(Hoy me he
dado cuenta de que ya llevo diez años rellenando de historias este colchón, que
es mi blog, en el que paso tantos ratos recostado, aceptando lo que venga.)
Si, como dice el tango, veinte
años no es nada, qué son diez.
No quería dar vueltas a su vida.
La crisis lo había hecho por él. Esos años la volvieron del revés como si fuera
un calcetín. Y, se dijo, que, como casi todos los humanos, había vivido en la
inocencia, presumiendo una bondad bien poco contrastada.
Y sólo halló consuelo en las palabras
escritas de algunos muertos que, de la vieja biblioteca, algunas veces pasaban
a sus manos, pues, las que oía de los vivos, aumentaban su tedio, su pena y su
desconfianza.
Su jefe, al despedirle, le dijo
que no tardaría tres meses en llamarle. Cuando se le acabó el paro, fue a
verle. Los dos pasaron un mal rato: él por implorar, el jefe para no
compadecerse.
Su médico, al anunciarle aquello,
le dijo que tuviera confianza, que aquello hoy, afortunadamente, era operable, que
aquello tenía tratamiento, que por aquello era improbable que muriera. Vamos,
por poco le convencen, que aquello era casi lo mejor que podía haberle pasado.
El doctor llevaba razón, pues ya
de aquello cuatro veces le habían operado, sin asegurarle nada. Y, para que no
perdiera la vida por aquello, le habían destrozado la existencia hasta el punto
de desear ahora la muerte. Qué hermoso hubiera sido no haber despertado de la última
anestesia. Haberse liberado de aquello sin enterarse, en un anónimo triunfo de
la medicina.
Su mujer, cuando todo empezó, le
aseguró que estaría con él para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la
enfermedad, así lo dijo. Él se emocionó. Pero, lo reconocía, seguramente a él
le hubiera ocurrido lo mismo. Hay que ponerse en el lugar de los demás para
entenderles. Ella era aún joven, bonita a él se lo pareció siempre. Y cuando se
marchó, dos años después, él se sintió liberado de su compañía, le agradeció
que siguiera su tendencia natural, que se dejara de tanta moralina, qué pintaba
una mujer como ella atada a un desahuciado en la miseria. Para sufrir aquella
ruina, se bastaba uno solo, ¿por qué destrozarse los dos? El romanticismo queda
muy bien en las novelas pero, en la vida, donde se llora de verdad, ya son
bastantes las lágrimas de uno.
En realidad no soportaba la
atención caritativa y abnegada que en ella, contra natura, percibía. No hubo
ruptura, un día ella se fue como si nada, sin amor ni rencor, sólo a seguir la
vida como era, en realidad, su obligación.
Sus amigos, ¿dónde había oído él
eso?, que contara con ellos para lo que hiciera falta. Amistad y dinero
conviven bien juntos, caminando en paralelo, pero mezclan mal. Y, cuando lo que
hiciera falta hizo falta, sólo pudo contar una vez y hasta uno. El resto de la
numeración se había desvanecido. El uno le dejó quinientos euros para pasar un
mes. Jamás se los pidió, pero tampoco volvió más a visitarle.
Sus conocidos dijeron que era una
mala racha. Y él pensó para sí que le jodían los profetas, que estaba hasta los
huevos de los oráculos que pronosticaban lo evidente. Pero siempre asintió con
una media sonrisa, porque a la gente le caen bien los resignados.
Sus hijos no le dijeron nada
porque andaban los tres a lo suyo y bastante tenían con intentar meter la
cabeza en algún lado.
Fue una suerte, Dios aprieta pero
no ahoga, que de la última operación quedara en silla de ruedas: le dieron la
jubilación por invalidez. Y fue otra suerte, Dios escribe derecho con renglones
torcidos, que le embargaran el piso: los servicios sociales le ingresaron en un
asilo.
Y, cuando Sor María Paz,
hermanita de los ancianos desamparados, le pidió aquel día que bendijera la
mesa común, él dijo:
¡Oh, Señor, Señor, te agradecemos
la esperanza de estos brotes verdes que con cada primavera nos envías y te
pedimos que nos ilumines y nos hagas permanecer, como hasta el día de la fecha, en el recto
camino. Sin manillar!
12 comentarios:
Y espero que nos sigas deleitando muchos años más con tus sabrosas historias escritas de manera magistral.
Gracias, Isidro. Haré lo que pueda. Las historias tuyas tampoco tienen desperdicio.
Un abrazo.
Un relato tan duro que es hasta... ¡¡¡REALISTA!!!
Un beso y felicidades.
Me ha gustado muchíiiiiisimo.
Gracias, Sara.
Pero, en la realidad, todavía hay gente con menos suerte. Aunque suene sensato, hay que aceptar lo que venga. No hay otra solución mejor.
Un abrazo.
Te felicito por los diez años de blog, que no es cosa baladí (ni los diez años ni el blog), y, por supuesto, por todas las historias que has escrito.
Y yo me felicito a mí misma por el tino que tuve el día en que llegué a tu blog.
Un abrazo.
Gracias por la felicitación. En parte, gracias a esas historias, se ha aliviado el paso de estos años.
Con respecto a lo segundo, gracias, Ángeles, por no haber dejado de visitarlo.
Un abrazo.
¡¡¡10 años!!!! Felicidades por todo ese tiempo escribiendo y que espero sigas muchos más. El tiempo pasado queda contado en esas historias que nos presentas, como la de hoy, aunque muy triste también una historia valiente y real, que con frecuencia ocurre en eso que es la vida.
Saluditos
Gracias, Conxita, pero la compañía que me ha proporcionado el escribir a nadie más que a mí ha sido de provecho. Que la palabra también es medicina y hay algunos que nos automedicamos. Y, en este sentimiento, ten a todo el que escribe por un ser afortunado.
Muchas gracias, Conxita.
Y un abrazo.
Yo también creo y mucho en ese efecto terapéutico que tiene escribir. Afortunados somos aquellos que podemos usarlo.
Un abrazo
Que así sea, y por muchos años, Conxita.
Ahhhh ¡DIEZ AÑOS!
¿Qué se dice en estos casos?... ¿felicidades?, ¿en hora buena?, ¿¡Qué bien!?... no se. A mi solo se me ocurre un GRACIAS enorme. Por seguir al pie del cañón y tener la posibilidad de encontrarme (¿re?) con tus letras.
Respecto de tu relato... pura vida. Y yo no he de caer tan bien como el protagonista, porque de resignada muy poco.
Un abrazote apapachador.
;)
Querida doñita Insumisa y recordada Señora del Desierto:
Diez años escribiendo son para mí un regalo. Uno que me ha hecho la vida por permitirme sobrevivir con la cabeza relativamente tranquila en un mundo donde hay tantas perdidas.
Es una alegría recibir amistades de antaño. Alguna indómita como la tuya que siempre son como una luz en mitad del sueño de escribir. Quizás soy un resignado a la escritura y por eso no la abandono pero, no por mi vicio, dejo de comprender a otras personas que son más partidarias de la acción y de la pasión activa y no teórica.
Así que, por esa variedad que tú ofreces, creo que no dejarás indiferencia en parte alguna.
Apapachos de alegría.
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