Hacer el odio es, con diferencia,
mucho más sencillo que hacer el amor. Además, hace muchos años, nadie decía
hacer el amor y hoy, aún, nadie dice hacer el odio. Pero, del mismo modo que la
expresión “hacer el amor” triunfó sobre otras más explicitas como joder,
follar, o con más sentido pecaminoso como fornicar, o con un tufillo animal
como copular o con otras más o menos asépticas como intercambio sexual o
relación sexual o sobre la muy pacata “conocer” en el sentido bíblico, la
expresión “hacer el odio” seguramente triunfará sobre otras expresiones
sumamente truculentas que describen los muchos modos de herir o matar a
nuestros semejantes en esta sociedad nuestra a la que le gusta guardar los
buenos modos, sobre todo, con las palabras. Fíjense que a algunos salvajes
asesinos les llaman ahora “lobos solitarios”. No me digan que no es poético,
vamos, casi de fábula.
De entrada, para hacer el amor es
necesaria compañía, excepto para el amor platónico o el místico. Aunque creo
que estas dos últimas formas de amor no están incluidas en lo que popularmente
se entiende como hacer el amor, es decir: echar un polvo. Son formas de amor
contemplativas que huyen de la acción y que, por tanto, no hacen el amor sino
que sienten el amor. Así que mantienen la misma distancia que existe entre la
acción y el pensamiento. Y por último, el onanismo, aunque sobrepase al
pensamiento y tenga algo de acción, e incluso reconociéndole su utilidad, no es
sino hacerse trampas en el solitario, puro vicio, con perdón. Así que nunca ha
estado muy bien visto ni se ha considerado cosa de fair play en las acciones amorosas propiamente dichas.
Para hacer el odio no es
imprescindible la compañía. Debo reconocer, sin embargo, que a algunos les
gusta odiar en grupo pero esa es una solución demasiado fácil, basta con
hacerse socio de algún club de fútbol, o nacionalista a nivel de usuario, o de
algún partido o confesión, tanto a nivel inicial como avanzado. Esto nos
demuestra que el hacer el odio está muy institucionalizado y puede valer
cualquiera a poquito interés que ponga. Son muy pocos los que no caen en ello
bien por inercia o bien porque, si no, se aburren.
Además para hacer el amor hay una
edad. Y lo sorprendente es que en esa edad, algunos, que fueron considerados
unos virtuosos en la ejecución de tal práctica, van ahora y nos desvelan que
tras copular incontables veces con innumerables parejas, tríos, dobles parejas
o inmersos en toda la variedad de la baraja, jamás hicieron el amor. Me dejan
mortal. Resulta que los mejores atletas del sexo eran unos románticos que
perseguían la fusión de los espíritus a nivel emocional y que esos orgasmos de
repetición tan llamativos, en el fondo, no les decían nada y sólo les dejaban
un vacío tremendo. Pues que sepáis que nos pusisteis los dientes muy largos,
como para que nos vengáis ahora con éstas.
Y entonces resulta que todos los
que con fervor intentamos en su día, eso de hacer el amor abundantemente, con
múltiples parejas y con esos efectos físicos devastadores que buscaban el
ansiado nirvana liberador, estuvimos siguiendo un modelo equivocado. No sólo
erramos el camino sino que, tras fracasar en nuestro idílico afán de
promiscuidad y en la ejecución misma del acto que, reconozcámoslo, fueron unos
polvos sin pena ni gloria, hicimos también el ridículo. No era eso lo que
nuestros admirados modelos de la promiscuidad perseguían, sino el amor
verdadero. ¡Vaya por Dios! Pues podían haberlo dicho antes. Que nos han salido
más espirituales que la Conferencia Episcopal. De haberlo sabido nos habríamos
casado con el novio o la novia de toda la vida y santas pascuas. ¡Fantasmas!,
¡escandalosos! Que eso es lo que sois. Tanto cachondeo y tanto chichiveo para
no encontrar el amor. Eso sí, después de haberse hartado de no hacerlo con la
debida propiedad. Vaya cuajo.
Ahora todos los que no tuvimos
éxito tanto en alcanzar una cantidad de parejas respetable como en lograr el
virtuosismo en la ejecución pues, aún llegando al suficiente a veces, siempre
necesitábamos mejorar, nos hemos quedado perplejos: hemos perseguido una
quimera. Estamos desnortados, sin guías, prácticamente sin modelos. Fracasados,
en una palabra. Vamos, casi tentados de
volver al seno de la Santa Madre Iglesia aunque nos degraden a neo catecúmenos
rasos.
En cambio para hacer el odio no
hay una edad idónea, es más, cuanto más viejo seas mejor te puede salir. Y no
tienes que contar con nadie. Eso sí, tienes que idolatrar la muerte. Tienes que
pensar que la muerte te llevará a otra vida donde el odio que hayas ejercido en
ésta te será debidamente recompensado. En el fondo es lo que dicen casi todas
las religiones aunque algunas la recompensa la vinculan al amor. Pero cualquiera
sabe quién lleva razón porque cada religión patrocina sus productos. Ver el
resplandor de la verdad entre tanta publicidad es muy difícil.
