-Por favor, ¿Teresa Expósito?
-¿Algún allegado?
-Soy su sobrino.
-A estas horas suele pasear por
el jardín.
-¿Qué tal está?
-Bueno. Tiene sus días.
Entre los sauces reconocí su
silueta alta y enjuta. Al acercarme noté en su mano izquierda la ausencia del
cigarrillo mentolado, otrora su sempiterno acompañante. Caminaba erguida, casi
egregia, con la cabeza alta y trasmitiendo una indiferencia altiva. Y no podía
imaginar de dónde sacaba mi tía Teresa tanta dignidad. Aquel porte contrastaba
con el abolengo que le daba el ser hija de un molinero de aceña. Pero, su porte
elato y distinguido, me hacía suponer que mi tía, soltera y sin hijos, se había
fraguado en su imaginación una vida distinta que le distraía de su soledad en
la propia.
-¿Cómo estás, tía? ¿Me conoces?
–dije tímidamente, temiendo que yo ya no existiera en su memoria de nonagenaria.
-¡Hombre, Eloy! Pero qué cosas
tienes. ¿Cómo no iba a conocer al único sobrino que lleva por nombre el mismo
que mi querido padre?
Tranquilizado por su respuesta fui
a besarla, pero ella me abrazó con efusión y me retuvo junto a sí con fuerza
unos segundos. Me preguntó con interés por todos los míos, sin distinguir entre
los vivos y los que ya no estaban, pero no dejándome duda alguna de haberme reconocido.
Una vez repasada la familia, le
dije:
-Bueno, ¿cómo pasas los días, en
qué te entretienes?
-¿Entretenerme? ¿Es que no sabes
que a raíz de la muerte de Cayetana, ando en litigios por la herencia y títulos
de la Casa de Alba? Es horrible, los asuntos de las notarías no me dejan día
sin ocupación, sobrino. No lo creerías.
-Pero, tía, a tus años, ¿qué más
te dan los títulos? ¿Acaso te importan esas cosas? –dije intentando eludir el
tema sin mostrar extrañeza.
Pero ella dijo, recalcando mucho
las palabras:
-Es que no se trata de lo que a
mí me importen o dejen de importarme. Es, sencillamente, que me corresponden y
el honor me impide eludir mis obligaciones. Es así de sencillo. ¿Acaso no lo
comprendes?
-¿De cuándo a acá te preocupas
tanto de esas cosas, tía? Descansa y aléjate de los problemas. Además eso del
honor es algo muy etéreo –dije con mi mejor intención.
Pero mi tía se detuvo, me miró de
arriba abajo y respondió con un histrionismo que nunca antes le había conocido:
-El honor, Eloy, hijo mío, es el
más serio de los compromisos. Porque lo es con uno mismo. Y quien en el honor
ha sido educado, lo ha sido para respetar a los demás dando por garantía lo más
sagrado que poseemos los humanos: la palabra.
Asombrado, pero con mi mejor
intención, intenté banalizar el asunto:
-Pero, tía, si muchos no respetan
los compromisos con los demás y eso no está mal visto. ¿Cómo puede respetarse
el compromiso interior que sólo uno conoce? Nadie te lo echará en cara.
Teresa se volvió de nuevo hacia
mí y solemnemente me espetó:
-Porque quien tiene honor se
respeta a sí mismo y se guarda consideración y, si faltara a un compromiso, se
deshonraría y perdería su propia estima. Y, perdido su honor, llegaría al punto
de no tenerse por persona. Así que, en mi opinión, en eso deberían educarnos. Y
perdona, hijo, pero me extraña mucho que tú no lo comprendas, llevando como
llevas mi misma sangre.
-Entonces, ¿la palabra de una
persona de honor siempre se cumple? –dije, decidido ya a seguirle la corriente.
-Así es, a menos que una causa
mayor o la muerte se lo impida.
-Y si una persona de honor te
amenaza, ¿cumplirá su amenaza?
-Mucho lo pensará y será muy
difícil que lo haga, pero si de su boca sale finalmente una amenaza, no la
tomes por tal, porque es una sentencia.
