Y así caminaban los dos, disfrutando de un diálogo
pausado que, en la ciudad, era ya difícil mantener pues, como todo el mundo
sabe, los ciudadanos andaban de continuo irritados con los políticos, asustados
por la crisis, desorientados por los jueces, entontecidos por los periodistas, empobrecidos
por el paro, estresados por los horarios, acojonados por el tráfico y, en
cierto modo, mentalmente capados, o incapacitados, para otra cosa que no fuera quejarse
en privado, seguir la liga de fútbol y navegar por Internet.
Los dos caminaron por la ciudad un buen rato. MP solía hacer comentarios ácidos, cuando no profería espontáneas invectivas contra todo cuando le irritaba y Serafín, lejos de criticar al momentáneo mecenas de su renunciación, procuraba entender las razones de su justa ira pues, la renunciación, no le obligaba a la privación intelectual de cuantos pensamientos le suscitaran las palabras ni viceversa.
Los dos caminaron por la ciudad un buen rato. MP solía hacer comentarios ácidos, cuando no profería espontáneas invectivas contra todo cuando le irritaba y Serafín, lejos de criticar al momentáneo mecenas de su renunciación, procuraba entender las razones de su justa ira pues, la renunciación, no le obligaba a la privación intelectual de cuantos pensamientos le suscitaran las palabras ni viceversa.
- Pero mire, Serafín, el agua,
que debiera regar los jardines, vertida en el asfalto por la incuria de
aquellos que debieran manejar los surtidores adecuadamente. ¿Se puede permitir
tanta incompetencia? Pero, ¿es que hay derecho a esto?
- No señor, no lo creo. Ya es un
lujo dedicar hoy el agua potable a regar los céspedes. Mas mucha más razón le asiste,
don Macario, porque, por añadidura, dejar que los chorritos vuelquen
directamente en el cálido asfalto no
parece acción de recibo.
- Y luego nos negamos,
insolidariamente, a que se trasvase el excedente de nuestras cuencas a hermanas
vecindades.
- Ah, pero, ¿es que nos negamos?
- No ha habido redaños hasta
ahora para hacerlo abiertamente pero, ya sabe usted, cuando los políticos
empiezan a escarbar… Que si hay que poner límite a esto, que si hay que
establecer un canon… ¡Pura envidia, envidia de la riqueza que otros son capaces
de crear con lo que, como está usted viendo, nosotros dilapidamos alcantarilla
abajo! ¡Pero así somos, Serafín, codiciosos y cicateros!
- ¿Y dónde van las aguas de los
trasvases?
- ¡Dónde quiere que vayan! A
apagar la sed de hombres y tierras, a llenar los desiertos de hermosos
naranjales, a hacer de los yermos espléndidas huertas de feraces cultivos, a
aplacar los rigores que el sol…
- Dicen que en esas zonas llega a
perderse gran parte del agua que les llega, sin que nadie sepa su destino. Y
dicen que, gran parte, la dedican a regar campos de golf y a mantener el
suministro a muchas urbanizaciones con piscinas en cada chalet. Y dicen que,
gracias al agua de esta zona, está teniendo un gran auge allí el turismo. Y
dicen que se especula con los suelos y que la corrupción es grande porque…
- No haga usted caso de los
bulos, dilecto Serafín, pues, si todo lo que dicen fuera cierto, no tendrían agua
bastante con la del Misisipí-Misuri. Todo eso son infundíos, ganas de malmeter,
envidias hacia el que es competente y sabe cómo crear riqueza. No lo dude, es
todo un mezcla de celos, dentera, envidias y filibusterismo informativo.
- No, si yo, con esto mío de la
renunciación, como si les desvían el río entero. Como usted comprenderá, no priman
en mí intereses personales. Sin embargo, al enterarme de que todos esos
garrulos de la ribera del Tajo, sobre ser lo que son, sean además codiciosos y
cicateros, ¿qué quiere usted, don Macario? Se me hace duro de entender.
