Llegué bastante antes de la hora
del entierro. Me dirigí, sorteando por las cuidadas calles los patios de tumbas
nuevas, al viejo y arrinconado cementerio civil. Enseguida localicé la
sepultura. “Morir es ley, no existe ley para matar”.
“Ni por España, ni por la
República, ni por la libertad, ni por la hostia, ni por los cojones. Yo quería
poner cuatro palabras que hicieran pensar. Y bien que le di vueltas a ver lo
que ponía. Cuando encontré ésas, descansé.”
El epitafio reza en la cabecera
de una tumba sin cruz pero remozada con esos granitos al uso, oscuros, pulidos
y brillantes. La lápida estaba echada a un lado, el cemento fresco listo en una
arqueta y las plaquetas de ladrillo dispuestas para sellar el alojamiento del
nuevo féretro.
Me asomé a la fosa. Los cuatro
cuerpos de ésta estaban vacíos y, bajo el cuarto, había un agujero rectangular,
mucho más pequeño, con una caja medio podrida. Canuto me lo tenía dicho.
“En esa tumba enterré a mi
hermano un día de abril de 1940. Lo picaron junto a otros 14 el día de antes.
Como no confesó no le pusieron en el pecho un cartel con el nombre como hacían
con los otros. Lo tuve que reconocer entre los demás cadáveres. Todos los años
pagué la sepultura. Hasta que, después de la democracia, me dejaron comprarla.
Luego, cuando tuve dinero, la arreglé, puse el epitafio y metí sus restos en
una caja de madera en un agujero que mandé hacer debajo del cuarto cuerpo.”
Mientras recorría las solitarias
callecitas del cementerio hacia la puerta vieja, recordaba e imaginaba a Canuto. A los 16 años inmerso
en una guerra y falsificando su edad para ir al frente. Desfilaron también
muchos parajes: Montarrón, Sigüenza, Brihuega, Maluque, Don Benito, Teruel, el
Ebro, Valencia, Alicante… También los fantasmas amalgamados de las gentes: civiles,
militares, milicianos, comisarios políticos, anarquistas, comunistas,
socialistas, fascistas, italianos, alemanes, rusos, brigadistas, moros… También
los episodios de su vida tras la guerra: su hermano y su tío fusilados, los
campos de concentración, los batallones disciplinarios, los campos de trabajo. Dos años y diez meses, me dijo. Luego, ya
rehabilitado, vino el nuevo servicio militar como soldado ya bueno, de Franco, y,
con éste, otros tres años en la frontera con Francia por el asunto de la guerra
europea. Después el desprecio, la humillación y la desconfianza de los
vencedores, su trabajo de albañil y su vida digna, de trabajador, sin renunciar
nunca a su idea de la vida ni a su memoria… Y, sin embargo, Canuto no fue jamás
un hombre triste, juro que no lo fue. Todo lo contrario, tanto debió darle la
vida, que también se sobrepuso a la tristeza. Ninguna pena logró doblegarle. Y
llegó a los 92 y ha muerto con la cabeza bien sana.
“Mi familia ha sido muy normal,
de gente pobre y humilde pero que si ha habido un duro se ha repartido. Yo no
es que quiera defenderme, pero los pobres éramos nosotros. Ellos tenían el
dinero, el ejército. Pero de cultos e inteligentes nada, lo que tenían era el
dinero. Y donde está el dinero está el poder, a eso no le des vueltas. Un tío
con dinero, haga lo que haga, ese tío se salva y, sin embargo, un desgraciao la
pringa siempre. Para eso no hace falta estudiarse la Historia de España. Nos
ganaron porque no teníamos dinero ni armas. Por eso nos ganaron tan fácilmente aunque,
bueno, también les costó lo suyo. Y no duró menos porque no pudieron
machacarnos antes. Ya pueden decir los historiadores lo que quieran.”
Al llegar a la puerta del
cementerio, poco a poco se va congregando alguna gente. Unos pocos son muy
viejos, pero hay un grupo de gente joven que me esfuerzo en identificar con
familiares sin conseguirlo.
Cuando llega el coche fúnebre,
veo el féretro tapado con una bandera de la Republica y otra bandera
anarquista. El coche no puede entrar hasta el cementerio civil y llevan la caja
a hombros como se hacía antes.
Cuando, pendiente de las maromas,
comienzan a bajar el ataúd, uno de los jóvenes, con cara aún de niño, hace que
suene en su móvil el himno de la República. En medio de la silenciosa escena la
música es como un hilillo de sonido apenas audible que, tal vez por eso,
convierte el momento en algo tan discreto como sentimental, casi íntimo.
Pero a Canuto le queda un hermano
que, por esas cosas de la vida, es pastor de no sé qué iglesia evangelizadora y
que se resiste a no decir unas palabras. A mí me parece que más por él que por
los demás.
Dice unas breves y manidas
palabras de alivio y elogio para los hijos y la viuda, pero no se aguanta y
menciona la voluntad de Dios.
-
¿Dios? ¡No me jodas! –dice el viejo que tengo a mi
lado.
Termina el pastor y, antes de que
la gente se mueva, uno de los jóvenes se pone junto a la tumba y dice que ellos
son anarquistas y que como tales no creen en Dios y que, si la gente vive la
vida, es para algo, que Canuto ha vivido una vida de lucha y trabajo para sus
semejantes. El muchacho es muy breve y muy directo. Luego entona su himno:
“Negras tormentas agitan los
aires
nubes oscuras nos impiden ver
Aunque nos espere el dolor y la
muerte
contra el enemigo nos llama el
deber.
El bien más preciado
es la libertad,
hay que defenderla
con fe y valor.
