En su alegato final el abogado
del automovilista dijo:
“Señoras y señores del Jurado:
¿En qué clase de familia se estaba criando ese niño? ¿Qué clase de educación estaba recibiendo? En
definitiva, qué tipo de persona
hubiese llegado a ser.
Un niño de diez años que juega en
la calle, sin la debida atención parental,
sin ser en todo momento monitorizado
por sus padres, es un vivo ejemplo de lo que en nuestros días puede denominarse
con absoluta propiedad un caso evidente de abuso
infantil pasivo. O, dicho de otro modo, de la despreocupación generalizada
y la inhibición de responsabilidades que reina, por desgracia, en tantos y
tantos hogares actualmente. ¿O es que
no somos todos conscientes del peligro que hoy en día conlleva el tráfico
rodado en nuestras urbes? ¿Qué tipo de familia permitiría que uno de sus vástagos
deambulase a su libre albedrío, y nada menos que con un balón, por las calles
de la insegura ciudad?
Estoy convencido de que a muchos
de ustedes, padres y madres responsables, les obsesionan y martirizan, a la par
que a mí mismo, estas cuestiones. Y yo les pregunto: ¿Ustedes, como progenitores
conscientes de esos mil peligros, lo hubiesen permitido? ¿Relajarían ustedes su
responsabilidad hasta tal punto? ¿Aman ustedes a sus hijos o, por el contrario,
coexisten pasivamente con ellos, insensibles y ajenos a la problemática de sus vidas? ¿Cuál es su concepto de paternidad proactiva y responsable?
No seré yo quien responda a estas
preguntas, dejo que cada uno de ustedes, respetables miembros de este Jurado,
se den en conciencia las respuestas. No es a mí a quien corresponde
aleccionarles. Jamás lo intentaría ni se me pasaría tal cosa por el
pensamiento.
Y, si el entorno familiar de este
chico le permitía vivir en tal permisividad
suicida, ¿no cabe responsabilizar a sus indolentes padres por el
desgraciado accidente que sufrió? ¿Acaso la inhibición de las obligaciones
familiares ha de ser premiada no ya por este tribunal, sino por la sociedad a
la que todos aquí representamos? ¿Podemos permanecer como impávidos cómplices
de este soterrado maltrato? Piénsenlo ustedes.
Sí, desgraciadamente, el muchacho
murió en el accidente. Y no cabe sino sentir conmiseración por él. Y nuestros
ánimos se ven urgidos a castigar al culpable de inmediato. Tal es, no sólo
nuestra inclinación natural, sino la naturaleza de nuestras leyes, tan garantistas como céleres en el castigo.
Y ahora queremos ver en el
conductor a ese culpable. La triste pérdida de una vida bajo las ruedas de un
coche, aún sin haber sido testigos del luctuoso hecho, hace que nuestra
compasión se incline por el accidentado. Es natural, ese desdichado era un
inocente cuya vida segó un conductor al que, los más indulgentes, tildarán de
despistado y, los más severos, de infractor de alguna de las innumerables normas
del Código de la Circulación. Ésas de las que tantas veces nos olvidamos al
volante pero que tan presentes tenemos cuando somos peatones. Que cada uno de
ustedes reflexione sobre mis palabras y las pondere en conciencia. ¿Acaso no
pudo esto ocurrirnos a cualquiera de nosotros?
Lejos de querer influir en este
Jurado, infiero lo siguiente:
Este muchacho pereció por un
error que cualquiera podemos cometer. Eso está fuera de toda discusión. Porque
intencionadamente ni mi defendido ni nadie en su sano juicio atropellaría
deliberadamente a un niño.
Pero yo no quiero dejar impune
este accidente, sino hacerles ver con afilada claridad hasta dónde llega la
responsabilidad de cada cual. Es mi obligación ir más allá. Llegar a la última
causa. De otro modo, no podría decir que actúo buscando la justicia, ni de
acuerdo con mi ética profesional, ni tampoco con respecto a mis convicciones
personales que, seguramente, coincidirán inevitablemente con las suyas.
Pongamos un ejemplo:
¿Se extrañarían ustedes de que un
potro suelto, dejado escapar y sin control, fuese atropellado?
Estoy seguro de que no. Es más,
pedirían responsabilidades al dueño no sólo por tal acto, sino también por los
daños que el accidente hubiese causado tanto a los ocupantes como al propio
vehículo, ambos sujetos pasivos del
atestado. Lo considerarían lógico. No titubearían. Tal es la claridad de la
razón cuando se enfrenta a la evidencia.
Pues, en nuestro caso, piensen
que si un potro genera una responsabilidad tal en su dueño, qué no generará la
patria potestad que tienen los padres sobre sus hijos. Señoras y señores, estamos
hablando aquí de un ser humano, ¿o es que acaso es menor la responsabilidad
sobre un hijo que la que nos genera una mascota?
Por otro lado, con el tipo de
educación que ese muchacho estaba recibiendo y que, por lo que yo deduzco y
temo, más se parecía a la total ausencia de ella, a ninguno nos pueden extrañar
los hechos.
