Hace muchos años la mayoría de la
gente no vivía como ahora. Para empezar, en lugar de vivir en ciudades grandes,
casi todas las personas vivían en pueblos pequeños. Y, para continuar, en vez
de ir a trabajar a fábricas, oficinas, empresas, obras, aulas, supermercados o
conducir camiones, furgonetas u otros vehículos, la mayoría de ellos sólo
tenían un sitio donde laborar. Ese sitio era el mismo durante todo el año y era
un lugar donde hoy no trabaja mucha gente, de hecho, no trabaja casi nadie y
por eso está casi desierto durante la mayor parte del año. Ese lugar del que
estoy hablando es el campo.
Y todos los pueblos estaban, y
siguen estando, en mitad del campo porque así la gente tenía muy cerca su
trabajo, como quien dice: a la puerta de casa. Y casi todo el mundo vivía en
esos pueblos. Sólo unos pocos vivían en las ciudades que no eran, ni mucho
menos, tan grandes como lo son ahora.
La gente que vivía en las
ciudades, no sé la razón, se consideraba superior a la gente que vivía en los
pueblos y, por eso, los de las ciudades llamaban a los de los pueblos cosas
como: catetos, paletos, gamos, palurdos, patanes, pueblerinos, gañanes,
destripaterrones, tuercebotas, ganapanes y otras palabras que les parecían
despectivas.
Pero los de los pueblos no se
quedaban atrás con las palabras y, en legítima defensa, llamaban a los de las
ciudades: pisaverdes, señorones, maulas, finolis, señoritos, papanatas, panolis,
bambarrias, remilgados y cursis, además de otras muchas cosas que sonaban
bastante peor y que hasta está feo decir.
La gente de los pueblos trabajaba
en el campo, como ya he dicho, y obtenía de su trabajo productos alimenticios
con los que podía procurarse el sustento. Así, los labradores, recogían
cosechas de trigo, cebada, centeno, maíz, alfalfa, arroz, garbanzos, judías,
lentejas…; los hortelanos obtenían
verduras, frutas, legumbres…; los pastores criaban ovejas, corderos, vacas,
terneros, cabras, cabritos…; los porqueros criaban cerdos y lechones y, en
general, todos tenían en sus casas gallinas para tener huevos y otros animales,
como vacas y cabras, para tener leche, o cerdos para hacer matanza y tener
jamones, lomos, chorizos, morcillas, güeñas, tocinos y torreznos. Todos
obtenían de la tierra lo necesario para su vida. Y lo que les sobraba lo
vendían a los de la ciudad o lo intercambiaban entre ellos mismos para tener
así de todo lo necesario.
En aquellos tiempos había también
leñadores, pues no existía el butano y la electricidad no había llegado a
muchos pueblos y, desde luego, no existía la televisión, ni se imaginaban los
ordenadores ni los teléfonos móviles, y sólo algún que otro afortunado tenía
una radio. Pero, el que tenía radio, tenía que tener electricidad porque las
radios de entonces había que enchufarlas a la luz, que es como llamaban a la
electricidad. Total, que todo era una cadena que ataba a las gentes
directamente a la tierra y pocas cosas había por entonces que escaparan a ese
ciclo.
Así que la gente se calentaba y
hacía la comida en los hogares de sus cocinas prendiendo hogueras, custodiadas
por morillos, y colocando sobre ellas, en unos trípodes que se llamaban
trébedes, los pucheros, las sartenes,
las cacerolas, los cazos y las ollas. Y, por lo tanto, la madera de los montes
era muy necesaria, aunque en los pueblos a la madera solían llamarle leña.
Por supuesto, en aquel tiempo,
casi nadie tenía coche porque sólo podían tenerlo los que tenían mucho dinero.
Pero la gente de los pueblos tenía mulas, caballos, yeguas, potros, asnos,
pollinos y machos para que les ayudaran en sus trabajos en el campo pues, por
aquel entonces, había poquísimos tractores y casi todas las faenas del campo se
hacían a mano y con ayuda de las caballerías.
