Uno, al cabo de los años,
descubre algunas veces las razones de aquellas cosas que, en su día, le
parecieron misterios insondables. Entiendes que los demás quisieron ayudarte,
bien con sutiles indirectas, o bien con palabras dirigidas a otros pero que,
con tu buen criterio, debieras haber considerado admoniciones personales. Y es
que, en general, la gente tiene un respeto y no le gusta señalar.
Por eso, sólo con la edad,
comprendí aquella afición de algunos confesores a administrar el sacramento
del perdón, especialmente a los muchachos jovencitos, por la puerta principal
del confesionario, abrazándoles confianzudamente para, tapados por la
cortinilla morada, animarles mejor, susurrándoles en la oreja y acariciándoles
la nuca, a descargar el peso de sus culpas.
Otras veces son las
indiscreciones las que, por muchos años que hayan trascurrido, te revelan la
verdad. Así pude enterarme cómo fue que aquella noviecita, que transido de amor
fui a visitar a las fiestas de su pueblo, insistió tanto para que no me quedara
al baile, so pretexto de la beligerancia de su iracundo padre contra nuestra
relación. Y, aunque yo la creí y regresé, igual que fui, caminando los quince
kilómetros hasta mi casa, no se rompió mi amor ni mi fe en ella. Y ya la tenía
en el olvido cuando, lustros después, el amigo de entonces, que se pegó con
ella la fiesta aquella noche, me dio, tomando copas, el indicio que yo
desconocía.
Estas verdades, que uno ignoró en
su día, evitan enormes disgustos y hasta concitan risa pues, aunque la
credulidad es la base de los mayores ridículos, la ignorancia del crédulo le sirve
de antídoto. Y sólo se pasa vergüenza en diferido, o sea, con muchos años de
retraso, lo que viene a ser, casi, como vergüenza ajena.
Pero dejando estos ejemplos, de
los que en mi sagaz vida colecciono para dar y tomar, hoy he descubierto otro
misterio del pasado.
Ha sido por mi afición a las
palabras y a los libros. Pero si bien hoy he conocido su desenlace, la trama
comenzó en los lejanos tiempos de mi mocedad.
En aquella época todos los
veinteañeros andábamos cieguitos tras aquellas bellas muchachas apenas salidas
de la adolescencia. Y, aunque todos nos sentíamos galanes e incluso, alguno el
mismo Apolo, jamás ninguno consiguió emular nunca los éxitos románticos de “El Chicle”,
también conocido como “El Abeja”. No nos explicábamos los éxitos amorosos de
aquel tipo flaco y larguirucho, como espigado, con nariz de apagavelas y algo
dentón. Y, como ninguno le tragábamos, le llamábamos el Chicle, y, por su afición
de andar por el campo buscando flores, el Abeja. Lo cierto es que Longinos,
alias el Chicle y el Abeja, era estudiante de farmacia y, a la vez, mancebo en
la del farmacéutico titular don Apapurcio Cordával y Chorrón.
Pasaba Longinos muchas horas por
los campos, recolectando plantas, hojas y flores en su zurrón, conocía sus
nombres científicos que, dichos en latín, sonaban como escupitajos tan esquivos,
que patinaban hasta por las memorias más adherentes. Y, según nos contaba, en
los raros momentos en que conseguía nuestra atención, con todos esos hierbajos
se podían preparar infusiones, decocciones, maceraciones, inhalaciones,
cataplasmas, emplastos, compresas, jarabes, tinturas, jugos, pomadas, hacer
enjuagues y gargarismos, tomar baños o hacerse lavados. Y ponderaba tanto y tan
pesadamente sobre las inefables cualidades de aquellas substancias, que todos
nos negábamos a aguantar sus monótonas peroratas.
Pues bien, hete aquí que toda
muchacha que accedía a acompañarle a la farmacia salía de ella, tras un par de
horas, obnubilada por Longinos. Ninguno nos lo explicábamos pues las chicas que
no le conocían no sentían ninguna atracción por él.
-¿Qué te parece Longinos,
Candelitas?
-¡Huy! ¡Huy ése! Ése es más feo
que un muerto con mocos.
Bien, pues a pesar de que, más o
menos, todas coincidían en el dictamen, aquélla que le acompañaba a la farmacia
indefectiblemente sucumbía. Y, tras conocer el desfile de beldades por la
penumbra de aquella rebotica, todos llegamos a la conclusión de que Longinos,
con toda su repelente fealdad, lograba su objetivo: jodía más que una mota en
ojo.
Finalmente una de aquellas
seducidas por el himenóptero, al que por sus triunfos en los asuntos del
himeneo, comenzamos a llamar “El Zángano”, nos habló de una planta llamada
Belesa.