¿Qué hubiera sido de ese muchacho
en la vida? Seguramente habría sido un perro sin amo, una bala perdida, un ser
no sujeto a normas ni principios, un individuo asocial. El legado educativo,
que nunca recibió de sus padres, le habría llevado a la marginalidad sin duda
y, probablemente, a la delincuencia. Si supieran ustedes cuántos casos
parecidos, de muchachos procedentes de hogares
disfuncionales, sin principios, pasan desgraciadamente por mis manos en
innumerables delitos menores y aun mayores, comprenderían muy bien mis palabras.
De modo que, sin apenas riesgo de equivocarme, pues la estadística está de mi
parte, podría muy bien suponer que, en este caso, una vida abocada al delito,
que no a otra cosa, se ha visto truncada. Doloroso, pero así es. Así me lo
dicta la experiencia, así lo confirman los datos, por duro que resulte
aceptarlo.
Propongo por tanto que se declare
inocente a mi defendido y que, ya que nadie va a indemnizarle por los daños en
su vehículo, que se le compense con un juicio libre de costas.
¡Muchas gracias, señoras y
señores del Jurado!”
En su alegato final el abogado
del accidentado dijo:
“Señoras y señores del jurado:
Henos aquí ante un caso en el que,
aunque la evidencia salta a la vista, el cinismo, amén de anegarnos el ánimo,
parece querer arrancarnos los ojos.
Por el hecho de que un niño de
diez años juegue a la pelota en la calle, se pone en duda la integridad de su
familia, lo esmerado de su educación e incluso lo que, de vivir, hubiese sido
su futuro, un futuro que, como ha quedado demostrado por todos los indicios, se
vislumbraba no sólo prometedor, sino brillante.
Sepan ustedes, señoras y señores
miembros de Jurado, que los padres del niño atropellado le dieron la mejor
educación posible. Ésa que dicta la inteligencia y no el temor, ésa que da alas
a las personas en lugar de cercenárselas. Le educaron para adaptarse a su
medio, para saber decidir en cada momento, para que tuviera sus propios criterios
al enfrentarse a la cotidianeidad,
para que fuera crítico y supiera desenvolverse y adaptarse a las vicisitudes de
la vida. Le educaron, en suma y nada más y nada menos, que en la libertad,
pasando por todos los objetivos
trasversales que la adquisición global de ésta conlleva.
¡Gran delito por lo que se ve!,
siendo la libertad, como bien se sabe, lo único que anima a afrontar los
riesgos de la vida y aun a poner la misma vida en juego por lograrla o
mantenerla. Que de esto nos sobra bibliografía acreditada, tanto de nuestros
clásicos como de otros autores, no menos fidedignos, de allende nuestras
fronteras.
Sin embargo, parece ser que es un
gran pecado, una falta imperdonable, el dotar progresivamente de libertad a un
niño en su curricular progreso hacia
la edad adulta. Parece que es mejor tenerlo atado, encerrado entre las cuatro
seguras paredes de un piso, atontolinado permanentemente frente a un ordenador
o jugando con un teléfono móvil, dependiendo permanentemente de sus padres y
evitándole cualquier pernicioso o peligroso contacto con el mundo real.
Pero, introspectando en mi conciencia, yo me digo: ¿Es evitando los
problemas como se enseña a nuestra juventud a enfrentarse a ellos? ¿Es
tapándoles y tapándonos los ojos como queremos enseñarles a descubrir el mundo?
¿Es evitándoles todos los riesgos como queremos que se habitúen a lidiar con la
vida?
Y me cuestiono, señoras y señores
del Jurado, qué ideales educativos tiene nuestra sociedad: ¿Hacer de nuestros
hijos unos seres estabulados, en aras de una seguridad a ultranza, o darles la
progresiva libertad que necesitan para aprender y llegar a ser personas
independientes y con criterio? ¿Cuál de estos sentimientos debe ocupar la mente
y el corazón de unos dignos progenitores?
No sé lo que pensarán ustedes al
respecto pero, lo que sí sé, es que los padres de este niño supieron arrinconar
todos sus miedos pacatos y educarle dotándole de libertad, asumiendo que la
ejerciera e inculcándole estos sagrados principios desde la edad más tierna.
Padres que educan así a sus hijos son para mí dignos de la mayor admiración y
el más grande respeto. Y diría más: Son ejemplos a emular. Porque dan a sus
hijos lo que más les cuesta confiarles: La libertad. Porque son conscientes de que,
aunque la seguridad a ultranza a ellos, como padres, les mantendría más
tranquilos, no es eso lo que precisan sus hijos para remontarse en la vida. Los
padres pueden sentirse confortados por la seguridad, pero los hijos necesitan
libertad para aprender, tanto como las aves precisan del aire para volar.
¿Qué padres son más generosos,
los que se tragan sus temores y ofrecen libertad a sus hijos o los que se la
niegan por el egoísmo de vivir ellos tranquilos? ¿Qué somos, padres egoístas o
padres generosos? Porque no es a los hijos a quien debe juzgarse, en este
aspecto, sino a los padres.
