12 mayo 2016

El honor en cuestión

-Por favor, ¿Teresa Expósito?
-¿Algún allegado?
-Soy su sobrino.
-A estas horas suele pasear por el jardín.
-¿Qué tal está?
-Bueno. Tiene sus días.
Entre los sauces reconocí su silueta alta y enjuta. Al acercarme noté en su mano izquierda la ausencia del cigarrillo mentolado, otrora su sempiterno acompañante. Caminaba erguida, casi egregia, con la cabeza alta y trasmitiendo una indiferencia altiva. Y no podía imaginar de dónde sacaba mi tía Teresa tanta dignidad. Aquel porte contrastaba con el abolengo que le daba el ser hija de un molinero de aceña. Pero, su porte elato y distinguido, me hacía suponer que mi tía, soltera y sin hijos, se había fraguado en su imaginación una vida distinta que le distraía de su soledad en la propia.
-¿Cómo estás, tía? ¿Me conoces? –dije tímidamente, temiendo que yo ya no existiera en su memoria de nonagenaria.
-¡Hombre, Eloy! Pero qué cosas tienes. ¿Cómo no iba a conocer al único sobrino que lleva por nombre el mismo que mi querido padre?
Tranquilizado por su respuesta fui a besarla, pero ella me abrazó con efusión y me retuvo junto a sí con fuerza unos segundos. Me preguntó con interés por todos los míos, sin distinguir entre los vivos y los que ya no estaban, pero no dejándome duda alguna de haberme reconocido.
Una vez repasada la familia, le dije:
-Bueno, ¿cómo pasas los días, en qué te entretienes?
-¿Entretenerme? ¿Es que no sabes que a raíz de la muerte de Cayetana, ando en litigios por la herencia y títulos de la Casa de Alba? Es horrible, los asuntos de las notarías no me dejan día sin ocupación, sobrino. No lo creerías.
-Pero, tía, a tus años, ¿qué más te dan los títulos? ¿Acaso te importan esas cosas? –dije intentando eludir el tema sin mostrar extrañeza.
Pero ella dijo, recalcando mucho las palabras:
-Es que no se trata de lo que a mí me importen o dejen de importarme. Es, sencillamente, que me corresponden y el honor me impide eludir mis obligaciones. Es así de sencillo. ¿Acaso no lo comprendes?
-¿De cuándo a acá te preocupas tanto de esas cosas, tía? Descansa y aléjate de los problemas. Además eso del honor es algo muy etéreo –dije con mi mejor intención.
Pero mi tía se detuvo, me miró de arriba abajo y respondió con un histrionismo que nunca antes le había conocido:
-El honor, Eloy, hijo mío, es el más serio de los compromisos. Porque lo es con uno mismo. Y quien en el honor ha sido educado, lo ha sido para respetar a los demás dando por garantía lo más sagrado que poseemos los humanos: la palabra.
Asombrado, pero con mi mejor intención, intenté banalizar el asunto:
-Pero, tía, si muchos no respetan los compromisos con los demás y eso no está mal visto. ¿Cómo puede respetarse el compromiso interior que sólo uno conoce? Nadie te lo echará en cara.
Teresa se volvió de nuevo hacia mí y solemnemente me espetó:
-Porque quien tiene honor se respeta a sí mismo y se guarda consideración y, si faltara a un compromiso, se deshonraría y perdería su propia estima. Y, perdido su honor, llegaría al punto de no tenerse por persona. Así que, en mi opinión, en eso deberían educarnos. Y perdona, hijo, pero me extraña mucho que tú no lo comprendas, llevando como llevas mi misma sangre.
-Entonces, ¿la palabra de una persona de honor siempre se cumple? –dije, decidido ya a seguirle la corriente.
-Así es, a menos que una causa mayor o la muerte se lo impida.
-Y si una persona de honor te amenaza, ¿cumplirá su amenaza?
-Mucho lo pensará y será muy difícil que lo haga, pero si de su boca sale finalmente una amenaza, no la tomes por tal, porque es una sentencia.
-Pero, tía, ¿no te parece más civilizado este comportamiento actual de ir adaptándose a lo que más convenga? –insistí en mi afán por trivializar la conversación.
-¡Qué equivocado estás, hijo mío! Todo lo contrario. Estamos volviendo a los comportamientos de los hombres  primitivos, a la lucha por sobrevivir en pro de la urgencia de las necesidades, de los intereses de cada momento, sin pensar a largo plazo, y eso nos degrada a una situación animal. Si la palabra es patrimonio del hombre, renunciar a ella es renunciar a ser persona, es reducirnos a la animalidad. Es, en suma: embrutecernos. Así te lo digo, Eloy. Y tú, mejor que muchos, deberías saberlo.
-Pero, ¿no comprendes que hoy en día ser una persona de honor resulta ridículo, tía?
