La Gran Biblioteca de los
Lectores Muertos, dotada desinteresadamente por los lectores del mundo que
legaran sus tomos a su muerte, fue, en su origen, algo similar a esos
Testamentos Vitales en los que, voluntariamente, cada cual puede decidir su
final, evitando el dolor, y lo que será de sus restos mortales.
Por abreviar, lo mismo que una
persona podía donar sus restos corporales a la ciencia, podía regalar sus
restos intelectuales, en forma de libros, a dicha gran biblioteca con vocación
universal. El proyecto no pretendía ser modesto, ni mucho menos.
Sin embargo, la idea, que surgió
de muchos y de ninguno, generó enseguida apasionadas controversias.
En primer lugar surgieron
intereses económicos. A las editoriales no les pareció una idea acertada, pues
estas empresas veían en la iniciativa un reciclaje de textos que, oculto en el
propósito, mermaría sus ediciones y, sobre todo, sus reediciones.
Consecuentemente, disminuiría el negocio y se producirían despidos brutales en
el sector. A todas luces representaba una competencia desleal y, además, habría
de destinársele un emplazamiento gigantesco, un gran número de cuidadores y
administrativos y, todo ello, supondría un gasto enorme para el erario público. Evidentemente era una idea alarmante, por antieconómica y destructora del
tejido vital y creador de empleo. Un proyecto, concluyeron los directivos de las
grandes editoriales, cercano al comunismo más salvaje y anacrónico. Los libros
patrimonio de todos. Era inaudito.
Por otro lado, y al menos en
España, todas las Comunidades Autónomas, sin despreciar la iniciativa, alzaron
su voz unánimemente contra el intento, a todas luces desaforado, de una
centralización cultural y, de inmediato, propusieron la creación de dicha
biblioteca a nivel autonómico, de modo que pasase a llamarse Gran Biblioteca de
los Lectores Muertos Castellano-Manchegos, Murcianos, Cántabros, etc. Pues,
siendo cada día más conscientes de que España es un país de naciones, no
convenía destrozar tan burdamente sus singularidades más sutiles.
También las confesiones
religiosas, tradicionales defensoras de la cultura y la ciencia, dijeron que la
idea les parecía tendenciosa y homogeneizadora pues, bajo el común nombre de
lectores, se amalgamarían personas de muy distintas ideologías, y por ende de muy
distintas lecturas, y que eso daría lugar a que estas bibliotecas fuesen un tótum
revolútum en el que nadie supiera qué terreno pisaba, ideológicamente hablando.
Así que propusieron que esa biblioteca, sobre estar descentralizada, no fuese
una, sino varias o, mejor, muchas. Y puntualizaron que los lugares idóneos para
dichas bibliotecas fuesen edificios anejos a los cementerios, de modo que los
libros de los finados tuvieran asiento físico cerca de los restos de éstos y
reposasen cerca de sus huesos. Así serían conocidas como, verbigracia: Gran
Biblioteca de los Lectores Muertos Egabrenses Católicos, Tolosarras Musulmanes,
Pacenses Protestantes, etc.
Hubo, con respecto a este último
comunicado, enérgicas protestas de colectivos de ateos que se consideraban
discriminados por no contar con cementerios propios y ser enterrados de modo
que ellos llamaban “transversal”, por dar con sus restos habitualmente en el
lugar más cercano a su defunción. No menores fueron las críticas de los que
pensaban incinerarse, por temer que sus libros siguieran su camino.