-Pero, tía, ¿no te parece más
civilizado este comportamiento actual de ir adaptándose a lo que más convenga? –insistí
en mi afán por trivializar la conversación.
-¡Qué equivocado estás, hijo mío!
Todo lo contrario. Estamos volviendo a los comportamientos de los hombres primitivos, a la lucha por sobrevivir en pro
de la urgencia de las necesidades, de los intereses de cada momento, sin pensar
a largo plazo, y eso nos degrada a una situación animal. Si la palabra es
patrimonio del hombre, renunciar a ella es renunciar a ser persona, es reducirnos
a la animalidad. Es, en suma: embrutecernos. Así te lo digo, Eloy. Y tú, mejor
que muchos, deberías saberlo.
-Pero, ¿no comprendes que hoy en
día ser una persona de honor resulta ridículo, tía?
-Eso pretenden hacernos creer los
desnortados. Porque para ser competitivos, esa palabra horrible para designar
lo que llaman progreso, sostienen que hemos de renunciar a toda reflexión y
principalmente a cualquier principio, empezando por el respeto a nosotros
mismos. Y piensa, querido Eloy, que quienes a eso nos llevan y quienes eso
preconizan se llenan después la boca, ante los incomprensibles desafueros que
en el mundo ocurren, diciendo que el problema social más acuciante es la crisis
de valores. ¡Valientes farsantes!
-Pero, en un mundo tan cambiante,
¿no crees que debemos tener herramientas de comportamiento menos rígidas que el
honor, tía?
-El mundo no sería tan cambiante,
como tú dices, Eloíto, si no hubiese intereses cada vez más veleidosos y
egoístas por pasar de unas cosas a otras tan rápidamente y generando dinero sin
parar y especulando, a veces, a costa de los más incautos y menos preparados.
El honor evitaría esos atropellos porque impediría que tales inmoralidades se
cometiesen. Y no creo en esas “herramientas de comportamiento” a las que aludes,
como si fueses un menso al uso sin ninguna formación, porque, teniendo la
sencillez de la palabra, cualquier otro procedimiento se me antoja
voluntariamente artificioso, un arte más de engaño.
-Pero siempre se ha dicho que el
pez grande se come al pequeño, tía. Así es la vida.
-Ciertamente, pero repara en que
me estás poniendo un ejemplo de comportamiento animal. Ya sé que lo has hecho
sin querer, Eloíto, pero, ¿no te parece sintomático que hasta un hombre como tú
caiga en la trampa?
-Pero también se dice que las
palabras vuelan y lo escrito permanece –yo ya no sabía qué hacer para sacar a
Teresa del monotema.
-Lo escrito es también palabra y,
quien no respeta lo dicho, no veo por qué respetará lo escrito. ¿Hacen falta
ejemplos?
-Pero, si los propios políticos
son capaces de decir hoy una cosa y mañana otra distinta. Y, sin embargo, salen
elegidos una y otra vez.
-¿Aún no lo comprendes, hijo? Hay
muchas cosas que nos incitan a renunciar a todo principio, pero el poder es la peor,
con diferencia, de todas ellas. Los políticos son doblemente responsables de la
crisis de valores que ellos mismos denuncian, primero por mentir y, segundo,
por no ser consecuentes ni siquiera con sus mentiras. De modo que lo que
vituperan es lo que ellos mismos promueven. Y, los electores, votan hoy más
guiados por el miedo, que tantos les inculcan, que por la inteligencia, que tan
pocos les estimulan. Y sólo puede ser libre quien no conoce el miedo. Recuerda
el himno de los Tercios Viejos, Eloíto.
-Y, ¿de veras piensas que el
honor volverá a regir las relaciones entre los humanos? –decidí transigir.
-Sé lo que es el honor, pero no
soy una ingenua ni estoy chocha, querido. Eso no ocurrirá. Y muchos lo echarán
de menos, aunque nadie se atreva a decirlo para que no le llamen burlonamente
ingenuo o directamente imbécil.
-¿Por qué lo dices, tía?
-Porque hasta de algunos diccionarios
ya se ha quitado esa palabra. El honor, si existió alguna vez, es ya una
reliquia del pasado. Pero, en el presente, ¿por qué razón crees que claman los indignados?
