Querida sobrina Luisa:
Te agradezco mucho, dada nuestra
diferencia de edad y, consiguientemente, de mentalidad, que te relaciones
conmigo y más que me pidas consejo.
Disculpa, propiamente, no me has
pedido consejo, pero a los viejos, cuando alguien recuerda que existimos, nos
da por exagerar. Supongo que sería más adecuado decir que te interesas por
conocer mi punto de vista sobre la actualidad. O, tal vez, ni siquiera tengas
esa curiosidad y sea sólo tu cortesía la que me dé un tema para contestarte.
Hoy no se desconfía, ni siquiera
se duda de los viejos, como solía ocurrir antaño, simplemente se les elude. Y
ninguno puede permitirse ya el lujo de decir, con toda solvencia: “Ya os lo
había advertido”, porque la vejez no es un valor cotizado.
Ante todo, creo que las personas
hemos de aceptar lo que no podemos cambiar y luchar por lo que podemos
construir. Lo primero, a regañadientes, solemos hacerlo todos pero lo segundo
sólo lo hacen algunos.
Así la pasividad y la actividad
han de saberse elegir según las situaciones. Y cada uno deber mirar de frente y
afrontar esa suerte inevitable, la que le viene dada por la lotería inexorable
de la vida, pero también pugnar por lo que nadie le dará, ni aleatoria ni
voluntariamente, y sólo cada cual podrá obtener en alguna medida.
Pero no seré yo quien exagere
sobre las supuestas bondades de la vejez. Tengo mis razones para ello.
En primer lugar, cualquier
persona mayor, sufre un deterioro físico que progresivamente deteriora su
cuerpo. De esto tenemos evidencias cotidianas que, si acaso nos pasaran
desapercibidas, la publicidad nos recuerda a diario:
-Las partículas de oxígeno activo
de Sonriduril dejarán su prótesis dental limpia de flora bacteriana.
-Con Secaprostín juegue con sus
nietros sin temor a las pérdidas de orina.
-Firme la paz con sus
articulaciones durante doce horas con Brincafortil Break-D.
-Olvídese de incontinencias y
flatulencias con Oclusive Anopedína.
-Vea en alta definición con
lentillas Seefull.
…
Sería interminable la lista de
recomendaciones y consejos publicitarios que llenan de comodidades nuestra edad
dorada.
Sin embargo son muy pocos los
publicistas que atacan el problema principal: el deterioro del cerebro. Quizás
porque si ese deterioro pudiese corregirse no podrían vendernos miles de otros
remedios portentosos. Por lo cual deduzco que la ausencia generalizada, en un
amplio sector de la población, de un razonamiento claro y riguroso es de lo
mejor para el crecimiento de la economía.
Pero sí, dicen que el deterioro
del sistema nervioso central comienza a partir de los 45 años. Cosa que, de ser
cierta, me pone en fundadas sospechas de mi incapacidad, pues mis neuronas
llevan ya muchos años descomponiéndose. Pero, al mismo tiempo, me anima, por
tener la certeza de que las personas que gobiernan el mundo también han superado
hace años esa edad.
Pero no son las especulaciones,
sino los hechos los que confrontan las teorías con la realidad. Así pues te
expondré mi comportamiento más reciente, querida sobrina. Tú misma podrás
decidir sobre mi degeneración intelectual. Es lo más realista.
Como sabes, querida, siempre he
sido conservador. Esta última palabra me llena por dentro. Es para mí como un
ancla que impide que mis pensamientos vayan a la deriva. El ser conservador,
como un buen traje, da empaque, aplomo y seriedad a uno mismo e influye
confianza al prójimo. El conservadurismo permanece, todo lo demás es
contingente y, a veces, de puro infantil, innecesario e inconsistente.
Imagínate que hay personas que
pretenden que la honestidad y la justicia sean el eje de nuestras vidas. Todo
conservador, como es mi caso, está de acuerdo en el fondo de esta cuestión. La
idea es irrenunciable. Y cualquier conservador la tendrá por eje de su
moralidad.
Pero son las formas las que me
preocupan. Una persona debe tener principios pero, si esos principios impiden
la generación de riqueza, para qué nos sirven. Ese igualitarismo absurdo que
provoca la virtud no impulsa la máquina de la economía. Puede que deje las
conciencias tranquilas e, incluso para los creyentes, en paz con el Altísimo.
Pero, en esta vida, no basta siquiera con contentar a Dios. A Dios hay que
ayudarle.
El poder no puede regir la
economía, del mismo modo que la sed no genera agua. La vida de las personas no
la rige la justicia sino la codicia. En teoría, todos preferimos el bien al mal,
lo justo a lo injusto, pero, el problema, es que tendemos a identificar el bien
con lo que nos conviene y lo justo con lo que nos favorece. Eso explica el
resultado de muchas elecciones y los ilógicos resultados que algunos partidos
obtienen si fuera verdad que las búsquedas del bien y la justicia rigieran las
mentes de todos los votantes.
