Cansado un sábado más de la
rutina, esa de tomar unas cañas y decidir la hora de salida y el paraje de caza
del domingo, me dejo llevar y quedo con el Tomasín y el Choti en el bar El
Pesebre.
La amanecida del domingo resultó
airada y nubosa. Los Alcobanes, el paraje elegido, resulta familiar y, al mismo
tiempo, distinto y nuevo por los jirones de nubes bajas que se deshilachaban
desde el pinar y bajan rasgándose por el Altillo Redondo hasta la linde con
Tordelloso y el alto de la Muela. Los parajes son los de siempre, pero el clima
y la luz los dibujan contra un fondo distinto, son los milagros de los días de
caza: convertir lo de siempre en algo diferente cada vez.
Lo cierto es que me daba igual el
puesto que me dieran en la mano pero, como de costumbre, cada uno adelantó su
ruta:
-
Yo me voy por abajo -dijo el Tomasín- que no veas la
semana que he tenido y lo cansado que estoy.
-
Yo iré a media ladera –dijo el Choti.
Y como éramos tres, yo dije que
me cogería la mano alta, y lo dije con la misma resolución irrevocable que si
fuera una decisión personal, siendo, como era, la única posibilidad que me
dejaron. El humor siempre es bueno y, por otro lado, la caza es tan aleatoria y
caprichos que nunca se puede decir de una mano que sea mala.
Tardé cinco minutos en ponerme en
el alto. Entre los calveros y la última fila de pinos de lo de Romanillos.
Desde allí veía avanzar a mis compañeros. No era previsible que nada surgiera
de aquellas ondulaciones yermas del alto, como no fuera alguna liebre que
estuviera esperando en las lomas altas el calor de los primeros rayos de sol,
si es que salía.
Pero no fue liebre lo primero que
vi, sino un grupo de seteros que serpenteaban el pinar a tal velocidad que en
lugar de las estáticas setas parecía que corrían tras algún bando de perdices
buscándoles el tiro. Como si fueran a cambiarles de sitio los níscalos. Oye qué
codicia. Y pensé que era lo normal, que así somos todos, que, seguramente, esa
es la naturaleza de los humanos.
Espantada por los recolectores
salió una torcaz en los demonios y, por si acaso, le solté el izquierdo, no
fuera a ser que no tuviera otra oportunidad de tirar en el día. Pegó un envite
hacia arriba y luego un par de sesgos, dejando una pluma remera que fue bajando
al suelo lentamente como un recuerdo de su paso.
Cuando asomaron por los bajos del
Altillo Redondo, el Tomasín disparó súbitamente. Serían perdices que andaban
por los bajíos, cerca de los rastrojos. Pero no le vi intención de cobrar y sí
de seguir avanzando deprisa hacia el barranco. Era el que nos separaba del
puntal que, dejando a la izquierda la mole de la Muela, nos llevaba a la linde
Tordelloso. Apuré el paso para cerrar el paso de las perdices por el alto, si
es que lo intentaban, pero no hubo más tiros. Tampoco yo tuve a la vista perdiz
alguna que cortar. Tediosa aquella mano, como siempre.
Al llegar a las tablillas el
Tomasín y el Choti dijeron que tres o cuatro habían cruzado al imponente cerro
de la Muela. Temí por un momento que me cambiaran de mano y me metieran a la
alta pero, picados por las perdices o apiadados de mis años, me dijeron que
continuara por la mano baja. El Tomasín se encaminó lentamente al alto y el
Choti continuó a media ladera.
Ya habíamos casi rodeado el
cerro. Por la parte baja hacía yo mis esfuerzos por rebasar una tras otra las
múltiples chorreras escavadas por el agua, profundas y pobladas de retamas.
Abajo había otro tío cogiendo setas. Y, justo entonces, cuarenta metros por
debajo de mí, chilla la Fary y surge una liebre entre las retamas y enhebra
hacia abajo. Sólo le suelto el primer tiro, se trompica, pero la perra la lleva
en los hocicos y no tiro el segundo por no herir a la Fary y porque el tío de
las setas me hizo ser prudente.
-
Cógela –le grito a la perra.
-
Va pegada- dice el Choti desde arriba.
Pero lo cierto es que la liebre,
tras hacer unos extraños, se pierde de nuevo entre las jaras de las chorreras
excavadas en la falda del monte por la erosión. La perra abandona el rastro y
yo pienso que se me ha ido, porque la liebre es blanda de morir y, como decía
el Colás, es un animalito mu sanguino y en cuantito le tropieza un perdigón se
desangra.
-
Va pegada –insiste el Choti.
