A veces se carteaba con algunas
pocas amistades. Él seguía llamando cartas a esos largos correos electrónicos.
Y, también, llamaba amistades a algunas personas que nunca había conocido.
Se preguntaba si esas personas, a
las que no había visto, eran, por sus letras, más conocidas para él que ésas
otras, con las que había convivido. Y no daba con la respuesta.
Se decía que, cuando alguien
escribe un blog, un libro o correos electrónicos, es porque lo necesita y, a la
vez, encuentra en la escritura una satisfacción.
Seguramente, si fuera sólo por
pasar el rato, a cualquiera le bastaría con un moderno teléfono móvil con todas
esas utilidades que se caracterizan
por el contacto inmediato, la brevedad y la gran difusión, si uno es una
persona verdaderamente sociable y
presenta un perfil de su tiempo.
Lo de escribir, sin obligación ni
apremio, sin el agobio de tener que responder ni esperar respuesta en breve ni,
muchas veces, recibirla nunca, parecía una soledad que necesitaba expresarse
más que un intento de buscar compañía. Algo muy poco definido pero que, al
parecer, definía a muchos.
También, escribir, era para él un
juego. Y, por tanto, dudaba de que los que leyeran sus palabras le conocieran.
Así que, ya como lector de palabras ajenas, ya como escritor de las propias,
todo era una ilusión por construirse un mundo imaginario. Suponiendo que, sin
darnos cuenta, no vivamos ya en uno que lo sea.
También, se le ocurría, que
escribir era como plantearse problemas a uno mismo e intentar ofrecer
soluciones inéditas, vana ilusión, en un mundo donde todo está escrito, todo
pensado y todo previsto. Un mundo en el que se supone que nada nuevo hay bajo
el sol, ni bajo la luna (bajo las estrellas, aún está por ver). Y que, por eso,
el planeta funciona la mar de bien.
Pero, por otro lado, también la escritura podía ser profundamente crítica y dedicarse a dudar de que las cosas marchen bien, de que las soluciones sean las idóneas y de que lo que sucede sea lo menos malo, que ya tiene delito. Pero, en esas ocasiones, se daba cuenta de que, con cualquier interlocutor, los pensamientos entraban en una especie de competición por ver cuál de los dos entraba en un análisis más negativamente catastrófico de la realidad. Siempre solía pasar eso. La crítica de la realidad, sobre todo cuando era una crítica realista y profunda, ponía enseguida de acuerdo a las personas como por ensalmo. Es más, tendía a convertirse en monotema, en un ahondar en la bajada a los infiernos, en un laberinto, forzosamente sin salida, en el que llegaba un momento en el que se pensaba, por descarte de otras ideas ilusorias, que la única solución personal era la muerte. Este es un fenómeno que se produce a diario en cualquier frutería y que, por tanto, él consideraba de índole universal.
A él, la muerte, le parecía una solución decepcionante o, mejor, no le parecía solución. Si a eso se llegaba después de escribir y pensar tanto, de nada valían ambas cosas. La muerte, mirada así, era una deserción de la vida, una liberación de lo que se supone que más nos interesa. Si nuestra solución fuera la muerte, con esperar tenemos bastante. A qué tanto escribir y darle vueltas a las cosas, a qué dar tanto la lata y el tostón. La muerte no es solución, sólo salida y, además, es casi siempre obligada porque, si no, no iríamos al médico a la mínima, y no hay más que ver las listas de espera. La solución, si la hay, ha de pasar por vivir, no por morir. Así que nada de “¡Viva la muerte!” y sí un sí profundo y convencido a los análisis de sangre.
Sin embargo, algunos, cuando oían
lo anterior, consideraban que lo decía porque no se daba cuenta realmente de la situación. Entonces se
la volvían a explicar con más detalle, con más truculencia y hasta le añadían
desesperantes conjeturas futuristas para que él, debidamente informado, cayera definitivamente,
y a la mayor brevedad posible, en la desesperación más irredenta, como era su
obligación intelectual, y abominase de la Humanidad, si es que le quedaba una
gota de raciocinio positivo en la
cabeza.
Sin embargo, también se había dado cuenta de que había personas que se negaban a eso. Era un placer leer lo que escribían.
¿Acaso no eran conscientes de
todas esas cosas tan nefandas, alienantes, desesperantes, inicuas, negativamente inoperantes,
mercantilizadoras y positivamente
idiotizantes, que a tantos seres conscientes hacían entrar en pánico? ¿Tal vez no ponían
debidamente en valor el temor ineludible que las mentes más informadas
vaticinan sobre el futuro venidero?
¿No se daban cuenta de que ya es imposible empoderar
al pueblo, ideológicamente aniquilado, para que reaccione positivamente?
Pues no señor, conscientes de
todo eso y de más cositas, muchos (y
muchas, claro) aún se empeñan en reírse de todo y flotan nadando entre esas
aguas (tachó procelosas) sin darse nunca por ahogados. Eran los autores de un
testamento nuevo, a veces daba con alguno. Estaban vivos y sólo de ellos cabía el
esperar esperanza; de los ansiosos, en vida, por ser morituri, él no esperaba nada.
12 comentarios:
A mí tu post me ha recordado un viejo temor: si me muero y dejo de postear abrutamente, ¿alguien se planteará que he podido dejar el blog por fallecimiento? O_o Y nada, que así de loco estoy XD
Me ha gustado de tu entrada, sobre todo, la primera parte; es decir, aquélla en la que reflexionas sobre la escritura. La cuestión de los "morituri" me parece que no es la primera vez que la planteas, y te significas en el mismo sentido. Bueno, supongo que lo primordial en este tema (como en tantos otros) es la tolerancia: tan válido es quien piensa en la muerte como solución a sus problemas como quien opta por la solución contraria.
