El silencio
era espeso e incierto, parecía más una tregua, y le daba a la estancia la chocante
inmovilidad de una ciénaga en calma. Serafín, deseando sacudirse la sensación
de incomodidad que se había apoderado del ambiente, preguntó, con voz
interesada y amable, si habían averiguado algo interesante sobre el santuario.
MP, si bien con gesto serio, carraspeó y se puso en actitud atenta, como si
diera por sentado que los estudiantes tuvieran la obligación de informarles de
lo que sabían.
Los muchachos
se miraron y, sin duda, considerando que lo que dijeran iba a ser aburrido y
tedioso para los dos hombres, omitieron datos precisos, fuentes y rutinarias fechas,
pero les contaron, a ratos él, a ratos ella, la siguiente historia:
-La primera
cosa que nos llamó la atención –comenzó el chico- fue la doble rosa que aparece
en distintos lugares y principalmente en los dinteles de las puertas y ventanas
principales. Al principio, pensamos que esas rosas de cinco pétalos regulares y
otros cinco interiores, girados y concéntricos, podrían tener que ver con el
pentágono y con los símbolos del Temple, que todo el mundo dice encontrar hoy
en día por doquier. Los Templarios parece que se han puesto de moda –ironizó el
muchacho- Después pensamos que podría tratarse del símbolo del loto, muy
habitual también en las decoraciones arquitectónicas. Pero, lo que finalmente
creemos es que, los símbolos, hacen referencia a la época de Las Dos Rosas en
Inglaterra, es decir, a la rosa de Lancaster y la rosa de York y a la posterior
unión de las dos en la rosa de Tudor. Esta época, de guerra civil en Inglaterra,
tuvo lugar a mediados del siglo XV y, por tanto, en la época de nuestro beato o
barón.
-¿Por qué
habéis pensado en esas rosas y no en otras? –dijo Serafín, cuando vio que los
chicos mostraban interés en contar lo que sabían.
-Pues, porque
el Barón de Montago, por lo que sabemos,
vino aquí procedente de Inglaterra, en la época a la que los románticos
llamaron La Guerra de las Dos Rosas, que, aparte del nombre, fue un tiempo de
intrigas y luchas salvajes por la sucesión en el trono de Inglaterra, que, de
romántico, tuvo muy poco. Los contendientes eran las dos casas que se creían
con derecho a ello, la de Lancaster, la rosa roja, y la de York, la rosa
blanca.
-¿Y cuál de
las dos es la que se ha simbolizado en este edificio? –preguntó MP.
-Pues eso es
lo curioso, que no es la una ni la otra, sino otra posterior que se hizo cuando
se logró la paz y las dos casas se fusionaron: la doble rosa, la rosa de Tudor.
Un símbolo de reconciliación, que siguió a la boda del rey Enrique VII con
Isabel de York en el año 1486, y que, simbólicamente, quiso poner fin a los
enfrentamientos de los años anteriores, que tantas muertes, desolación y
desgracias causaron.
-¿Y qué tiene
que ver el beato Montago con todo eso? –continuó MP.
-Creemos que
ese nombre es una deformación de un nombre inglés que bien podría ser el de Montagough
o Montagu. De hecho, en aquellas guerras, participaron muy activamente John
Neville, marqués de Montagu, y su hermano Richard, más conocido por ser el conde
de Warwick, o también por Warwick the Kingmaker, un apodo que significa, algo
así, como el hacedor de reyes. Ambos fueron personajes claves en aquella larga
guerra de sucesión y singularmente el segundo, de ahí su apelativo. Pero, por
otro lado, ambos murieron en ella. Y además el mismo día, el 14 de abril de
1471, en la batalla de Barnet.
-Por lo tanto
ahí se pierde vuestra pista, pues no pudieron ser ellos los que vinieran aquí
para quedarse y hacer esta fundación–replicó MP.
-No del todo,
porque John Neville, marqués de Montagu, fue nombrado, por sus hechos de guerra,
conde de Northumberland, y es de esta zona de donde se supone que proviene
nuestro Montago.
-Sí. El panel
informativo lo pone: El Barón de Montago, señor de los Airheads de Northumberland
–dijo MP.
-Sí, es una
afirmación algo grandilocuente y pomposa, como tantas que se hacen sobre hechos
que, en profundidad, desconocemos y que, a falta de certezas, nos gusta
mantener en el ámbito etéreo de eso que llamamos tradición. Sin embargo,
observen ustedes, que no se cita al marqués de Montagu, ni al conde de
Northumberland, sino a un barón, que es un título de menor rango. Así que
nosotros nos hemos centrado en la figura de John Neville, marqués de Montagu y
conde de Northumberland.
-¿Pero no
acabáis de decir que murió en 1471?
-Sí, pero nos
intriga la probable existencia de algún hermano o hijo que fuese el que, bajo
la protección de esos dos poderosos, los Neville, el marqués y el hacedor de
reyes, tan decisivos en aquellos hechos, se trasladase al Muedo y se
estableciese aquí.