- Amigo mío, el mundo está lleno
de contradicciones. No ha oído usted decir que en cuanto más se bajan los
impuestos más se recauda. Pues se explica porque, animados los empresarios por
lo bajo de los costes, más fácilmente montan empresas y las llevan al auge, más
fácilmente contratan y despiden, y más ágilmente funciona la pesada, pero
imprescindible, máquina de la economía.
- Sí, pero, supongo yo, por la
misma razón, que en cuanto más se bajaran los precios de los pisos y de los
coches, por poner un ejemplo, más se venderían, y en mayor número podrían
fabricarse, y más trabajo habría.
- Son cosas que poco o, más bien,
nada tienen que ver, señor mío. Los impuestos los marca el Estado que, bajo
ningún concepto, tiene por fin el enriquecimiento y el lucro, y los precios de
los bienes ha de ponerlos el mercado bajo las premisas de obtener unos
beneficios razonables y, así, los impuestos deben de bajar y los precios deben
de incrementarse razonablemente pues sólo las ganancias de los hombres de
empresa hacen viable el mundo.
- Pero, ¿no es de los impuestos
de donde se pagan los gastos sociales?
- Gastos sociales son los que le
sobran a una economía boyante. Eso genera sólo paniaguados. El centro de todo
es la empresa y los empresarios. Ellos hacen que el mundo gire sobre su eje. No
lo olvide, caballero.
- Le parecerá raro pero, hasta
hace poco, yo fui uno de ellos.
- ¿Un paniaguado?
- No señor, un empresario.
MP miró incrédulo al renunciador
vocacional y pensó que la locura de aquel ser ridículo le hacía también tener
delirios. Pero, como apreciaba sus dotes de dúctil conversador, le dijo:
- En ese caso, me extraña que no
tenga usted grabados a fuego estos principios elementales y rectores del mundo.
Y, tal vez, eso explica que se haya usted visto como está. Con perdón, quiero
decir sin empresa y víctima de la mayor carencia de todas las cosas –dijo MP
para, sin perder fluidez, adornarse con el circunloquio y no decir en la puta
miseria.
- Pues no señor, se equivoca
usted, que mi empresa sigue boyante o, al menos, así la dejé cuando, tras la
muerte de mi querida esposa, renuncié a ella. Pues era la opulencia proporcionada
por mi empresa obstáculo principal para mi vocación a la renuncia. No obstante,
la dejé en manos de mi gerente, persona hábil que la gobernará con pulso firme.
- Sí, sí, no me cabe la menor
duda –dijo MP siguiéndole la corriente- Y, ¿dónde dice usted que vive?
- En La Gavina.
- Pero, qué me dice, ¿en la
urbanización La Gabina de Doña Guiomar, la que está junto a Soto Luengo Moradas,
la de cada parcela a un millón de euros? –dijo MP incrédulo.
- No, hombre, en La Gavina de
Polvoranca, en la fonda del tío Simancas. Aunque las noches de lluvia duermo en
el corral del Mondacimas, dentro de mi coche –puntualizó Serafín con una
sonrisa que hacía juego con su nombre.
MP, ya crédulo, pensó en lo bien
que le venía a su interlocutor el nombre, pues mucho mejor que Ángel Caído
sonaba Serafín Tirado. Pero, recobrando su entereza habitual, le dijo:
- Bueno, bueno, nos despediremos
aquí porque, viviendo en tales andurriales, no esperará que le acompañe.
- Ni por pienso, don Macario.
Y se marcharon cada uno por su
lado.
6 comentarios:
Me encantan los diálogos de tus personajes.
muy hábil la confrontación :)
Gracias, Isidro.
Y disculpa por lo poco activo que estoy en el blog, pero, a veces, uno tiene la cabeza en otras cosas.
Saludos.
Gracias, Zeltia, por seguir viniendo por aquí.
Escribo poco últimamente porque ando en otras cosas.
Saludos.
No hay nada que disculpar, Soros, todo lo contrario. Es un autentico lujo poder disfrutar de tus relatos.
Gracias, Isidro.
A ver si el tiempo que viene me es más propicio para escribir.
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