Recuerda el Imperio Español o el
Portugués, no buscaron un Nuevo Mundo por altruismo, sino por codicia. Fíjate
en el Imperio Británico, que colonizó más de las tres quintas partes del mundo
y ahora abomina de los extranjeros en su isla, ¿crees que no actuó siempre a su
conveniencia? Recuerda la creación de los Estados Unidos de América, no emergieron
sobre un territorio yermo y vacío, sino sobre otros pueblos que, por no
molestar al decirlo, diremos que desaparecieron.
Y, ¿qué me dices de nuestra iglesia? La primera organización transversal, como
hoy se dice, cuyo poder e influencia se infiltraba e infiltra en estados y
reinos. Hay innumerables ejemplos de cómo el progreso se basa en la codicia, la
iniquidad y la matanza pero, eso sí, disfrazando esos vulgares medios con unos
fines tan sagrados, humanitarios y altruistas que a muchos de los líderes que
fueron se les admira como a sabios y se les alaba como a santos. Esta es la
realidad. Y, como ves, las naciones perduran, las religiones también y todas
son instituciones respetables. ¿Qué fue de los que quisieron pervertir este
orden?
Sin embargo, hoy la Humanidad ha
avanzado. El imperio brutal de la fuerza se ha sustituido por males infinitamente
menores, al menos, en nuestro primer mundo. ¿Qué queda de tanta crueldad? Poca
cosa, un vestigio insignificante por comparación: la corrupción. Pero, si todas
aquellas gestas de la Humanidad crearon grandes cantidades de riqueza, aun
reconociendo las barbaridades y los exterminios, no crea menos riqueza la
corrupción y, reconozcámoslo también, sin apenas derramamiento de sangre
perceptible. Los negocios se basan en ella, la economía se urde entre entresijos
de acuerdos secretos y poco edificantes pero, sin esa imprescindible
corrupción, que es simplemente una hermanita menor de la codicia, nuestras
economías tendrían un encefalograma plano. No habría grandes emprendedores y
sin estos grandes ambiciosos muy pocos tendrían que pensar en conservar sus
millones de humildes puestos de trabajo. Sería el desastre, el abandono total,
la abulia más inenarrable. Y eso explica que, ante la mera perspectiva de que
puedan cambiar algo las cosas, millones de aterrados conformistas votan complacientes
en las urnas pensando: “Virgencita que me quede como estoy”. El miedo es la
forma natural con la que el pueblo expresa su talentosa prudencia. ¿Qué sería
de nosotros sin él?
Pero ayer, hoy y siempre hubo,
hay y habrá verdaderos enemigos del pueblo que se creen por encima de la
historia, que bajo el pretexto de redimir a sus semejantes quieren convertirse
en sus nuevos amos y señores. Ya sabemos en qué terminó la revolución
bolchevique.
No creas, querida sobrina, en los
que pretenden que el agua no moje, que la tinta no manche, que el fuego no
queme. Todo pasará y los conservadores permaneceremos. La razón siempre está de
nuestra parte. Sé fuerte, Luisa.
Te quiere.
El tío Mariano.
4 comentarios:
Yo no sé si el tío Mariano habla del todo en serio o si está tomándole un poco el pelo a su sobrina. La ironía se le da bien, desde luego. Pero sea como sea, es impresionante cómo argumenta y como hila las ideas, el tío. Y qué buenos consejo da.
Así que no veo yo que la debilidad mental de la que habla le afecte mucho. Más bien me parece que tiene una mente preclara y robusta. Por lo cual o no es tan viejo como se pinta a sí mismo, o la vejez no es necesariamente tan debilitante como dice. O a lo mejor es que el Brincafortil ése tiene efectos secundarios insospechados.
Jajajaja, ¿cómo se apellida Mariano?
Fíjate, este personaje me ha recordado en todo momento al célebre Esteban Trueba de "La casa de los espíritus" de Isabel Allende. También él estaba convencido de que los conservadores "ganaban" siempre, hasta que la realidad lo desmintió y entonces urdió un golpe de Estado... Pero nada como la maravillosa novela de la Allende. Te la recomiendo si no la has leído.
Besitos.
Ángeles, el tío Mariano, como todos los tíos, no quiere más que lo mejor para sus sobrinos.
Y, llevas razón, creo que últimamente está abusando del Brincafortil y puede que hasta del clarete.
Saludos y gracias.
Gracias, Sara, por tu recomendación. Creo que lo he leído pero, a veces, uno se pierde entre la mezcla de lecturas.
Por lo demás, con que te hayas reído, me vale.
Saludos y gracias por el comentario.
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