Y, eso de sacralizar la muerte, a
todos en algún momento de la vida puede atraernos. Sin ir más lejos, en mi
juventud, estuve a punto de hacerme “novio de la muerte” porque esas
definiciones, tan románticas, concuerdan mucho con el idealismo juvenil que es,
más o menos, creer saberlo todo cuando todo lo ignoras. Afortunadamente me
desanimé porque había que desfilar muy deprisa con una cabra delante, escoltar
crucificados a pecho descamisado y luego ir por ahí a misiones humanitarias y a
zonas agropecuarias de otros países en misiones de paz. Y aunque te prometían
que “la muerte no es el final”, eso no era hacer el odio y esa novia, la
muerte, a ese paso, tardaría, si es que lo hacía, en dar el sí quiero y casarse
contigo. Pero también, como no puede ser
de otra manera, ha de respetarse el pacifismo de cada cual. Porque el
pacifismo ha de alabarse venga de donde venga. Y lo mismo que los civiles
pueden hoy en día derivar en belicistas, a nadie debe extrañarle que los
militares deriven en pacifistas y abominen de la violencia. La dimensión poliédrica de la sociedad globalizada lo
último que debe hacer es sorprendernos o espantarnos, sino, antes bien,
admirarnos, como todos los fenómenos multiformes
y trasversales.
Pero, con la globalización, hacer
el odio se ha customizado (cuán bella
palabra) y si, por hacer el odio, matas a tus semejantes del modo que sea, con
lo que tengas más a mano, te haces famoso por tu alarde de inteligencia y
adaptación y siempre hay alguna asociación
pro muerte que te reivindica como uno de los suyos a título póstumo. El que
haga el odio, como los seguidores del Liverpool, nunca caminará solo. Y así al
hacer el odio, que lo teníamos por ahí perdido y sin ponerlo en valor, ha habido quien lo ha rescatado del olvido y
la vida vuelve a ser más interesante y cualquiera puede odiarte sin conocerte y
matarte al buen tuntún. Además de la lotería de las enfermedades nos
encontramos ahora con la lotería de los que hacen el odio.
-Ha muerto Pepe.
-Ya. Me imagino. Un cáncer
fulminante o un ataque al corazón. A nuestros años…
-Quiá, que se topó con uno que
iba haciendo el odio por ahí y le dio con una plancha en la cabeza sin mediar
palabra.
-¡Ah! Entonces es cosa normal: un
lobo solitario. Nos puede pasar a cualquiera. Ya les pasó a Caperucita Roja y a
su abuelita…
8 comentarios:
Yo no me he planteado (como hace ese obispo de la Conferencia Episcopal) si hacer el amor con amor es como comer jamón de pata negra, y lo demás es follar, simplemente. Pero de lo que sí estoy segura es de que "hacer el odio", cualquier forma de "hacer el odio" es siempre una triste cosificación, que a mí, por otro lado y particularmente, me da mucho miedo, porque nunca se sabe ni cuándo ni dónde puedes acabar con una plancha en la cabeza.
Me ha encantado el relato por su humor sutil y, sobre todo, por su maravilloso estilo.
¡¡¡Enhorabuena y feliz retorno!!!
Gracias, Sara.
Sobre este asunto hay muchas versiones. Pero, para comentar en un blog, es preferible respetar las de cada uno.
Hay cosas terribles, que asustan, pero de algún modo hay que reaccionar para que no nos aterroricen hasta paralizarnos.
Los veranos son épocas de estar en casa y de no estar, de ir y volver. En mi caso, si me voy por ahí, jamás llevo ordenador, ni móvil y, si las ganas de escribir aprietan, tiro de bloc y boli.
Un abrazo.
Si ha de triunfar la expresión "hacer el odio", también podría triunfar, como contrapartida al "amor platónico", el concepto de "odio platónico". Es decir, odia todo lo que quieras pero estate quietecito.
Pero creo que mientras no nos decantemos por la inacción como actitud preferente, la humanidad seguirá haciendo el amor y haciendo el odio a partes casi iguales.
Me han gustado mucho la dimensión 'poliédrica', los fenómenos 'transversales', el odio 'customizado' y todo eso que habría que 'poner en valor'. Es todo muy bonito y habría que 'empoderar' a las personas para que lo lleven a cabo (no sabes qué esfuerzo me cuesta escribir 'empoderar'. Es el calco más ridículo que he visto en mucho tiempo).
PD: lobo solitario es verdaderamente un nombre de héroe.
PD2: qué bueno lo de Caperucita :D
una maravilla de texto
hacer el odio es como hacer el amor sin sexo
Interesante Soros, muy interesante ese "Hacer el odio" que está tan extendido aunque sin decirse claramente.
No me había percatado que lobo solitario es una expresión hermosa para referirse a desalmados que siembran el dolor por donde pasan, y encima a quienes así los nombran les parecerá que aportan mucho, palabras más ruines para describir a esos tipos y es que a veces el lenguaje es demasiado hermoso para referirse a seres que no merecen ser nombrados.
Ojalá recreando aquella máxima que se hizo famosa tiempos allá hiciéramos más el amor y menos la guerra.
Saludos
Sí, Ángeles, lo en "empoderar" se lleva la palma. Pero, al parecer, el lenguaje es como una bayeta que todo el mundo puede estrujar según le pete.
Y lo de "hacer el odio" puede que cualquier día se ponga de moda. Lo de hacer del idioma un elemento de distinción personal ya lo está.
Saludos y gracias por tu comentario.
Gracias, Recomenzar. Me alegro de que te haya gustado.
Lo de hacer el amor sin sexo podría dar para mucho. :-)
Saludos.
Gracias, Conxita.
A lo mejor estamos mitificando sin querer, con esos nombres tan "imaginativos" y esas expresiones tan rebuscadas, a una panda de locos que, religiosamente, se han propuesto atentar contra la razón.
Si cualquier tontería se puede poner de moda, temo que también las atrocidades mayores puedan ponerse de moda entre los más desequilibrados o, cuidado, entre los más desesperados.
Saludos.
Publicar un comentario