Eso sí, al igual que ahora, había
escuelas y los niños y niñas tenían que ir todos los días, incluso los sábados
y sólo los domingos quedaban libres de ella. Aunque, cuando acababa la escuela,
podían vagar libremente por toda la villa y jugar con el sinnúmero de perros, gatos
y demás animales de la localidad porque entonces todos los bichos podían andar
por ahí sueltos. Aunque a estos animales nadie les llamaba mascotas ni animales
de compañía. Porque esas palabras, o mejor, esos conceptos eran desconocidos
por entonces.
Además, la gente se sentaba por
las noches alrededor del fuego de la cocina y, a falta de televisión, se
contaban historias entre ellos. Aunque, la verdad, es que casi todas las
historias las contaban los más viejos porque eran los que más años habían
vivido, los que habían conocido a más personas y los que habían visto más cosas
e ido a más lugares. Y, escuchando aquellas historias, descubrí que casi toda
la gente de los pueblos tenía un mote, un apodo que pasaba de padres a hijos
muchas veces. Y también me di cuenta de que era más fácil localizar a alguien
por su remoquete que por su verdadero nombre cristiano. Así, por ejemplo, la
tía Peseta, la tabernera, era la viuda del tío Peseto, y casi nadie en el
pueblo sabía que se llamaba María Paniagua Pérez, y cuando querían dar su
nombre completo, para que no hubiera dudas, decían María la Peseta. Y así
pasaba con casi todo el mundo. Era muy raro quien no tuviera un sobrenombre.
Pero, aunque la gente no tenía
tantas cosas como tenemos ahora, tampoco padecían algunos de los problemas
actuales. Por ejemplo, las aguas de los ríos, de los riachuelos y de los
arroyos y manantiales, por entonces, no
estaban contaminadas y, en ellas, se criaban cangrejos, truchas, barbos,
anguilas y otros peces que la gente pescaba, en sus ratos libres,
convirtiéndose así en pescadores ocasionales para su solaz y el bien de sus
despensas.
En el campo había también gran
cantidad de caza, en particular conejos, liebres y perdices, y también
codornices en su tiempo, por lo cual la caza era otra fuente de alimentación que
se apreciaba mucho entre la gente de los pueblos por considerar que su carne
montuna era un manjar. Y por eso algunos tenían un perro y una escopeta y,
cuando no tenían cosa mejor que hacer y, a veces, aun teniéndola, salían al
campo a buscar algún conejo, perdiz o liebre que añadir a sus comidas
habituales. Y también algunos otros, que no tenían escopeta ni ganas de tenerla
por no gastar en munición, sabían poner cepos, losas y lazos para los conejos,
y perchas y otras trampas para las perdices. Y los hacendados, que no tenían
estas habilidades de cazadores o tramperos o disfrutaban más con la holganza,
compraban la caza.
Y es en este punto donde comienza
nuestra historia.
He tenido que contaros todo lo
anterior para que la entendáis mejor, porque en aquellos años la vida era muy
distinta a como es ahora.
4 comentarios:
Qué cuento tan bonito y qué bien contado. Aunque algunas de las cosas que dices son un poco difíciles de creer, pero en fin, los cuentos cuentos son ;)
Voy por más.
PD: ¿qué son güeñas?
Las güeñas son un tipo de chorizos, teóricamente de menor calidad que los chorizos normales. Su adobo era similar al del chorizo pero, en su confección, se usaban las partes más grasas del cerdo y los bofes.
Mi suegra, que en paz descanse, era conocida en el pueblo por la calidad y el sabor de sus güeñas y muchos le pedían que les enseñara a hacerlas. Recuerdo que hasta gente de otros pueblos, como los conocidos Paquitos de Riofrío, fueron a su casa para que les enseñara a hacerla. Pues muchos entendidos sostenían que la güeña, bien hecha, era aún más sabrosa que los chorizos.
Gracias, Ángeles, por tu comentario y tu pregunta. Me has traído a la mente a mi buena y querida suegra que murió hace ya 20 años.
Hasta para mí son difíciles de creer muchas cosas, pero digamos que son cosas que sólo ocurren en los cuentos y dejémoslo ahí.
Prometedor... ¿cuándo continúa?
Gracias por venir por aquí y por comentar, Zazou.
El cuento está ya acabado.
Pero como sólo te di el enlace al primer capítulo no has encontrado los demás.
Si vienes a este blog:
http://sorozs.blogspot.com.es/
y vas al mes de septiembre de este año encontrarás todos los capítulos.
Un saludo y gracias.
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