Los ayuntamientos, al avizorar el incipiente fenómeno cultural, también levantaron su voz. No veían con buenos ojos que el
patrimonio bibliográfico que, tras su deceso, dejaran sus empadronados se les
enajenara por las distintas confesiones y, menos, por la comunidad histórica en
la que estaban enclavados y, aún mucho menos, por el avasallador Estado. Pues
era bien sabido, no sólo que cada comunidad tuviera su propia diferenciación
cultural inalienable, sino que cada municipio presentaba una idiosincrasia genuina
y exclusiva e, incluso, los diferentes barrios, dentro de ellos, eran
abismalmente distintos, culturalmente hablando. Y, así, proponían que fuesen
las asociaciones de vecinos de la localidad las que administrasen dichas
bibliotecas por barrios. De modo que pasarían a llamarse, por ejemplo: Gran
Biblioteca de los Lectores Muertos del Barrio de Pintahuevos de Guarromán, del
Barrio de Salsipuedes de Cercadillo, del Barrio de la Cuesta Rompeculos de
Sigüenza, etc. Que si ya era difícil salvaguardar las diferencias abismales e
insondables entre comunidades, mucho más lo era el tener una clara delimitación
entre las que diferenciaban a los barrios entre sí. Qué lejos estaban los
gobernantes de lo que constituía la sutil esencia de cada villa. Era
inconcebible su insensibilidad, su falta de finura intelectual.
Distintas ONGs, previa subvención
estatal, intentaron adueñarse de la idea y reivindicaron, para llevarla a cabo,
la concesión de mastodónticos edificios e incluso de aeropuertos que durante
los últimos años se habían edificado y carecían de uso.
Aquella idea, que en mala hora
presentara el ministro, se convirtió para él en una fuente de problemas. Y,
viendo que ni a los muertos se les podía permitir hacer su voluntad, creó un
impuesto sobre las transmisiones y donaciones de libros post mórtem. Esta tasa había de pagarla el testador en vida. Y con este nuevo impuesto,
llamado Impuesto de Transmisión Bibliográfica, zanjó el asunto. La
transmisión de libros redundaría en beneficio del Tesoro. Todo seguiría igual
que estaba pero, a la vista de las controversias, se había creado un nuevo
impuesto. A ver si escarmentaban. Esto era lo único bueno que el señor ministro
pudo sacar de la primitiva idea. En ninguna parte del mundo prosperó el
proyecto, pero, en España, se hizo de la necesidad virtud y el problema que se
generó se convirtió en una fuente inesperada para Hacienda.
Las almas más románticas,
altruistas y nobles quedaron anonadadas y desalentadas. Pero, qué difícil es aceptar las decisiones
de los que nos gobiernan. Por justas y acertadas que éstas sean. Siempre lo he
sostenido.
4 comentarios:
Esto debe de ser lo que llaman "literatura de anticipación". O más bien una sátira. O una anticipación satírica. El caso es que, desgraciadamente, resulta muy realista (y muy divertida también).
Tu idea de la biblioteca es muy bonita y muy romántica, ya lo sabes. Pero como también sabemos que las ideas bonitas y el romanticismo no dan beneficios económicos, nos tenemos que conformar con reírnos de los imposibles y seguir soñando. Que tampoco es tan mala opción, después de todo.
Algunas veces, Ángeles, me pregunto si la vida, en general, no será una continua diatriba entre el egoísmo y el altruismo donde, éste último, no sé la causa, lleva siempre las de perder.
Sí, es una sátira. La única munición que cualquier francotirador puede utilizar, incruentamente, contra la insensatez y la vorágine por las que tantas veces cualquiera se siente rodeado.
Gracias por tu comentario.
Ohhh con lo bonita que era la idea...a mi me gustó mucho cuando la leí en el Blog de Ángeles.
Te felicito por la sátira, muy buena y real. Con mucha frecuencia se destruyen ideas preciosas o muy útiles o muy necesarias porque no ganan los que tienen que ganar, porque todos quieren atribuirse méritos, porque se divide en nombre de absurdos separatismos, porque se despiertan todos los lobbys habidos y por haber y al final de la idea original no queda nada y el ciudadano...acaba pagando.
Muy buena tu reflexión.
Un saludo
Gracias, Conxita.
Todo puede complicarse porque, más que como a ciudadanos, se nos trata como a consumidores.
Cuando votamos, cosa tenida por el más alto nivel de democracia, en el fondo sólo delegamos. Pero los políticos no suelen cumplir sus compromisos por unas razones o por otras. En realidad las periódicas votaciones son su único control y fían en las campañas electorales, y en la mala memoria de las personas, su afán por permanecer en le mando. Y suele funcionarles pese a lo que hagan.
Un saludo y bienvenida.
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