-¿Y qué razón
habría tenido un hermano de esos dos potentados para venir a parar aquí?
-Pues mire,
puede que él no tuviese ninguna voluntad de hacerlo, pero sí los que le
rodeaban para, de algún modo, deshacerse de él. Northumberland es un condado al
norte de Inglaterra, fronterizo con Escocia, agreste y muy poco poblado
actualmente, y, menos poblado aún, en aquella época. Sin embargo, se considera,
por los historiadores actuales, que es el lugar donde germinó la
cristianización de la isla. Entre las leyendas de la época se cita la existencia
de una especie de ermitaño, que predicó en Inglaterra contra aquella guerra
entre hermanos que diezmó al país y que trajo consigo la miseria y el hambre.
Al parecer, el tal ermitaño, atrajo a muchos partidarios. Éstos se resistían a
utilizar la violencia contra sus hermanos y preferían las penurias compartidas antes
que sobrevivir o perecer, por razones para ellos intangibles, entre las
mesnadas de uno u otro bando. Los nobles, los comerciantes y los poderosos les
denominaron los Airheads, con burla y desprecio, y el mote triunfó, y aquella
mofa se extendió por toda la isla.
-Pero, ¿cómo
los Airheads de Northumberland habrían podido desplazarse desde Inglaterra hasta
aquí, siendo gente pobre, sin medios, y sin protección? –dijo MP.
-Nosotros sostenemos
que el predicador, el ermitaño aquel,
era un hombre influyente. No obstante, el número de sus seguidores,
tomado a broma en un principio, fue creciendo tras cada batalla y llegaron a
ser una multitud que habitaba las agrestes tierras de Northumberland,
sobreviviendo con lo indispensable y dando una alternativa, inédita entonces, a
todos los desgraciados que las levas de los dos contendientes pretendían
reclutar sin otra opción.
-¿Y cómo los
poderosos no acabaron con aquella cofradía de miserables traidores y cobardes
que se mostraban en contra de la guerra? –dijo MP, tan serio como un estadista
responsable.
-El hecho de
ser Northumberland el condado en el que se concentraban, nos hace suponer que
el conde, a la sazón marqués de Montagu, por alguna razón, les protegía y
ayudaba. Nuestra idea es que el predicador era un hermano menor del marqués, un
Montagu. De ahí la protección que él y sus seguidores tuvieron en el condado.
Pero, finalmente, abochornados los dos aguerridos hermanos mayores por las cristianas
recriminaciones del hermano menor y por el mal ejemplo que daban al pueblo los
Airheads, con su activa oposición a la guerra y la admisión de prófugos y
desertores entre ellos, hicieron que el ermitaño pusiera tierra de por medio y,
con el título honorario de barón, y la protección de su nombre e influencia, se
las arreglaron para que atravesara Francia y se estableciera aquí con los
suyos.
-¿Podría
tratarse de un incipiente movimiento pacifista en una sociedad en la que tales
movimientos no se contemplaban ni se concebían? –dijo el Renuncia.
-Puede que así
fuera –dijo la muchacha- pero eso no podemos saberlo. Ha habido movimientos de
ese tipo siempre pero, por unas razones o por otras, también siempre se
silenciaron a lo largo de la historia. Se construyó un pensamiento contra la
lógica. Se inventaron las ideas de la lealtad al rey, o de los nacionalismos
patrióticos, o de la ortodoxia religiosa que identificaba a la deidad con la
patria y con el rey, u otras, igual de partidistas, para sofocar esos
movimientos de natural disidencia que siempre han existido. Y, la verdad, es
que, hasta nuestros días, esas ideas, sustitutivas del sentido común, han
venido funcionando con éxito e, inexplicablemente, movieron y mueven a las
masas. Han sido y son una llamada al gregarismo identitario que,
inexplicablemente, nunca hemos perdido los humanos. Tal vez sea una idea
primaria, procedente de la prehistoria, y encajada en nuestro cerebro como una
impronta defensiva y visceral.
-Ni debemos
perderla –terció MP- pues si no defendemos nuestra identidad y nuestra
historia, estaremos perdidos irremediablemente.
-No estoy muy
segura –dijo la chica- pues, si lo que usted dice fuera cierto, hoy los
capitales no hubieran saltado las fronteras, las empresas no hubieran buscado
su auge en lugares extraños donde pudieran medrar con más ganancias, las
personas no emigrarían buscando mejores horizontes, los talentos no se
venderían al mejor postor y, para no abundar más, los nacidos en cada sitio no
mirarían sino por su comunidad. Pero esto ni es así, ni lo ha sido, y camino
lleva de serlo cada vez menos pues, el egoísmo que propugnaban y propugnan
todos estos movimientos, ha terminado globalizando el mundo y, la comunicación,
que pretendía dominar las ideas e incluso la realidad, ha terminado por
informar a cada cual en el planeta de lo que pasa, por más que muchos se
empeñen aún por evitarlo. Entre que el mundo sea de todos o de algunos,
triunfará lo primero o, lejos de haber un triunfo, sólo conoceremos barbaries y
desgracias.
