mirada perdida en el remolino de su
cucharilla removiendo el azúcar imaginario que no echó en el café, Manolo
comenzó a hablar:
-Los ingleses dicen “get to the
point” pero los españoles, más agrícolas y rurales, solemos decir “No te andes
por las ramas” o “Ve al grano”. No obstante, debo advertirte que mis
indagaciones pueden sumirte en un océano de controversias y malas
interpretaciones. Porque lo mío ha sido un imbuirme, durante años, en una
exploración arriesgada: La espiritualidad de la mujer. ¿Estamos?
-Estamos.
-Ya sabrás, amigo mío, pues sé
que tu educación fue esmerada, que la filosofía es el saber que se busca,
tarea, por tanto, esencialmente inconclusa. Yo, sin renunciar a la filosofía,
he buscado un objetivo más concreto y asequible: la mujer. Pero, aún he querido
ser más específico y, para evitar cualquier elemento “distractor” en mi tarea,
me he centrado en su cuerpo, en el secreto de esa arquitectura.
-¿Pero no era la espiritualidad
lo que buscabas?
-Exactamente, pero como ya intuyó
el sabio de Aquino: “Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu”. Y
eso me ha llevado a pensar que la espiritualidad que emana de la mujer ha de
estar en su cuerpo, que es lo primero que nuestros sentidos perciben de ella.
-Bien, continúa –dije muy
contento de recordar el último latinajo.
-Pues bien, amigo, ahí han
comenzado mis indagaciones y también mis problemas. No te ocultaré que ya
nacieron en mí estas inquietudes observando en mi infancia la estructura
corporal de hermanas y primas. Sin embargo, apenas iniciada mi atracción
curiosa hacia ellas, mi madre, sin entender yo la razón, me vetó definitivamente
el acceso a esas admirables criaturas, en los momentos gozosos de las siestas y,
mientras ellas sesteaban en la misma habitación, yo me vi condenado al
ostracismo. Pasó el tiempo pero mi inclinación se acentuó y, con ello, tuve mis
primeros accesos a amigas y novias.
-Bueno, supongo que con eso tu
curiosidad se saciaría.
-Pues no fue así. Mi excitación
sobrepasaba siempre a mi curiosidad y, de continuo, la acción se anteponía a la
contemplación y mi vehemencia por tocar, y por otras acciones que acaban en ar,
interrumpían el proceso científico que, como todo el mundo sabe, se basa en la
observación.
-Bien, pero sé que te casaste.
Supongo que, al menos con tu mujer, tendrías tiempo sobrado para la observación
científica.
-Debo reconocer que, en un
principio, tampoco. Pero, pasadas las ansias y urgencias de los primeros meses,
le conté mis anhelos de explorar la espiritualidad a través del cuerpo desnudo
de la mujer, sin ejercer sobre él ninguna acción que no fuese la contemplación
sostenida, concentrada, sistemática, mientras mi mente analizaba cada rasgo
buscando el arcano que su cuerpo encierra y que siempre se apropia de los
pensamientos del hombre, sin palabras, sin hechos, sin motivo alguno,
simplemente por su mera pasiva presencia.
-¿Y resultó?
-Sólo en parte. En un principio
ella se prestaba, pero tras horas de permanecer desnuda en el lecho mientras yo
la observaba, terminaba por impacientarse y me urgía a la acción o, aburrida y
cansada, terminaba por dormirse. Una noche, por complacerme en mi observación
científica, terminó por dormirse desnuda y yo pasé todas aquellas horas
escudriñando su cuerpo: sus proporciones, sus curvas, sus pliegues, el dibujo
variado de sus senos al moverse, la vulva con sus sombras, las corvas de las
piernas, las ingles, la cintura, el vientre, el grácil cuello, la cabeza, los pómulos,
las axilas, el vello, el juego de luces de su piel y su pubis, en fin, toda la
estructura de su cuerpo femenino que, poco a poco, me iba desvelando el secreto
que constituye la esencia de la mujer y que, dando muchas horas para el
pensamiento masculino, no es posible definir y concretar. Fue una de las noches
más provechosas de mi vida. Al tiempo, yo pensaba que si los místicos, en la terca
observación de un ser incorpóreo y además divino, habían llegado a
indiscutibles conclusiones e incluso al éxtasis, producido por la contemplación
de lo inasequible, a mí, con mucha más facilidad por tratarse de un cuerpo
tangible y humano, había de llegar un momento en que me sucediera lo mismo y diese
con la clave de esa espiritualidad que tanto me obsesiona y siempre se me
escapa.