Alza la bandera revolucionaria
que del triunfo sin cesar nos
lleva en pos.
Alza la bandera revolucionaria
que del triunfo sin cesar nos
lleva en pos.
En pie el pueblo obrero a la
batalla
hay que derrocar a la reacción.
¡A las Barricadas! ¡A las
Barricadas!
por el triunfo de la
Confederación.
¡A las Barricadas! ¡A las
Barricadas!
por el triunfo de la
Confederación.”
Y levantan todos las dos manos
por encima de la cabeza con los dedos de la una encajados en los de la otra
como si cada par de brazos fueran el eslabón de una cadena.
Según me voy alejando, me doy
cuenta de que Canuto era el último combatiente de la Guerra Civil que yo
conocía. Y una fuerte sensación me acompaña hasta las puertas del cementerio y
me sigue fuera de ellas.
El sentimiento de la vida dibuja
a veces círculos interiores y extraños en nosotros. Ciclos que no teníamos
previstos y que únicamente descubrimos, como si fueran revelaciones súbitas, en
el momento mismo de su inesperada conclusión.
La muerte es una puerta que
cierra con certeza historias personales concretas, vulgares o increíbles, a veces inefables, casi siempre
mestizas, y abre la marisma inmensamente oscura del mayor de los abandonos: el
olvido.
Pero son sólo algunas de estas
inevitables desapariciones, no necesariamente de seres muy cercanos ni de
padres o hermanos, las que cierran una época y se sienten repentinamente como
una soga que ciñe la garganta. No va más. La historia no da más de sí. Ha
acabado y nadie sabe si habrá otra venidera que se le parezca o si esta vida
virtual en que vivimos tiene vacunado al mundo frente a la ignominia y nos hace
creernos inmunes a la barbarie.
No lo quiera Dios, dicen las
almas piadosas que, cómodamente, delegan en la divinidad sus miedos, como si
fuera el más eficaz deshacedor de sus desasosiegos. Tan ciertos éstos como
improbable la existencia de aquélla.
Nunca se sabe, dicen los
temerosos de su propia duda para no equivocarse.
No es posible, dicen los
optimistas que, con su negación, pretenden tabicarse ojos y oídos y ponerse un
marcapasos en el alma.
Todo irá bien. Seguro. Esperemos.
Ojalá.
8 comentarios:
Me ha gustado. Mucho, particularmente esto:"El sentimiento de la vida dibuja a veces círculos interiores y extraños en nosotros. Ciclos que no teníamos previstos y que únicamente descubrimos, como si fueran revelaciones súbitas, en el momento mismo de su inesperada conclusión."
Gracias
Me alegro, Insumisa.
La muerte de Canuto ha sido para mí el final de uno de esos ciclos.
Gracias a ti.
que buenas reflexiones, soros, metidas en el texto como si nada.
Me ha gustado mucho esto que escribiste. Es para leer varias veces.
Zeltia, lo que escribí me costó mucho, porque tenía una relación peculiar con Canuto. No creo que fuera capaz de trasmitirla con mis palabras. Quizás, más que eso, trasmití otras cosas. Tendrías que haber conocido a Canuto.
Muchas gracias.
y yo que insensible que ni te dejé mi abrazo de condolencia...
creo que lo leí dando por sentado que era ficción.
perdóname por un bico
Esta vez no era inventado. Pero da lo mismo. La vida de Canuto no tiene parangón con ninguna película y sin embargo fue real, muy alegre y muy triste. La tristeza la pusieron los hechos, la alegría fue capaz de sacarla de algún lugar de su interior que no es de serie y que sólo algunas personas deben tener.
...Compartimos cruentos pasados cuasicomunes, compartimos puntos de vista parecidos y conocimos seres de otro mundo similares. Entre los nuestros se encuentran luchadores populares echados al monte, de los primeros en hacerle frente y de los últimos enfrentados; hubo quienes decidieron creer que otra sociedad era posible y no fingieron para vivir entre los demás. Apañados en los bosques donde sus mujeres, esposas, eran cómplices hicieron con otros lo posible por evitar que un sistema libre no se perdiera. Fue inevitable y sus últimos coletazos se quedaron en las "portillas", en Cambedo, en el alto de Mourazos, na Serra do Invernadeiro...
UNA GUERRA NO SE PUEDE GANAR EN ALPARGATAS, eso es cierto.
[Me disgustan las guerras y las conozco de cerca, me disgustan las armas y las sostuve en las manos, me disgusta el poder aferrado a su butaca que esquilma tesoros comunes, públicos, para sus beneficios personales. Me disgusta el emponzoñamiento de las religiones, sus jerarcas, que adueñándose de la verdad se alían con los gobiernos y de la mano interesados van buscando con sus dedos pecadores inexistentes. Encontrados estos, los encarcelan, los confiesan, los sacrifican a sus dioses fantasmas y limpian sus conciencias con golpes de pecho ante otro de sus semejantes, de negro. Me disgusta que muchos hombres hayan inventado seudociencias en las que cualquier concepto los conduce a la verdad, su verdad, verdad imbécil. Anacrónicos razonamientos como los vericuetos de guiones mal escritos en muchas películas de los estadounidenses. Se llaman teólogos y se construyen razonamientos incongruentes, tan primitivos y suficientes como para producir miedo y terror en los más sencillos]
Cuántos Canutos conocimos, cuántos Canutos hay soterrados, desaparecidos en las cunetas y en las riberas de los ríos...
Sí, Beato, muchos Canutos se perdieron y andan aún por ahí perdidos.
Gracias por tu sentido comentario.
Publicar un comentario