
Fue en el área de los licores, donde se dio cuenta de que prácticamente la tenía encima, como si ella esperase una reacción de su parte, unas palabras o, tal vez, le estuviera dando pie para que concertasen una cita.
Se volvió de improviso hacia ella y le dijo con una sonrisa desenvuelta y, por supuesto, más que amable:
-Por favor, ¿sabes si podría conseguir alguna caja de cartón para llevarme unas botellas? –la tuteó confianzudamente, con solvencia, nivelando la diferencia de edad.
Ella, le miró tranquila y contestó devolviendo la sonrisa:
-Si quieres acompañarme. Tenemos siempre algunas dentro, en la sección de almacén.
Aquello funcionaba. Él la siguió tranquilo, pensando que en la zona de almacén, fuera de la vista de la gente, alguna cosa le diría a aquella belleza jara, si es que ella no se la decía a él antes. La seguía un par de pasos detrás, sin poder retirar la mirada de sus caderas, sus nalgas y sus piernas. Ella sacó un pequeño walkie talkie y sólo dijo, fríamente:
-Marro para un 45.
Se dijo que seguramente, en clave, justificaba la ausencia que pensaba dedicarle en el almacén, a él, a él en exclusiva. No le cabía duda, estaba entregada o él ya no entendía de mujeres. Y se relamía por dentro ante las hechuras de la dama, a la que imaginaba sin aquella seria ropa. Bueno, a decir verdad, la imaginaba sin ninguna.
Apenas entraron en la zona restringida, dos guardias de seguridad, que aparecieron por detrás, le cogieron uno de cada brazo, casi en volandas, le metieron en una habitación vacía y en un santiamén le dejaron en ropa interior. Tras cachearlo en menos que se presigna un cura loco, uno de ellos inmediatamente salió fuera:
-Estaba limpio. Pese a las ropas amplias, no llevaba nada.
La hermosa pelirroja volvió a su trabajo y dejó que los guardias le hicieran los cargos, a costa de la sagrada seguridad, a aquel abuelo presumido y seductor. Él, sobrecogido, estornudó dos veces mientras se subía los pantalones.