El muchacho se quedó perplejo
pero, comprendiendo que donde no se guarda memoria no se hallan recuerdos, le
pidió a su padre que continuara narrándole lo que supiera. El renuente padre
prosiguió con su relato no de muy buena gana y recordándole a su hijo que él
nada sabía y que sólo contaba los recuerdos de otros.
-Todo lo
anterior, unido a la buena mano de la bisabuela Ludi en la cocina, hizo
próspera la modesta posada. Y, a pesar de la mala fama que tenían los venteros,
de cacos, rufianes y rateros, los viajeros salían contentos de la comida y del
circunstancial alojamiento. Y, además, de la Venta del Carrasco los dolientes
de boca salían mejorados, los barbudos rapados y lindos, los afligidos por la
vida de sus bestias y ganados marchaban aliviados y, casi todos, con un orza de
miel dorada bajo el brazo.
Pero el bisabuelo
Breixo, lejos de hablar como un sacamuelas o ser una persona dicharachera,
cosas ambas que hubieran cuadrado con sus menesteres, tenía fama por tener un
carácter, si no hosco, bastante circunspecto. Decían que su saber sobre cuentas,
escrituras, lecturas y demás materias era mucho mayor que lo que por entonces
se tenía por corriente. Pero, con certeza, nadie podía saber si su ciencia era
mucha porque, en aquella época, en la zona casi todos eran analfabetos, como la
misma bisabuela Ludi.
Pero su
seguridad para números y letras, su buen pulso para rapar barbas, su temple con
las tenacillas, su pericia con los animales y su talante pacífico y sosegado,
solía mudarse repentinamente en malos humos y peores humores si recelaba de alguno
que pretendiera burlarse de él, sobre todo, a costa de sus habilidades o dotes de
curiel.
Contaban que
tres vecinos de Bodalera se presentaron en la venta cierto día de camino a
Titencia. Traían un frasco pequeño con un mechón de pelo que el más jaque de
ellos se cortó en el pueblo. En tono misterioso le dijeron al curandero que era
crin del caballo del alcalde que se encontraba aquejado de cólicos. Y quedaron
expectantes de lo que el tío Carrasco dictaminara. Dijeron que el bisabuelo no
perdió las formas. Tomó el frasquito, sacó el pelo, lo palpó entre los dedos
índice y pulgar, lo olió y, luego de un momento, dijo con temple:
-Este animal tiene
muy mala hiel, creo que no tiene curación. Es más, la enfermedad fraguará en
pocos días y, si nada media, fenecerá antes de dos semanas.
Los tres se
daban codazos de complicidad y se esforzaron en contenerse para no echarse a
reír a carcajadas. Y el que puso su pelo en el frasco, que era el más burlón,
dijo con sorna:
-¿Qué le debemos
por su gracia de adivinar y su ciencia al predecir, tío Carrasco?
-Carrasco no
soy. Llámome Breixo y, para algunas bestias, especialmente las sin remedio,
trabajo de balde –dijo muy serio el curandero.
-Muchas
gracias, hombre, por su caridad para con los afligidos –repuso con mucha guasa
el aludido.
-Cuando se
anuncia desgracia, no corren prisa las gracias. No se merecen, galán -contestó
Breixo, sin humildad, pero mirando fijamente al suelo.
Salieron entre
burlas de la venta, riéndose ya sin disimulo de la afectada educación del
sacamuelas, y marcharon los tres con viento fresco. Llegados al mercado de la
villa, contaron la broma, entre risas y copas de aguardiente, en las tascas de
Titencia. Pero, a los quince días, estaban enterrando al del mechón que, a
consecuencia de un cólico miserere, estiró la pata tras pasar cuatro días
vomitando sus propios excrementos.
La noticia
corrió por los contornos y un halo de respeto y temor envolvió de inmediato al sanador
de la venta y nadie, desde entonces, osó embromar al tío Carrasco.
-¿Es eso
cierto? –le cortó el muchacho muy asombrado.
-Si lo es, no
lo sé. Pero así me lo contó mi padre.
2 comentarios:
Esto se pone cada vez más interesante. El bisabuelo Breixo tiene más de brujo que de posadero, según parece, y quizá entre sus poderes y habilidades esté el don de lenguas.
Ya veremos, ángeles. En los cuentos no se adivina por dónde pueden ir las cosas.
Publicar un comentario