Apenas bajaron de la moto, y casi
sin terminar de estirarse, pie en tierra, de la forzada posición que habían
mantenido en el viaje, descubrieron a los dos hombres que les miraban inmóviles
desde la casa. De inmediato saludaron con la mano y se acercaron a ellos
relajadamente, con una sonrisa amistosa.
-No
esperábamos encontrar a nadie por aquí –dijo el chico
-Nosotros
tampoco –dijo MP secamente, sin dar confianzas.
-No se preocupen
por nosotros –dijo ella- somos estudiantes y andamos haciendo averiguaciones
sobre el santuario y el Barón de Montago y, aprovechando el fin de semana,
hemos venido a dar una vuelta.
Reparó entonces Serafín en que
habían perdido, al menos él, el calendario interno de los días, ése que nunca
se olvida en la ciudad. No sabían el día en que vivían. Así que, el que los
muchachos se lo hubieran recordado, casi le pareció una intromisión.
-Para nosotros
todos los días son iguales, –contestó MP, como si le hubiera escuchado el
pensamiento- pero compartiremos el albergue, como es de justicia.
-No, muchas
gracias, no se trata de eso. Preferimos instalar nuestra tienda. Venimos equipados.
Tal vez luego nos veamos, si no les importa –dijo el chico, y los dos se
marcharon a descargar el equipaje de la moto.
Les observaron desde la casa montar
una pequeña tienda, a unos cien metros, en la zona seca de la pradera.
Descargaron después los otros bultos y lo metieron todo en ella. Tras colocar
la pesada moto al lado y apoyarla en su pata de cabra, se dirigieron hacia el
santuario.
Bordeándolo por la parte
contraria a la casa, se acercaron a la pared rocosa y anduvieron por allí
mirando, sin duda, aprovechando el poco tiempo de luz que le quedaba al día.
Luego les perdieron de vista.
A la noche los muchachos se
acercaron al refugio. Traían comida y bebida y les pidieron permiso para cenar con
ellos. A MP pareció agradarle el comedimiento que mostraban, pero asintió con
un ademán que pareció de indiferencia. A Serafín le gustó ver gente nueva,
sobre todo porque éstos, para variar, eran muy jóvenes.
Mientras compartieron cobijo,
fuego y cena supieron que eran estudiantes de historia y también que
investigaban sobre el enigmático Barón de Montago.
Por lo visto, nada fiable se
conocía sobre él. Según los muchachos, existía la sospecha de que, bajo tal
nombre, se ocultó otra persona de identidad desconocida. No les cabía duda de
que en los archivos del Reino Unido, de donde se suponía que Montago procedía,
y en los de otros países europeos, por los que se presumía que había pasado,
tenía que haber alguna información sobre él y, sin embargo, no la había o, al
menos, hasta ahora nadie la había encontrado. Según los estudiantes, de un
personaje de la categoría de Montago, era imposible tal carencia de información
y referencias. Así que ya llevaban seis meses investigando con más pena que
gloria y, sobre todo, con ese desánimo que proporcionan los vacíos inexplicables.
-Seguro que en
los archivos del obispado podrán proporcionaros alguna información –dijo MP,
recordando sus búsquedas en los archivos del ministerio.
-Ya se la
pedimos, pero el breve informe que nos han enviado no nos ha aportado más que
vaguedades y tópicos. Vamos, esas cosas que escriben los cronistas locales y
que se limitan a trasmitir tradiciones o leyendas con poco o ningún rigor histórico.
-Pero se
supone que el testamento del Barón ha de encontrarse en los archivos del
obispado.
-Puede que así
sea o puede que no, pues, por desgracia, a consecuencia de las guerras y
conflictos de los últimos siglos, muchos documentos han desaparecido, se han
trasladado o, incluso, se encuentran en colecciones particulares a las que el
acceso es casi imposible. Y, en el caso de que no haya sido así, las guerras
proporcionan una buena excusa para dar por perdido lo que no se desea mostrar.
-¿Y en los
archivos del Vaticano? –sugirió Serafín.
-Puede ser.
Pero parte de ellos tienen un acceso muy restringido, incluso para los
dignatarios de la iglesia. No sueltan prenda los del obispado, cómo para
conseguir algo del Vaticano.
-¿Y a vosotros
qué os importan los secretos de la Iglesia? –preguntó MP con repentina
exasperación, algo de inquina en el tono, y su habitual tacto.
-Ya se le
reconocen a la Iglesia muchos secretos, sin contar los misterios en los que esa
fe se asienta –dijo suavemente la chica- pero, a nosotros, nos interesa la
historia y no lo que cada cual quiera creer. Por tanto, el Barón de Montago,
tiene para nosotros un significado y un valor histórico que pertenece a la Humanidad
y que no es patrimonio ni, en su caso, debería ser secreto de ninguna asociación
religiosa. La doctrina de la Iglesia y la Iglesia misma nos traen sin cuidado,
mientras ésta no se convierta en una entidad protagonista de la historia porque,
en tal caso, sus hechos, que no su doctrina, entran en el ámbito del acervo
colectivo, ése que todos tenemos derecho a conocer por ser, como lo es la
historia, algo común a todos –acabó la muchacha más en tono didáctico que
buscando diatriba con aquel viejo malencarado y con pinta de vagabundo, tan presto
a la cólera.
Sin embargo, en mala hora lo hizo,
pues MP se dio por aludido y encarándose con ella le espetó:
-Oiga usted,
señorita, ¿es que no le parece suficiente que la Iglesia haya preservado hasta
hoy la mayor parte del patrimonio cultural que tenemos? ¿Es que no le parece
suficiente su obra ingente? ¿Es que se cree usted con derecho a inquirir de los
Papas y de esta benefactora institución lo que a usted se le antoje? ¿Es que…?
Y Serafín, viendo que don Macario
se estaba poniendo de manos, terció:
-Pero deje que
se explique la chica, que no la deja usted ni respirar.
-Mire, si la
Iglesia intervino en la historia de estas tierras, más allá del bienestar
espiritual que procurase a sus fieles, es mi deber indagarlo como historiadora
y, luego, divulgarlo para el mejor conocimiento de las cosas. Es cierto que la
Iglesia ha preservado muchas cosas pero, los fondos, procedieron de todos los
que de grado o por la fuerza hubieron de contribuir con sus tributos y sus
diezmos a ella y no veo, además, la razón de que una cosa justifique la otra. ¿A
qué viene, en su caso, ese deseo de ocultar la historia? Por otro lado, a todos
nos gusta averiguar cosas y, seguramente, el hecho de que usted, a sus años,
camine errante por ahí, en compañía de este hombre sencillo, tampoco será ajeno
a tal anhelo.
Se preparaba MP para rebatirle
airado, pero el último razonamiento de la chica le contuvo. Calló como si
hubiese olvidado cuanto iba a decir. Miró al fuego, sacó un cigarro y jugó un
momento con él entre los dedos. Lo encendió con parsimonia y dijo:
-Me alegro de
que en la Universidad les enseñen a ustedes a pensar.
El Renuncia alargó el botillo a
la chica:
-Prueba el
vino.
Ella, sin retirar los ojos del
viejo, tomó el botillo y dio las gracias. Al cabo de un rato, volvió a
dirigirse a MP y dijo:
-No olvide usted
que, a pensar, nos enseñamos también unos a otros.
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