Del origen de las innumerables
vírgenes que son objeto de devoción en las ermitas, santuarios e iglesias de
España no tengo una opinión basada en estudios ni en pruebas documentales, pues
no soy un erudito ni un historiador, si acaso un mal lector, y ni siquiera me
tengo por devoto.
Me gusta imaginar, en mi
ignorancia, que en aquellos siglos, que la historia recopiló vagamente bajo el
nombre global de La Reconquista, las fronteras entre los dominios árabes y
cristianos fluctuaban continuamente. Así las inseguras tierras fronterizas tal
vez fueran escenarios de razias musulmanas o de incursiones cristianas con
tanta frecuencia o más de las que cuentan los anales y, en ambos casos,
convencidos ambos bandos de la única y verdadera identidad de su Dios y fidelísimos
a Él, se entregaran en sus efímeras y mudables conquistas a la iconoclasia. En
esta dolorosa destrucción de imágenes temo que llevaran la peor parte los
cristianos, pues no les era permitido a los musulmanes la representaciones
sagradas en iconos.
Esto me hace suponer que algunos
fervorosos cristianos, que a los largo de esos siglos poblaron las inestables
fronteras, hartos de ver quemadas sus iglesias, sus adoradas imágenes y sus
sagradas reliquias, dieran en preservarlas escondiéndolas en los lugares más
inexpugnables, remotos e inaccesibles que les proporcionara la orografía
circundante.
Así, al cabo de los años, solían
aparecer imágenes de vírgenes, santos, crucificados u otros exvotos y reliquias
de apóstoles muy principales, en los lugares más insospechados y chocantes. De
tal modo que parecían haber sido puestas allí más que para que alguien alguna
vez las encontrara, para que jamás las encontrara nadie. Sin embargo solían ser
halladas por humildes e iletrados pastores o por honrados patanes y ganapanes
que habían de buscarse su sustento en lo más fragoso de las sierras.
Algunos dicen que estos hallazgos,
principalmente por parte de los rabadanes y zagales, eran una cosa natural y
esperada, habida cuenta de que los primeros que acudieron al Portal de Belén
donde nació el niño Dios fueron gente de este gremio. Y, sin atreverme a poner
en duda esta realidad nunca negada, me aventuro a pensar si este hecho no
tendría más que ver, en nuestro país, con la trashumancia de los ganados.
Este hecho de la trashumancia se
da por antiquísimo pues el ganado, ajeno a las creencias, ambiciones y codicias
de los hombres, tenía necesidad de los pastos frescos que dan las recónditas y
elevadas sierras en las agostadas y, durante el invierno, de las acogedoras
temperaturas y herbazales de las tierras más bajas. Por tanto la vida de los
pastores era un deambular constante con sus hatajos por sierras, valles,
cañadas, cordeles, veredas, coladas, vericuetos,
atajos y senderos la mayor parte del año.
De esta realidad fueron
conscientes desde muy antiguo los más principales y así el mismo don Alfonso X
El Sabio, seguramente haciendo honor a su sobrenombre y siendo secundado luego
por otros sagaces monarcas, dicen que dio origen al Honrado Concejo de la Mesta
que, desde 1273 hasta 1836, defendió con incontables privilegios la práctica de
este oficio. Desempeño que era provechoso para los tesoros públicos y privados
(que entonces ya también se solapaban) de la nación por el importante comercio
y exportación de lanas y el aparejo de impuestos que lo anterior traía consigo.
Y como estos hechos parece que
son aún más antiguos que los primeros documentos que los datan, imagino que ésta
es la razón por la que tantas imágenes y otros vestigios sagrados fueron
encontrados por pastores. Sobre robles, encinas, madroños o hayas aparecieron.
En cuevas, márgenes de ríos o taludes también. Asimismo en otros lugares
insospechados y sorprendentes.
Pero, lamentablemente, no puedo
dar por cierto estos hechos pues carezco de pruebas que avalen mis elucubraciones
y, por otro lado, nadie puede afirmar que no fueran ángeles, querubines o
arcángeles, como la fe y el buen criterio sostienen, quienes realizaran tales portentosos
trasportes y, la Divina Providencia, quien guiara a tan escondidos parajes a
quienes descubrieron estas santas imágenes.
4 comentarios:
¡¡¡Pero qué ignorante soy!!!
De verdad, de verdad que me he quedado de piedra con lo de los ángeles y querubines y la Divina Providencia, además. Aunque no tengas pruebas que lo avalen, me parece más plausible tu razonamiento.
Gracias por estos ratitos de sabiduría.
Un abrazo.
Puede que lleves razón, Sara, pero, ¿quién le pone cotas a la Divina Providencia?
Yo, al menos, no me atrevo.
Un abrazo.
Muy interesante razonamiento que me deja alucinada y llena de preguntas. Pero a la vez más cerca de la certeza de
poder ilimitado de la Divina Providencia.
Uno, cuando se aburre, recopila los conocimientos que amontonó con el tiempo y se pone a imaginar cosas que pueden tener o no algún fundamento. Pero siempre queda más misteriosa y romántica la intervención divina. ¡Dónde va a parar!
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