En general me ha gustado la finísima ironía que destila el texto y es sobresaliente que reconozcas que muy probablemente vivamos en un mundo ilusorio. Además, la frase que has escogido para ilustrarlo es genial.
Besitos.
Puede que alguien piense que te has cansado de escribir, Holden. Que puede ser la causa más lógica. La mayoría de los blogs abandonados no creo que sea porque sus autores hayan muerto.
Saludos.
No sé, Sara, si la muerte soluciona algo. Será, en todo caso, otra cosa, pero no creo que sea una solución. El hecho de que nos salgamos de la vida no significa que los problemas queden resueltos, sino que ya no nos afectan. Pero permanecen para los que siguen vivos.
Gracias por tus palabras de ánimo y por tu comentario.
Besos.
Por un lado, yo no tengo duda de que sólo por medio de cartas las personas pueden llegar a conocerse muy bien e incluso a desarrollar verdadero afecto por el otro.
Me viene a la cabeza una cita de Lord Byron, que dice que "escribir una carta es estar en soledad y en buena compañía al mismo tiempo".
También creo que es en la escritura donde nos revelamos de verdad.
Y por otro lado, me uno a esta reflexión sobre esa negatividad y pesimismo que algunos parecen creer que es obligatorio, y que se empeñan en difundir como un credo. O más bien como una letanía.
Y por si no ha quedado claro: me ha encantado la entrada.
Saludos.
PD: "empoderar", jejejee...
Es tan buena la entrada y reflexionas sobre tantas cosas que me interesan que no sé por dónde empezar a comentarte. Hablas de escribir, del por qué lo hacemos, de las relaciones entre personas que no se ha visto nunca, de los mundos imaginarios, del pesimismo en las fruterías, de la muerte también en las fruterías y fuera de ellas...
Total, que me he liado y ahora no sé qué decir aunque básicamente estoy de acuerdo contigo, es mejor reír que ponerse pésimo aunque no entendamos nada o poco, no nos guste mucho de lo que vemos, otro tanto puede que sí, no todo es malo, y nos vayamos a morir, eso seguro.
A lo mejor por eso escribimos, como un intento de fijar algo de la vida, por ordenar ideas, compartirlas, crear algo bello o...sería larga la lista.
Interesante Soros
¿Es necesario tener razones para escribir o simplemente se trata de disfrutarlo? Me he preguntado por qué escribo y sencillamente escribo porque me gusta hacerlo, porque me siento bien escribiendo, porque me hace feliz y soy de las que pienso que si una cosa me hace feliz no tengo que limitarla.
Y sí, he conocido a personas por sus letras y a veces mucho antes de conocerlas en personas y no me han decepcionado lo más mínimo, quizás porque se puede conocer mucho a una persona por lo que escribe, porque a veces escribiendo no se ponen tantas máscaras y uno se muestra más auténtico, más cómo se es.
Un saludo
Ángeles, es cierto que se puede conocer a las personas por lo que escriben. Sin embargo, ésa es sólo una faceta de su vida.
Lo que leemos y nos agrada es una buena compañía, es cierto. Pero también hay cosas de las que el escritor no escribe y así, aunque le conozcamos en parte, no le conocemos del todo.
No sé la razón por la que tenemos, casi todos, la tendencia a lanzarnos al pesimismo como a las playas en verano.
Y, es cierto, recogí lo de “empoderar” y lo metí, como hago con tantas expresiones “modernas”, en este artículo. Gracias.
Saludos.
Palomamzs, me alegra que te gustase el artículo.
Para no ser pesimista, suelo comparar la vida de mis abuelos y mis padres con la mía. En esa comparación, pese a muchos matices, creo que salgo ganando. No es que cierre los ojos a los problemas, pero por qué ser pesimista.
Sin embargo, sin ser necesariamente un muermo, se puede escribir sobre todo, también sobre lo malo. La mayor parte de los artículos periodísticos hablan de ello. Lo bueno vende poco. Pero, mirando al pasado, me quedo con mi tiempo.
Saludos.
Conxita, al escribir sobre un asunto pesa tanto el fondo como la forma. Es como un problema al que se le intenta dar una solución bella, indirecta y personal. Para eso tenemos las letras. Y cada uno puede jugar con ellas como los músicos juegan con las notas. Quien disfruta con eso pasa ratos felices y, a veces, se los hace pasar a los demás.
Pero no siempre se conoce a los escritores por lo que escriben, eso es un escaparate, luego, la vida personal, está llena de las pobrezas y miserias que todos compartimos en un grado u otro. La escritura da sólo un conocimiento parcial de las personas, creo.
Gracias por tu amable comentario.
Un saludo.
A mí ya no me gusta entrar en la comunicación catastrofista de todos los días. Lleva a una depresión colectiva. Prefiero la esperanza... claro al tanto de lo que sucede. Pero cierta de que del infierno hay salida.
Las cartas, una ilusión, una delicia, un gran placer... como sucedía a Giralda. La amistad... donde sea, cercana o a distancia, siempre que las partes abran su corazón de verdad. La amistad, un gran soporte para vivir. Es necesaria.
Un abrazo epistolar.
Gracias, Sara. Ya veo que en todas partes es igual, que nos comportamos de un modo parecido. Y que nos dedicamos a decir lo obvio: "Siempre que pasa igual sucede lo mismo".
Una sonrisa.
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