Estamos en Juviles, en la terraza del restaurante Alonso, y un negrito se sienta a una mesa con su mamá, que no es negra. El niñito se aburre. Su madre le entretiene, le acaricia, le mima, le achucha, le hace carantoñas, le besa... El chiquillo quiere jugar pero la madre le vigila, le acompaña, le ayuda, le dice, le aconseja, le avasalla. El niño negro se aburre y todos los que le vemos intentamos hacerle caso sin darnos cuenta de que está solo y que, tal vez y pese a nuestras buenas intenciones, toda la vida lo esté.
Mientras estamos sentados, a la agradable sombra de la terraza del restaurante, pasan por la carretera, que tenemos enfrente, grupos de negros que, al parecer, trabajan en las jamoneras del pueblo.
No puedo evitar comparar a los trabajadores con el niño. Mientras todos estamos solícitos con el negrito, a los otros no les hacemos ni caso y pasan por la calle ajenos a todo comentario y casi sin que el personal haga intención alguna por mirarles y percatarse, al menos, de su mera existencia.
- ¿Qué será del negrito cuando se haga adulto?, se me ocurre en silencio, en una pregunta interior e inoportuna que no espera respuesta.
La madre del negrito, ¿será su madre o será más bien una mecenas que al muchacho le ha caído del cielo o, tal vez, del infierno?, sigue ostentosa y aparatosamente pendiente de él.
Aparece el camarero y sirve la comida a madre e hijo. La madre se dirige al pequeño:
- Da las gracias.
Y el niño, después de darlas, le replica:
- Tú también.
La madre queda confundida y también todos los asistentes. Entre sonrisas complacientes da también las gracias la madre española, pero quedamos todos algo confundidos. Parece que pedimos al negrito lo que ninguno hacemos, pero optamos todos por reírnos: jajajá, jijijí…
Mientras estamos sentados, a la agradable sombra de la terraza del restaurante, pasan por la carretera, que tenemos enfrente, grupos de negros que, al parecer, trabajan en las jamoneras del pueblo.
No puedo evitar comparar a los trabajadores con el niño. Mientras todos estamos solícitos con el negrito, a los otros no les hacemos ni caso y pasan por la calle ajenos a todo comentario y casi sin que el personal haga intención alguna por mirarles y percatarse, al menos, de su mera existencia.
- ¿Qué será del negrito cuando se haga adulto?, se me ocurre en silencio, en una pregunta interior e inoportuna que no espera respuesta.
La madre del negrito, ¿será su madre o será más bien una mecenas que al muchacho le ha caído del cielo o, tal vez, del infierno?, sigue ostentosa y aparatosamente pendiente de él.
Aparece el camarero y sirve la comida a madre e hijo. La madre se dirige al pequeño:
- Da las gracias.
Y el niño, después de darlas, le replica:
- Tú también.
La madre queda confundida y también todos los asistentes. Entre sonrisas complacientes da también las gracias la madre española, pero quedamos todos algo confundidos. Parece que pedimos al negrito lo que ninguno hacemos, pero optamos todos por reírnos: jajajá, jijijí…
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