En esto de la caza hay mil
historias y, en los cazadores, una especie de orgullo o de amor propio o qué sé
yo qué cosa por quedar bien. De lo uno y de los otros vienen los mitos, las
exageraciones y otros tipos de mentiras. Las últimas no sirven para nada pero
las exageraciones son, a veces, graciosas y los mitos llenan el campo, y las
cabezas, de obsesiones y esperanzas que tienen bastante que ver con el hecho de
cazar que a muchos, hoy en día, se nos antoja cosa casi milagrosa.
Sin embargo, está claro que a
quien no le interesa la caza tampoco se siente interesado por ninguna de esas
cosas y, para quienes están en contra de esta actividad, no hacen más que
disgustarles tales cuentos o historias que consideran, desde todo punto de
vista, innecesarias, crueles y fuera de lugar en una sociedad como la nuestra.
Creo que es una empresa vana la
de convencer a nadie de unas cosas u otras porque, al final, cada uno es hijo
de sus vivencias y de sus sentimientos y aun del estilo de vida que cada cual
lleva y, así, hay algunos que disfrutan con lo que otros desprecian y
viceversa. Y no es cuestión de que unos pongamos a otros verdes y a la inversa,
porque para eso ya tenemos a los políticos, periodistas, comentaristas y
tertulianos que ocupan a diario los medios de comunicación con que llenamos, de
supuesta información veraz, nuestras vapuleadas y adocenadas vidas inmersas en
la cívica civilización, supuestamente.
Así que, situándose al margen de
la realidad, existen cazadores, o por lo menos algunos cazadores, que se inventan
otra. Es un paréntesis de la vida real que, a veces, no se distingue de los
sueños y en el que una persona sola se va al campo y, si puede, cada vez a un
campo distinto y, una vez allí, se queda solo consigo mismo e intenta
apropiarse de lo que la Naturaleza, originariamente, ofrecía a todos.
El asunto tiene por finalidad
concreta volver a casa con alguna presa, pero no es esa la finalidad principal
y, a veces, tras muchas horas de cuestas y barrancos, de páramos y vegas, ni
siquiera se consigue.
El que caza para hacer carne, hoy
en día más que nunca, termina dejándolo, porque la carne se encuentra
preferentemente en los supermercados, en los mataderos industriales y en las
explotaciones ganaderas, cosas todas muy racionales y civilizadas. La carne no
es ya cosa de los cazadores, sino de las multinacionales.
Es más normal que persevere en el
asunto el que busca el viejo juego de aprender de los animales, de entender sus
costumbres, de acoplar sus pasos al clima, a la orografía, a la luz y al
palpitar distinto que cada día trae consigo a cada lugar.
En esencia, la caza, es una
búsqueda. En general, una búsqueda tan dura, tan constante, tan incierta y,
generalmente tan vana que, cuando desemboca en hallazgo, el que la llevó a cabo
se siente con derecho, con un derecho ganado tras muchas conjeturas y miles de
pasos, al animal salvaje. Al animal que no es de nadie, que a nadie preocupó
jamás de los jamases, pero al que todo el mundo hoy defiende, sin saber nada de
él, como si fuera suyo. Y así, el cazador, pasa a ser un profanador de la
Naturaleza, un asesino, un individuo que mata por capricho.
Sin embargo, hasta ahora, en esta
civilizada sociedad, tan sensible con los animales, a muy pocos les importa de
dónde sale lo que comen. Muy pocos son conscientes de que la muerte masiva de
especies enteras está detrás de este bienestar tan aséptico del que gozamos,
que la desaparición de extensas masas forestales está a punto de que en breve
tengamos que pagar el aire que respiramos como ya hemos empezado a pagar el
agua. Tal vez sería muy bueno para muchos hacer, sólo por una hora, de
matachines y luego de matar al animal, del que tanto aprecian los filetes,
tuvieran que destriparlo, quitarle la piel, trocearlo y ponerse de sangre hasta
los codos.
Pero preferimos tener una mascota
capada y darle pienso y, sobre todo, no saber las consecuencias de vivir tal
como vivimos. Pregunte usted a alguien si es ecologista.
La caza siempre me pareció una
actividad normal y, con ella, el mundo ha perdurado miles de años. No sé si
perdurará otros tantos, tal y como lo conocemos, a esta civilización, tan
aparentemente incruenta, del consumo y del desarrollo que la codicia llama
sostenible. Por muchas piezas que mate un cazador, mata más la mentira en que
vivimos, eso sí, tan contentos.
2 comentarios:
después de leer esto me entran ganas de comer verduras para los restos. Pero como dice mi compañera de trabajo: claro, como las plantas no te miran con ojitos, hale, todos a comérselas.
cazar para comer parece algo tan natural como respirar. somos depredadores. Es cierto que hemos evolucionado y que si para estar bien alimentados no necesitamos privar de vivir a ningún ser vivo estaría genial. Aunque, como dices, es muy comodo tener quien hace el trabajo sucio, no mancharme de sangre, comer el jamón ibérico directamente en el plato, hoy que es fin de año.
Feliz Nochevieja! y que en el año que entra, que no será próspero, tengamos momentos lindos.
Casi todo lo que comemos primero hay que matarlo o, si no, matarlo a mordiscos.
Que tengas un buen año, Zeltia. Aunque no sea próspero, porque no por eso ha de ser malo.
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