Pues bien, los padres de mi
defendido, eran unos padres tan generosos como responsables. Su desdichado
hijo, aparte de unas habilidades balompédicas reconocidas por el barrio entero,
era un buen estudiante, sus profesores así lo atestiguan.
Todo lo anterior me permite
concluir que el muchacho atropellado tenía todas las mejores bazas en su mano
para enfrentarse al futuro. ¿Quién sabe? Con las premisas educativas que he
descrito, ¿llegaría a matemático, a filósofo, a médico, a profesor
universitario, a fisioterapeuta…? ¿Abrazaría tal vez la literatura, la física,
la ingeniería, tal vez la ortodoncia? ¿Hubieran querido los hados que llegara a
Premio Nóbel? O, incluso, y en el mejor de los casos, ¿quién asegura que no
hubiera podido llegar al súmmum del talento y haber acabado bien como astro del
fútbol, o bien como líder político de un partido emergente?
Desgraciadamente para el muchacho
y para su familia, ya nunca lo sabremos.
Al parecer alguien lo ha matado.
Alguien que, al parecer, es tan distraído y confiado al volante como cualquiera
de nosotros. Alguien que, como cualquiera de los presentes, no deseaba hacer lo
que hizo.
Pero, como al fallecido esta
intencionalidad o falta de ella le trae ya sin cuidado, solicito de todos
ustedes que tengan la misma comprensión con sus padres que la que parecen sentir
por el conductor. En consecuencia, pido que se les indemnice con la cantidad
que el Sr. Juez estipule y que, además, tenga la consideración de pagar el
acusado los costes de este juicio.
No pido pena de cárcel para él
porque, por lo que se ve, tendría que pedirla también para todos ustedes ya
que, tan comprensivamente, se ponen en su lugar.
¡Muchas gracias, señoras y
señores del Jurado!”
8 comentarios:
Un magnífico relato para esta jornada de reflexión.
Me he quedado anonadada con los argumentos del abogado del automovilista, que me han parecido, si me permites el calificativo, bastante "nazis".
Siempre me obligas a leerte con atención y detenimiento. Es un placer hacerlo.
Besitos.
Me alegro, Sara, de que vayas más allá del asunto que se debate en el relato. Porque, si miras con serenidad las diatribas que conocemos a diario, verás que los argumentos que las distintas partes esgrimen se parecen mucho a éstas que aquí, con un poco de ironía, cuento.
Vivimos un continuo teatro en cuyos razonamientos, casi siempre interesados, es fácil perderse. La realidad se puede retorcer hasta el infinito. Y la verdad es un naufrago perdido en ese mar.
Besos y gracias por tu comentario.
El abogado del conductor merece todo lo peor. Hay que estar bastante falto de escrúpulos, ¿no te parece? Como sea, me ha gustado leerte. Al final me has hecho recordar que no todo es blanco ni negro, y que siempre hay que mirar el punto de vista de otras personas.
Gracias, Holden.
Todo el mundo fuerza el lenguaje y también la lógica para llevarse el gato al agua. Pero no hay que dejarse engatusar y menos en tu caso :-).
Gracias y un saludo.
Cualquiera con labia suficiente y con pocos escrúplos puede ser capaz de defender lo que sea, independientemente de lo que piense o sienta de verdad.
Si estos abogados se intercambiasen a sus defendidos, hablarían con el mismo ímpetu y defenderían la causa opuesta con la misma contundencia.
Como los que salen en los telediarios.
Así es, Ángeles.
Sin embargo, hay gente que toma estos razonamientos como ejemplos de criterio y, oyéndolos de personas que consideran preparadas y cultas, los hacen propios y así se extienden muchas aberraciones que, luego, son difíciles de parar. Y la falta de escrúpulos, ya de por sí frecuente, se multiplica y prolifera como la mala hierba.
Y me parece muy bueno el ejemplo que pones de las televisiones.
Gracias por tu comentario.
La reflexión que se me sugiere de la lectura de tu relato me habla de las distintas maneras de mirar la verdad, de cómo se puede retorcer y conseguir hacer creíble algo que no lo es, cómo con frecuencia se nos manipula con las mejores palabras y los mejores argumentos, que no somos capaces ni de desmentir ni de desmontar, en una sociedad sin muchos escrúpulos los "buenos vendedores" son los que siempre ganan aunque la verdad no esté de su parte.
Me preocupa esta sociedad que valora justo esos comportamientos y esos supuestos "valores" que son los que se transmiten a nuestros jóvenes. Ayudarlos a pensar, aunque cuesta porque está poco valorado. Cuestionar lo que nos viene dado para poder crecer y ser mejor persona, no "tragarnos"todo lo que nos cuentan, documentarse, investigar y buscar argumentos distintos y no quedarnos con lo fácil.
Un saludo
Así es, Conxita, la idea de estos cuentecillos es cuestionar esas cosas que dices. Pero como entregarse a pensamientos tan amargos puede hacer que nos contaminemos de tristeza, procuro siempre poner algún puntillo de ironía y humor.
Saludos y gracias.
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