-Eso pretenden hacernos creer los desnortados. Porque para ser competitivos, esa palabra horrible para designar lo que llaman progreso, sostienen que hemos de renunciar a toda reflexión y principalmente a cualquier principio, empezando por el respeto a nosotros mismos. Y piensa, querido Eloy, que quienes a eso nos llevan y quienes eso preconizan se llenan después la boca, ante los incomprensibles desafueros que en el mundo ocurren, diciendo que el problema social más acuciante es la crisis de valores. ¡Valientes farsantes!
-Pero, en un mundo tan cambiante, ¿no crees que debemos tener herramientas de comportamiento menos rígidas que el honor, tía?
-El mundo no sería tan cambiante, como tú dices, Eloíto, si no hubiese intereses cada vez más veleidosos y egoístas por pasar de unas cosas a otras tan rápidamente y generando dinero sin parar y especulando, a veces, a costa de los más incautos y menos preparados. El honor evitaría esos atropellos porque impediría que tales inmoralidades se cometiesen. Y no creo en esas “herramientas de comportamiento” a las que aludes, como si fueses un menso al uso sin ninguna formación, porque, teniendo la sencillez de la palabra, cualquier otro procedimiento se me antoja voluntariamente artificioso, un arte más de engaño.
-Pero siempre se ha dicho que el pez grande se come al pequeño, tía. Así es la vida.
-Ciertamente, pero repara en que me estás poniendo un ejemplo de comportamiento animal. Ya sé que lo has hecho sin querer, Eloíto, pero, ¿no te parece sintomático que hasta un hombre como tú caiga en la trampa?
-Pero también se dice que las palabras vuelan y lo escrito permanece –yo ya no sabía qué hacer para sacar a Teresa del monotema.
-Lo escrito es también palabra y, quien no respeta lo dicho, no veo por qué respetará lo escrito. ¿Hacen falta ejemplos?
-Pero, si los propios políticos son capaces de decir hoy una cosa y mañana otra distinta. Y, sin embargo, salen elegidos una y otra vez.
-¿Aún no lo comprendes, hijo? Hay muchas cosas que nos incitan a renunciar a todo principio, pero el poder es la peor, con diferencia, de todas ellas. Los políticos son doblemente responsables de la crisis de valores que ellos mismos denuncian, primero por mentir y, segundo, por no ser consecuentes ni siquiera con sus mentiras. De modo que lo que vituperan es lo que ellos mismos promueven. Y, los electores, votan hoy más guiados por el miedo, que tantos les inculcan, que por la inteligencia, que tan pocos les estimulan. Y sólo puede ser libre quien no conoce el miedo. Recuerda el himno de los Tercios Viejos, Eloíto.
-Y, ¿de veras piensas que el honor volverá a regir las relaciones entre los humanos? –decidí transigir.
-Sé lo que es el honor, pero no soy una ingenua ni estoy chocha, querido. Eso no ocurrirá. Y muchos lo echarán de menos, aunque nadie se atreva a decirlo para que no le llamen burlonamente ingenuo o directamente imbécil.
-¿Por qué lo dices, tía?
-Porque hasta de algunos diccionarios ya se ha quitado esa palabra. El honor, si existió alguna vez, es ya una reliquia del pasado. Pero, en el presente, ¿por qué razón crees que claman los indignados? ¿Por una cuestión de legalidad o de ética?
-Y, ¿ni siquiera individualmente podrá conservar alguien el honor? –yo ya sudaba.
-Quien quiera podrá hacerlo.
-Entonces no es tan grave, tía, podrá ser honorable quien desee serlo –dije conciliador.
-Sí, pero con una condición: que no tenga ambiciones. Pues, si las tiene y desea alcanzarlas, tendrá que dejar su libertad en prenda y hacer lo que le manden. Y, seguramente, lo que le llene el bolsillo le vaciará simultáneamente la conciencia. Enseguida entenderá que cometió un error.
-Pero, tía, todos podemos cometer errores, ¿no te parece normal?
-Si los cometemos sin quererlos, pero no si queremos cometerlos.
-Errores, al fin y al cabo, ¿qué más da?
-No es lo mismo. Caer en el error es humano pero dejarnos arrastrar a él por egoísmo es inmoral. Aunque, en casos extremos, cuando lo que media es nuestra falta de resistencia al hambre, pueda ser comprensible.
-Pero en la sociedad sólo se habla de cosas legales e ilegales. Lo moral o lo ético queda para el individuo. ¿No te parece, tía?
-Si con eso bastara, no sé a qué viene esta conversación, querido sobrino. Pero, por cierto, dime: ¿Te siguen gustando tanto los chipirones en su tinta?
-Claro, tía, ¿cómo te acuerdas?
-¡Cómo no iba a acordarme! Enseguida llamo a Liria y que preparen comida para los siete. Porque vendrán también tus hermanas y tu madre, ¿no?
-No, tía, mi madre…
-Me hago cargo, hijo, ya sé que le acaban de nombrar vizcondesa y, además, con grandeza de España. En fin, le diré al ama de llaves que sólo seremos seis.