-No me diga,
señorita sabia, –interrumpió un MP repentinamente enfurecido- que el futuro va
a librarnos de nuestras ataduras, ¿es que cree usted que nuestra época es
distinta de las demás por el mero hecho de que la vive usted? Las cosas son
como han sido siempre y el mundo está hecho a la medida de quienes lo dirigen
y, cuanto antes se entere usted de esto, antes podrá hacer algo decente por los
demás y por usted misma. El mundo está regido por la honradez y la decencia de
los muchos que simplemente lo habitan, porque los pocos que accidentalmente lo
dirigen raramente se evaden del sarcoma que el poder encierra.
La muchacha se
quedó callada, sin saber si el viejo y ella hablaban de lo mismo, y luego, con
una tristeza impropia de su edad, miro a MP y dijo:
-Usted puede
seguir con sus ideas. Seguramente llevará razón. Sería tonto que yo pretendiera
convencerle. Pero, pese a todo, con cada generación se avanza un paso y, en la
mía, no seré yo quien se resigne a no darlo.
MP no contestó.
Le gustó el temple de la chica. Y, se dijo, que, diciendo cosas diferentes,
podían llevar razón dos personas a la par. Se metió dentro de sí, como un
caracol que se retrae bajo su concha, y pensó que ojalá fuera otra vez joven,
sabiendo lo que ya sabía. Pero, enseguida, se percató de su contradicción, ya que,
lo que sabía, lo sabía por viejo, y, su conocimiento, sólo serviría para
detener a un joven, para hacerle un escéptico precoz y, por tanto, un ser tan
inútil como él había sido. Y se dijo también que no era lo mismo saber que
aprender. Y que, en su caso, el haber aprendido mucho no significaba que
supiera lo suficiente; y que la experiencia era una defensa, más para
sobrevivir que para saber y progresar. La experiencia busca seguridad y no
riesgo, y tampoco incita a buscar lo oculto, a enfrentarse con la vida
verdadera, esa que dicen que nos cerca permanentemente, que nos hace desconfiar
de los demás, que nos hace sentirnos amigos o enemigos por instinto, y, así, ocultarnos
mutuamente. Dudó, por un momento, de la utilidad de esa acumulación de
vivencias que dicen que a los viejos les sirven para sobrevivir pero que, a los
jóvenes, no les sirven para vivir. Y pensó también que sobrevivir y vivir eran,
definitivamente, las palabras que, simulando afinidad, matizaban la gran diferencia
entre jóvenes y viejos. Y que los jóvenes están para vivir. Los viejos ya, daba
igual.
Como se había
hecho de nuevo el pesado silencio, Serafín lo rompió de nuevo:
-Bien, pero,
tal vez, la cosa sería fácil de averiguar si se consiguiera el testamento del
beato Montago. Seguramente en él aparecerá su nombre verdadero y el origen de
sus gentes y de sus propiedades. El obispado de Nogüenza, titular de la
herencia del Barón y albacea de todas las otras disposiciones que éste dejó en
ese documento, debe tener certeza de quién era ese hombre.
-Sí, pero
dicen que ya no se conserva en sus archivos tal documento. Que lamentablemente
no ha quedado rastro escrito de esta historia. Y, aunque les pedimos otras
referencias indirectas, nos dicen que no las hay.
-Y vosotros no
les creéis –terció MP.
-Nosotros
podemos creer que los papeles originales hayan desaparecido. En los últimos
quinientos años ha habido numerosos avatares: guerras, saqueos, incendios,
robos, etc. pero, lo que nos tiene perplejos, es que no nos den siquiera
referencias, documentos que hablen sobre otros documentos, viejos catastros,
cuentas antiguas…, no sé, algo que nos indique por dónde seguir –dijo la chica.
Llegado este
punto, vieron que la historia no tenía ya posibilidad de continuación, excepto
en lo que cada cual pudiera imaginar. Así que los muchachos se despidieron y ya
se marchaban a su tienda, cuando MP les hizo una última pregunta:
-¿Y qué
significa exactamente “airheads”, el mote ese que les dieron a aquellos viejos
disidentes del bipartidismo de entonces?
-Algo así como
cabezas huecas –contestó la chica- pero, si prefiere usted algo menos literal y
más acorde con las palabras que empleamos hoy en día, se podría traducir por
“gilipollas”: Los gilipollas de Northumberland.
Los dos
hombres quedaron pensativos y fumaron un cigarro en silencio. Ambos
comprendieron que ya entonces, en el siglo XV, el sistema imperante despreciaba
a aquellos que pretendían cualquier alternativa a lo establecido, y eso les dio
que pensar. Se acostaron enseguida a la tenue luz rojiza del rescoldo.
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