Pero entonces se escuchan tres
escopetazos de la repetidora del Tomasín y una perdiz, que baja de lo alto como
un misil, se le mete encima al Choti. La veo bajar y le aviso, pero nada, se la
traga aunque le suelta los dos tiros.
Terminamos de dar la vuelta a la
muela, ellos casi por arriba y yo más bien bajo. Van rápidos en la creencia de
que va a saltarles alguna otra perdiz. Yo voy por un trozo de la ladera casi
limpio. Camino deprisa pero un tanto indiferente porque allí no es fácil que se
queden las patirrojas. La Fary, que no me abandona ni a sol ni a sombra, se
pica por debajo de donde yo voy. Habrá pasado alguna apeonando, me digo.
Pero es entonces cuando, en lo
más limpio, a unos treinta metros, sesgando de arriba abajo, una rabona como un
zorro se desencama, se echa las orejas al lomo, acelera la carrera como un
torpedo de pelo y se me cruza limpiamente sesgando mi camino hacia adelante. Ni
siquiera me altero y, mientras sigo la limpia trayectoria con los cañones,
vuelvo a recordar al Colás: “Mírala, Sarvi, mírala. Si va diciendo: Sarvi,
mátame.” Le tomo limpiamente los puntos y suelto el tiro en el momento justo.
Da una voltereta por el efecto de la bajada y queda yerta. Ni un segundo tarda
la Fari en morderla ávidamente.
Bueno, al menos no me voy de
bolo. Aunque la liebre ha sido de las que uno sueña que le salgan, atravesada y
en todo lo limpio. ¡Cuándo me veré en otra!
Damos otra vuelta a la Muela. No
vemos nada. El Tomasín está mosca porque se le fue la perdiz a cascaporro. Al
terminar la vuelta le salta otra al Choti inesperadamente, cuando dábamos por
terminada la mano, pero se le va hacia atrás y la marra. Les digo donde se ha
dado pero sólo el Choti está por ir a por ella. Vamos pero no salta.
Seguramente nos ha burlado ladera arriba.
Se han hecho las 11 y media y
noto que están deseando acabar e ir a los coches. Volvemos bordeando un campo
de girasoles por debajo del Altillo Redondo. Yo me voy por arriba por si se ha
quedado alguna en los aliagares.
A trescientos metros salta una
perdiz que se larga más allá de donde están los coches. El Tomasín y el Choti
me vocean.
- Llégate al
coche y deja la liebre. Tira ladera adelante a por la perdiz y nosotros te
esperamos en la taina Vernete con los coches, allí te recogemos.
Espoleado por la posibilidad de
poder tirar a la perdiz, cruzo en un plis plas el barranco que nos separa de
los coches, dejo la liebre y enfilo a toda velocidad por la ladera que finaliza
en el camino de la taina.
La Fary, contagiada de mi
excitación, va rápida, a mi paso, veinte metros más abajo por la ladera. Cuando
llevamos cuatrocientos metros de ladera comienza a picarse, deduzco que la
perdiz efectivamente se ha dado por allí y, según avanzo, mis ojos miran en
todas direcciones. Doscientos metros más adelante, a punto de llegar a la
taina, la perdiz salta lejos por la parte más alta de la ladera. Pero me pilla
listo, le tomo los puntos, tiro de la mano y la veo caer. La perra no tarde
cinco segundos en cobrarla. ¡Coño, todavía no se me ha olvidado tirar a las
perdices en Atienza!
Al minuto llegan con los coches y
yo les recibo tan contento con la perdiz en la mano.
2 comentarios:
siempre me quedo sin palabras en estos relatos de caza. Hay algo atávico y lejano que me hace adivinar la emoción y el bienestar de las endorfinas al caminar por la naturaleza y encontrar la propia comida. Y eso.
Pero no sé. Los cazadores me dan miedo. cuando voy por el bosque en mi aldea y oigo tiros los domingos, me sube por la espalda un escalofrío y de pronto me siento liebre, perdiz... y el hombre un depredador poderoso del que huír.
(Hace un par de años un cazador le pegó un tiro a un recogedor de setas, creyò que era un jabalí -dicen-)
Comprendo tu perplejidad, Zeltia.
Y me imagino la figura que aparece, no sólo en tu mente, sino en la de muchas personas, cuando piensan en un cazador.
Hay muchas modalidades de caza y muchos tipos de cazadores. Como es difícil explicar en pocas palabras mi criterio, acepto de antemano cualquier cosa desagradable o cualquier imagen cruel que pueda pensarse o tenerse sobre este asunto.
Es el sino de los que nos dedicamos a algunas actividades legales, pero controvertidas.
Saludos.
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