6 comentarios:

Sara dijo...

Estas disquisiciones sobre el honor me dejan lela, y me han hecho pensar que, en toda alma humana, hay una fina línea entre el honor y el deshonor, especialmente cuando el ser humano se encuentra sometido a presión.

Cada vez me fascinan más tus textos, "viejo profesor", jajaja.

Soros dijo...

Gracias, Sara. Me alegra que te entretengan estos textos porque también yo disfruto al urdirlos y escribirlos. Así que, al menos, ya somos dos los que lo pasamos bien.
Ya veo que insistes y que no me quieres apear el mote. Me aguantaré que para eso este blog se llama "Aceptando lo que venga".
El blog tiene casi diez años y muchas entradas, algunas vírgenes de lectores, que a lo mejor te gustan.
Saludos.

Anónimo dijo...

Me ha encantado, Soros!, menuda lección la de la tía Teresa!, magnífico personaje.
Entre otras muchas cosas me gusta mucho el ritmo que imprime el diálogo a la lectura, rápido pero de obligada pausa para no perderse. Tiene mucha "miga" este relato tuyo... :)
Besos.

Soros dijo...

Pues ya ves, Eme, a mí me gusta mucho más la "corteza" que tienen los tuyos. Que siempre son crujientes.
Besos.

Conxita C. dijo...

Menuda es la tía Teresa, cuanta razón en su disquisición sobre el honor y la falta de valores actuales.

Consigues que esa discusión se sostenga perfectamente aderezando de nuevos argumentos a esa honorable mujer que sigue en sus trece y en ese litigio con los de Alba, jaja.

Me ha hecho pensar en todo aquello que actualmente se valora tan poco, los valores, el honor, seguramente si se preguntara, pocos sabrían responder a esa pregunta y me ha gustado especialmente esa referencia a los que olvidan los valores propios una vez están en el poder y reclaman al resto lo que ellos no tienen.

Muy interesante esta tía Teresa.

Soros dijo...

La gente, en su soledad, da en rodearse de cosas que llenen su tiempo y ocupen su cabeza. Ésa es, Conxita, más o menos, mi relación con la escritura.
Escribir es, algunas veces y dependiendo de los temas, como ponerse a ordenar ese viejo trastero en el que tenemos muchas cosas guardadas que, en su día, consideramos indispensables pero que nunca hemos vuelto a utilizar.
Muchas gracias por tu comentario.