-¿Lo conseguiste?
-Quiero pensar que estuve a punto
de ello, me pareció que estuve en un tris de lograrlo, de ver nacer la flor de
una luz nueva en mi cabeza, pero, desgraciadamente, ya no pude volver a mis
observaciones.
-¿Se negó tu mujer a seguir
colaborando?
-Peor que eso. Aquella mañana se
levantó tosiendo y me hizo responsable de la pulmonía que cogió gracias, según
ella, a mis excentricidades visionarias. Y, no conforme con acusarme de la
acción de los caprichosos patógenos sobre su organismo, me espetó que, desde
aquel día en adelante, tenía su venia, si era eso a lo que pensaba dedicarme en
la cama, para irme con prostitutas o con cualquier loca que se prestara a mis
absurdas obsesiones.
-Lo dejaste entonces, ¿no?
-Imposible, mi vocación me
arrastraba, aquel amanecer espiritual que vislumbraba me atraía como un imán a
un clavo. Hice caso a la indicación de mi mujer. Frecuenté prostíbulos, bailes
de separadas, divorciadas, solteras, bares de copas, centros sociales,
academias de baile, playas nudistas y locales de todo tipo. Y, aunque gasté una
fortuna, todo fueron problemas. Yo buscaba una mujer neta, sin aditivos, un
cuerpo que oliera a cuerpo, un pelo natural y todo lo quería, en la mujer, sin
artificios. No hablemos ya de cirugía estética, tintes, tacones, postizos,
lencería exótica, maquillajes, etc. No era difícil que algunas quisieran ir
contigo a la cama y, a las prostitutas, bastaba con pagarles. Pero era
imposible que prescindieran de todo lo que yo llamo complementos y que acabo de
enumerarte en general. Además, cuando les contaba lo que en mi cita pretendía,
todas se lo tomaban a guasa y les parecía una de las excusa más tontas que
habían escuchado de alguien que les quería echar un polvo. Cuando se
cercioraban de mis intenciones, ya era tarde. Gran decepción la mía, no había
modo de concentrarme: interrumpían mi observación con palabras de impaciencia o
con ironías o se levantaban despechadas y se iban, incluso, a veces, me
despedían con un cóctel de insultos aliñado con las palabras maricón, psicópata,
mirón, pervertido, cabronazo y otras aún peores. Prefiero no hablarte de esta
nefasta experiencia porque, con lo que te he contado, estoy seguro que te has
hecho una idea. Fue decepcionante. Mis indagaciones sobre esa comunicación no
verbal, sin sonidos, sin gestos, el intento de descifrar el magnetismo que
emana de los cuerpos femeninos en sí, fue un fracaso. Es mucho más paciente
Dios, dejándose contemplar, que cualquier mujer, puedo asegurártelo. Qué suerte
tuvieron los místicos, y aún los que a la mística piensen dedicarse, porque
Dios seguirá inmutable. De las mujeres, lo lamento, pero no puedo decir lo
mismo.
-Entonces, debo deducir que ya
has abandonado.