No quisimos saber más. De
inmediato le exigimos a Longinos que nos enseñara su secreto, que lo
compartiera con nosotros, que no podía seguir acaparando el bien común.
Él nos dijo que no fuésemos tontos,
que la Belesa era una planta que tenía pocos usos medicinales y que, si para
algo sirvía, era para los dolores de muelas y que por eso se le llama también
Dentalaria. Y, como no le creímos, uno con dolor de muelas se ofreció a
probarla. Longinos, moviendo condescendientemente la cabeza, se la administró y
el improvisado paciente, tras masticarla, sufrió tal inflamación generalizada
de toda la boca que, efectivamente, olvidó al instante el dolor de muelas.
Pasaron los años. Los estudios,
los trabajos y las ocupaciones nos disgregaron. Longinos era hasta hoy sólo un
recuerdo
Esta mañana ha caído en mis manos
casualmente un libro de Botánica. Al abrirlo al azar ha aparecido Belesa
(Plumbago Europeae), también conocido por Dentalaria. He recordado al instante
al bueno de Longinos y, antes de leer el artículo, casi me he enternecido. Sin
embargo, al leer esto:
“…empleada su infusión por sus propiedades
narcóticas e hipnóticas, de donde proviene la etimología del verbo embelesar…”
He atado cabos.
Cómo las urdía el cabrón del
Zángano: las embelesaba. Las tenía embelesaditas.
Si es que, de otra manera, no
podía ser.
9 comentarios:
Menudo pinta estaba hecho el estudiante de farmacia, con ese "embelesar".
Hace mucho leí que "aquello que no sabes, no duele" pues igual con esas verdades que uno desconoce y que al cabo de los años, cuando se conocen igual hasta nos arrancan una sonrisa por ser inocentes.
Es mucho peor para aquellos que viven generando mentiras.
Un saludo
Me gusta mucho urdir historias, Conxita, así que no creas lo que escribo, puede ser sólo un cuento. En cierto modo soy uno de los que pasan la vida construyendo, al menos sobre el papel o la pantalla, mentiras. Así que, seguramente y visto así, soy uno de esos indeseables a los que aludes. No lo puedo evitar, me encantan las fantasías.
Por lo demás, estoy de acuerdo con lo que dices y, si la historia te ha hecho gracia, me alegro.
Saludos y gracias por venir y más por dejar un comentario, eso me anima mucho.
Soros
¿De eso se trata no? de contar historias que no tienen que ser ni ciertas ni nuestras, por eso nos gusta imaginarlas.
A mi más de una vez en el blog me han preguntado si eran autobiográficas, no acostumbro a decir ni que si ni que no, aunque no lo son, porque desde el momento en que las imagino, ya son mías.
Un placer leerte y que hayas venido a mi blog, me ha encantado tu comentario, espero verte pronto de vuelta.
Saludos
Llego a tu blog a través del de Conxita y, si todas las historias que nos cuentas tienen este ritmo "pausado sin pausa" y se tiñen de ese carácter tan personal... menudo descubrimento el mío en esta tarde de sábado!.
Me ha gustado mucho leerte, con tu permiso me quedo por aquí.
Un saludo.
Oye, Eme, que una persona, de la valía de Conxita, me recomiende casi me abruma. Pero es un placer tener de vez en cuando algún lector. Así que quédate por aquí todo lo que quieras. Historias no han de faltarte, llevo casi diez años publicando cosas variadas en este blog modestito y arcaico donde hay muchas letras y poca tecnología.
Un placer, Eme, y muchas gracias por tu amabilidad.
Llego desde la casa de Eme y he de decir que ya sospechaba yo , más que nada por "embelesar" que realidad no era tal ese galán
Hilvanas las letras de una forma en la que apetece seguir leyendo más , incluso saber qué tenía preparado el destino para nuestro "a-puesto" protagonista.
Mi abrazo ✴
Gracias por leer y por comentar el relato, AtHeNeA.
Se ve que Eme va hablando bien de mí. Os lo agradezco a ambas.
Y, sobre todo, me alegro de que os haya gustado la historieta.
Un abrazo.
"la ignorancia del crédulo le sirve de antídoto. Y sólo se pasa vergüenza en diferido, o sea, con muchos años de retraso, lo que viene a ser, casi, como vergüenza ajena."
la vergüenza ajena también es mala de llevar...
(Te has currado la historia, pero el nombre del farmacéutico, no tiene precio)
Me alegro mucho, Zeltia, de que te haya gustado. Y también de que hayas hecho un comentario.
No sé por qué los farmacéuticos y los notarios solían tener siempre unos nombres muy raros, ni tampoco por qué anuncian las colonias con acento extranjero. Ambas incógnitas han marcado mi vida. :-)
Saludos.
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