MP rumiaba placenteramente la
soledad en su pequeño piso del centro. Pensaba que tenía derecho a ella. Un
derecho ganado con los años pasados contemplando pacientemente a sus jefes y
respondiendo cortésmente a todas las demandas que, como conserje mayor del
ministerio, se le hacían. Su soledad era su sosiego, su calma, su descanso, su
señorío inviolable, su paraíso, su reino. Si el casco viejo de la ciudad estaba
impropiamente atascado de coches subidos en las aceras, se soliviantaba, pero
pensaba que así tendría que ser; si a la gente joven le había dado por hacer del
centro el escenario de un botellón continuo, conforme con la marcha; si todos
los grafiteros de la urbe se disputaban cualquier centímetro de pared para
hacer su signito personal, se resignaba ante la tontuna; si putas y rufianes
habían hecho de aquel lugar histórico su madriguera, lo asumía; si los viejos
mesones cerraban a la hora que les petaba, tragaba; si la policía no paraba de
pasar durante la noche tocando las sirenas, se aguantaba; si era frecuente la
llegada de los bomberos con igual despliegue, lo sufría; si no faltaban ambulancias
del 112 aullando como lobas, se tomaba un Lexatín; si se había convertido el
centro en una panoplia multicultural, como decía el alcalde, por la mezcla de
razas, colores, costumbres, vestimentas, músicas y lenguas, lo comprendía; si
los componentes de la panoplia multicultural se fajaban a palos, navajazos y
hasta a tiros una noche sí y la otra también, lo disculpaba en pro del
mestizaje de culturas; si los vecinos sostenían atronadoras grescas frecuentemente
y a deshora, lo consideraba consecuencias inherentes a la convivencia; si la
fauna canina tenía perdidas las calles de cagadas, se tragaba con cívico
silencio la repugnancia; si los borrachos se meaban en las esquinas y en los
portales, contenía la respiración con disimulo; si robaban cada tres por dos en
los colmados, se condolía con los desesperados propietarios; si se llevaban los
cepillos de la rectoral de San Onofre, asimismo se condolía espiritualmente; si
desfilaba la mismísima Cofradía del Santísimo Copón Bendito tocando tambores y
trompetas, se deleitaba con el sacro concierto… Eran cosas con las que MP
lidiaba a su manera y que, en el fondo, sufría como casi todo el mundo pero poco
le importaban. Y así debía ser pues, en caso contrario, habría abandonado el
mundo de los vivos por causa de los berrinches cotidianos. Y, lo que es más,
seguramente, aunque hubiesen sonado las mismísimas trompetas del Juicio Final,
a MP no le hubiera importado demasiado, así las hubieran tocado a las puertas
de su casa. Pero, eso sí, que le llamaran por teléfono a cualquier hora y con
el pretexto de venderle cualquier cosa, era algo que le dimutaba de tal modo,
que le sacaba de sus casillas de una manera tal, que, de no mediar la distancia,
hubiera estrangulado al sujeto de tal atrevimiento. Cómo se le podía ocurrir a
alguien invadir la intimidad de su espacio y de su tiempo utilizando además
para ello un artilugio que él pagaba. Era incomprensible, inaudito. Era ya el
bicho que se te mete en casa, era el impedirte cualquier honrosa retirada, era
utilizar tu propio dinero contra ti, era un allanamiento de morada, era una
falta de respeto a tu retiro, era un desprecio hacia la intimidad, era una injuria
a tu recogimiento, era, en resumen, una desfachatez y una sinvergonzonería. Era
otra faceta del marketing.
- Huy, pero, ¿qué dice usted? Menuda
oferta que me he hizo Telelaine.
- ¡Coño, pues si supiera la que
me hizo a mí OÑO!
- Pues menudos, los seguros de
CAPFRE.
- Inmejorable la oferta inmobiliaria
de Briks for Airheads.
- Anda pues a mí me ofrecieron
una póliza para el hogar buenísima los del POLIZÓN S.A.
- Pues a mí, ahora la tarjeta
VISTA ya no me sale por un ojo de la cara.
- Yo ya no compro los polvorones
donde siempre, ahora me los manda directamente EL MESÍAS.
- Pues he abierto una cuenta en
el BANK BRÖN prácticamente sin gastos y que colma todas mis expectativas.
- …
- Pero, ¿cómo puede usted
quejarse de la promoción telefónica si no hace más que abrirnos nuevas puertas
al ahorro?
- ¡Calle usted ya, señora, y no
me fría más la sangre!
Y era tras esas llamadas que
tanto le exasperaban, cuando MP se lanzaba a la calle huyendo de su propia casa,
buscando respiro, y con una cara de borde que impelía al mutismo a cuantos se
encontraba en el camino, por más que le conocieran o, tal vez, precisamente por
eso.
¿Es que a nadie le cabe en la
cabeza que no quiero ser un cliente, que sólo quiero ser un ciudadano?
Avanzando por las calles llegó
frente a la fachada del famoso restaurante Hardy. Inesperadamente el anciano medio
ciego, que pedía a su puerta con una lata, se dirigió a él:
- Señor, está usted a las
mismísimas puertas del restaurante
Hardy. Es para mí un placer, caballero, informarle de que, desde su fundación
en 1839, este famoso restaurante ha sido calificado por los más afamados
cronistas de la ciudad como templo de la cordialidad y del buen gusto, amén de
la gastronomía. Sepa que reyes y reinas lo han honrado con su presencia y es a
gente, con su figura y su prestancia, a quien los camareros esperan a la mesa.
Le diré también, para su información, que los menús, vinos aparte, oscilan
entre los setenta y los cien euros…
MP, halagado porque el mendigo le
hubiese tomado por un turista de posibles, así como por el piropo dedicado a su
figura, guardó silencio, se dejó adular y olvidó el enfado que traía.
- …Y estando usted dispuesto a
ser un comensal de Hardy no le dolerá ayudar con un eurillo a este viejo casi
ciego del todo que, además de quedarle muy agradecido, le dará cuanta
información demande sobre la historia, barrios y curiosidades de la villa.
- ¡Coño, Sangresucia, que otra
vez me has vuelto a confundir, que cada día ves menos, joder!
Y el Sangresucia dio un paso
atrás, algo corrido y temeroso, por el vozarrón del corpulento jubilado, pero al
instante sonrió al escuchar el tintineo de un euro en la lata.
- ¡Mil gracias, don Macario!
- Sí, hombre, pregóname bien y
que vengan a pedirme hasta de debajo de las piedras.
- Más bajo puedo decirlo, pero no
más agradecido.
- ¡Que te calles ya, Sangresucia!
Pero el viejo se quedó sonriendo,
mientras con los ojos, que la mirada no le daba para tanto, seguía la abultada
silueta que se alejaba a zancadas.
2 comentarios:
Muy bien escrito, como sueles y con tu sentido del humor habitual.
Lo de que te llamen por teléfono para venderte cosas, pase, pero que te llamen a la hora de la siesta....eso no tiene perdón.
No sé si he entendido bien el final de la historia, ¿quién era Macario?, ¿o eso da igual?
Gracias.
Macario era Macario Prosopón, también llamado MP.
Forma parte de una historia que se llama El Renuncia y que tiene un montón de capítulos.
Si estás interesada en la historia entera, empieza en:
http://sorozs.blogspot.com.es/2013/01/i-el-renuncia-vocacion-la-renuncia.html
Si luego le das a "entrada más reciente" podrás leer la continuación y así.
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