-Pues, estaba a punto. Pero hace
unos días ocurrió lo inesperado, el portento. Descubrí una mujer que me llamó
la atención: ningún güiñigüiñi en el pelo, ninguna tintura, sin maquillajes, ni
siquiera rojo de labios, sin una sombra, sin un rimel, ninguna alhaja, una
camisa lisa, un sencillo traje chaqueta, ningún perfume, medias corrientes y
zapatos bajos. Todo ornato era un diminuto crucifijo de madera. Si hubiera sido
un hombre, hubiese dicho: “Ese es mi hombre” pero como, tratándose de una mujer,
la frase es sólo posesiva, únicamente la observé y la seguí discretamente.
Compró un periódico y se sentó en una terraza. Me presenté a ella tan formal y
educadamente como pude: “Disculpe que la moleste, me llamo Manolo Doncel y, si
me permite, me gustaría hablar con usted”. Ella, claro, me miró sorprendida y,
tras una leve vacilación, me invitó a sentarme frente a ella y me dijo que se
llamaba Milagritos. Enseguida le dije que estaba trabajando en una tesis sobre
la espiritualidad de la mujer. Al escuchar mis palabras, se le iluminó el
rostro. Me dijo que nada más agradable podía haberle dicho y que de inmediato
se lo comunicaría a su director espiritual, pues ella era muy religiosa y, en
su círculo, estaban interesadísimos en el tema. Me dio una dirección y se
despidió muy atenta dándome la mano.
-Y, por fin, has conseguido
acabar con tu tarea. ¿Has encontrado la observación perfecta?
-No lo sé, pero tengo muchas
esperanzas. Hace una semana estuve en la dirección que me indicó. Ella me
recibió y, enseguida, me presentó a un sacerdote, un hombre maduro que vestía
traje con alzacuellos. Durante un buen rato me escuchó. Me miró con mucha
atención como si calibrase mi solvencia ética e intelectual. Finalmente me dijo:
“Nuestra Obra, quizás más que ninguna otra institución dentro de la Iglesia
Católica, está decidida y obtusamente empeñada en defender a ultranza la
espiritualidad de la mujer. Su iniciativa nos parece loable, pero mi
responsabilidad, como miembro numerario de la Obra, me compromete a
salvaguardar la honestidad y la pureza de Milagritos, que también es miembro,
no numerario pero importante, de la Obra. Así pues, Milagritos y el resto de
hermanos y hermanas en Cristo, que componemos esta congregación, le autorizamos a
usted a las observaciones que nos propone bajo dos condiciones: la primera, que
firme usted, ante notario, este certificado de cohabitación casta y, la
segunda, que tome usted, una hora antes de cada observación, un comprimido de
este fármaco.”
-Y, ¿has aceptado?
-Por supuesto, comienzo el
próximo lunes tras una misa al Espíritu Santo para que inspire el éxito de esta
nueva empresa.
-¿Cómo se llama la medicina?
- ARGAIV y me han dicho que, sin
mermar los sentidos físicos, para la concupiscencia es lo mismo que el Cristo
al Anticristo.
-¿Tienes fe en conseguir
finalmente tu objetivo?
-Si te soy sincero, menos que
nunca.
-Pero, ¿Por qué? Si ahora lo
tienes todo a favor, incluso a la Iglesia.
-Porque, porque… Porque, tío, tú
no sabes cómo me pone Milagritos. ¡Uaaggggg!
-Vale, Manolo. Tómate algo.
-Vale, Manolo. Tómate algo.
4 comentarios:
¡Pues vaya con el místico!
Donde menos se espera salta el éxtasis, ya se sabe :D
Me ha encantado la historia, los personajes, el lenguaje y el tono. Y aunque ya debería venir preparada, la verdad es que no termino nunca de sorprenderme con tus historias.
Gracias, Ángeles. Ya sabes, el tiempo mezclado con las ganas de escribir.
Pero, ¿descubrió el arcano que su cuerpo encierra o no lo descubrió? jajaja, me ha encantado la frase, es muy de haber leído el Tao te ching en ratos muertos.
Tus personajes son siempre un poco pícaros.
Me alegro de que te haya gustado.
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