¿Por una cuestión de legalidad o de ética?
-Y, ¿ni siquiera individualmente
podrá conservar alguien el honor? –yo ya sudaba.
-Quien quiera podrá hacerlo.
-Entonces no es tan grave, tía,
podrá ser honorable quien desee serlo –dije conciliador.
-Sí, pero con una condición: que
no tenga ambiciones. Pues, si las tiene y desea alcanzarlas, tendrá que dejar
su libertad en prenda y hacer lo que le manden. Y, seguramente, lo que le llene
el bolsillo le vaciará simultáneamente la conciencia. Enseguida entenderá que
cometió un error.
-Pero, tía, todos podemos cometer
errores, ¿no te parece normal?
-Si los cometemos sin quererlos,
pero no si queremos cometerlos.
-Errores, al fin y al cabo, ¿qué
más da?
-No es lo mismo. Caer en el error
es humano pero dejarnos arrastrar a él por egoísmo es inmoral. Aunque, en casos
extremos, cuando lo que media es nuestra falta de resistencia al hambre, pueda
ser comprensible.
-Pero en la sociedad sólo se
habla de cosas legales e ilegales. Lo moral o lo ético queda para el individuo.
¿No te parece, tía?
-Si con eso bastara, no sé a qué
viene esta conversación, querido sobrino. Pero, por cierto, dime: ¿Te siguen
gustando tanto los chipirones en su tinta?
-Claro, tía, ¿cómo te acuerdas?
-¡Cómo no iba a acordarme!
Enseguida llamo a Liria y que preparen comida para los siete. Porque vendrán
también tus hermanas y tu madre, ¿no?
-No, tía, mi madre…
-Me hago cargo, hijo, ya sé que
le acaban de nombrar vizcondesa y, además, con grandeza de España. En fin, le
diré al ama de llaves que sólo seremos seis.
6 comentarios:
Estas disquisiciones sobre el honor me dejan lela, y me han hecho pensar que, en toda alma humana, hay una fina línea entre el honor y el deshonor, especialmente cuando el ser humano se encuentra sometido a presión.
Cada vez me fascinan más tus textos, "viejo profesor", jajaja.
Gracias, Sara. Me alegra que te entretengan estos textos porque también yo disfruto al urdirlos y escribirlos. Así que, al menos, ya somos dos los que lo pasamos bien.
Ya veo que insistes y que no me quieres apear el mote. Me aguantaré que para eso este blog se llama "Aceptando lo que venga".
El blog tiene casi diez años y muchas entradas, algunas vírgenes de lectores, que a lo mejor te gustan.
Saludos.
Me ha encantado, Soros!, menuda lección la de la tía Teresa!, magnífico personaje.
Entre otras muchas cosas me gusta mucho el ritmo que imprime el diálogo a la lectura, rápido pero de obligada pausa para no perderse. Tiene mucha "miga" este relato tuyo... :)
Besos.
Pues ya ves, Eme, a mí me gusta mucho más la "corteza" que tienen los tuyos. Que siempre son crujientes.
Besos.
Menuda es la tía Teresa, cuanta razón en su disquisición sobre el honor y la falta de valores actuales.
Consigues que esa discusión se sostenga perfectamente aderezando de nuevos argumentos a esa honorable mujer que sigue en sus trece y en ese litigio con los de Alba, jaja.
Me ha hecho pensar en todo aquello que actualmente se valora tan poco, los valores, el honor, seguramente si se preguntara, pocos sabrían responder a esa pregunta y me ha gustado especialmente esa referencia a los que olvidan los valores propios una vez están en el poder y reclaman al resto lo que ellos no tienen.
Muy interesante esta tía Teresa.
La gente, en su soledad, da en rodearse de cosas que llenen su tiempo y ocupen su cabeza. Ésa es, Conxita, más o menos, mi relación con la escritura.
Escribir es, algunas veces y dependiendo de los temas, como ponerse a ordenar ese viejo trastero en el que tenemos muchas cosas guardadas que, en su día, consideramos indispensables pero que nunca hemos vuelto a utilizar.
Muchas gracias por tu comentario.
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