Oí una vez que en los países del
norte de Europa, de donde emigran los petirrojos que en invierno vemos en
España, estos pájaros suelen entrar en las casas. También mi interlocutor, al
que tengo totalmente olvidado, me dijo que incluso juegan con los niños, los perros
y los gatos y hasta se dejan alimentar
en la mano. Pero esto era sólo una idea que andaba tan perdida en mi cabeza
como lo está el autor de aquel curioso comentario. Además, siendo sincero, ni
siquiera le creí, aunque tampoco me molesté en contradecirle.
El día de Navidad, pese a la
trasnochada y los excesos de la cena de Nochebuena, salí de caza. Al menos,
quemaría parcialmente el aluvión calórico de guisos, vinos, cavas y turrones.
Había cuatro grados bajo cero al
amanecer pero no hacía viento y el anticiclón de invierno entibió enseguida el
día claro y luminoso. Las perras gozaban con el día y yo también. Hasta tal
punto que, ellas correteando como locas, y yo caminando relajado, íbamos los
tres por el monte tan alegres. El placer del sol de invierno inundando la fría,
quieta y seca atmósfera llegó un momento que, yo creo, que nos hizo olvidar
hasta que el día era de caza.
No quise sujetar ese mañana a la
braca. Así que la poderosa y atlética perra iba muy por encima, adelantada y
nerviosa como siempre, en aquella gran ladera solana. El edredón amigo del
tibio sol de invierno, bajo el inmenso azul sin una nube, nos arropaba a
animales y tierras como si lo manejara la mano de una madre.
Al buscar con la vista a la
menuda Tiqui, la vi quieta, inmóvil, con el hocico pegado al suelo unos metros
arriba. Me previne, pero la perra no variaba de posición. Subí, sin quitarle el
ojo, y me acerqué lentamente a ella. Llegué a su lado con el aliento contenido
y los sentidos alertas ante el inminente salto del conejo o la liebre. Pero no
hubo nada, ni la perrilla cambió de posición. La azucé, pero no se movió.
Reparé entonces en que justo a un
dedo de su hocico había un pajarillo inmóvil. Estaba en pie con todas sus
plumillas esponjadas, absorbiendo el radiante calor del sol en la ladera. Era
un petirrojo. La primera impresión, ante la actitud de los dos animales, ambos
quietos, fue pensar que el pájaro estaba mantudo, enfermo, quizás muriéndose y
que, la perra, tan pronto como hiciera un movimiento lo cogería por instinto.
Seguramente estaba asistiendo al
fin de un animal que moría de muerte natural, como tantos mueren en el
anonimato de la Naturaleza. Pensé qué extraña casualidad me estaba haciendo
testigo de aquello.
Me alejé unos metros y llamé a la
Tiqui. Si el pajarillo se estaba
muriendo, sería mejor dejarle que acabara en paz. Obediente, vino la perra a mi
lado sin tocar al pájaro, como si hubiese entendido mis pensamientos. El
petirrojo siguió tomando el último sol que le quedaba. Me agaché y le hice un
par de fotos, deduciendo que sólo la proximidad de la muerte me permitía tanta
cercanía a un pájaro salvaje.
La perra volvió a mi lado y, al
verme interesado con el pajarillo, lo cogió sin más. Al instante, temí que lo
hubiera matado, acostumbrada, como está, a morder sañudamente la caza. Pero,
para mi sorpresa, la Tiqui lo había tomado del suelo con tanta rapidez como
delicadeza y me lo ofrecía vivo en su hociquillo, como si fuera un obsequio
cariñoso. Esto es que el pajarillo está tan débil ya, que no puede volar, me
dije. O, tal vez, esté llegando a su final porque se ha roto un ala.
-
Déjalo, Tiqui –dije.
La perrilla me miró un instante y
luego lo soltó.
Para mi nueva sorpresa el
petirrojo salió volando. La Tiqui lo siguió. Perrilla y petirrojo pasaron un
rato jugando de un espino a otro, hasta que el pelirrojo se cansó, dio un vuelo
largo y cruzó a otra ladera. Al petirrojo no le pasaba nada.
La razón por la que perra y
pájaro actuaron así, no la comprendo. O, tal vez, sea algo tan portentoso que
no me atrevo a intentar comprenderlo.
Por primera vez he recibido un
verdadero e insólito regalo de Navidad.
2 comentarios:
¡Qué lindo!
Es un regalito de esos que dicen son para el alma.
¡Gracias por compartirlo!
♪Laralí laralá♪
Abrazos helados (aquí también andan los climas en bajo cero)
Y para el alma fue, señora.
Me alegro de que te gustara.
Abrazos, Descalza.
Publicar un comentario