27 julio 2007

Los privilegiados.


Alguien, no se sabe instigado por quien o quizás por voluntad propia, ha conseguido que sea secuestrada una revista en España por un dibujo satírico sobre los príncipes de Asturias. Es la revista El Jueves, a la que pertenece la viñeta de la parte superior. La medida parece un poco antigua, inusual, más propia de la dictadura y, sobre todo, de una legalidad dudosa en un país con libertad de expresión. Pero parece que la casa real española tiene un estatus especial, no sólo ante la prensa sino también ante la democracia y sus instituciones. Ese estatus especial sirve para que estas cosas sean legales hasta en una democracia. Resulta extraño que un conjunto de personas que viven del erario público y que, curiosamente, no son elegidas democráticamente, tengan estos privilegios y se consideren exentas de la crítica, de la ironía y de la sátira. Nada nos puede extrañar que los obispos, por ejemplo, que tampoco son elegidos por nadie, pero que se reclaman representantes de Dios en la tierra, reclamen privilegios semejantes y aún mayores y les digan, a los españoles todos, lo que es el bien y el mal y cuál es el verdadero camino, al margen de lo que las leyes, democráticamente promulgadas, digan. Pero claro, si la realeza está legitimada por la herencia, que pasa privilegios de padres a hijos o a hijas (en un futuro), cómo no va a estar legitimada la iglesia, cuya legitimidad procede del legado divino, para sentirse exenta de las normas democráticas. Puestos en este punto las religiones, cualquiera de ellas, son mucho más importantes y trascendentes por su tradición y por su número de practicantes que una simple casa real restaurada, en este caso, por un dictador. Si se secuestra una revista por un dibujo satírico en el que aparecen personas de la casa real dando al asunto tintes delictivos, como no va a constituir un grave conflicto internacional y un delito de magnitud infinitamente mayor la publicación de unas viñetas satíricas alusivas al profeta del Islam. Seamos justos, de ser justificable lo primero, mucho más justificable es lo segundo. Esto no es serio ni razonable.

26 julio 2007

El castillo del tío Robisco.


Cuando yo era pequeño, mi tío Robisco era para mí el ogro de las siete cavernas. Corpulento, de aspecto severo, cejas pobladas, carácter fuerte y carente de paciencia y de la más mínima psicología infantil, su sola presencia era sentida por mí como una amenaza inminente. Obviamente, jamás se llevó bien con los niños, todos le parecíamos impertinentes, desobedientes y maleducados. Sus regañinas eran mucho más temibles que un par de bofetadas. La mejor táctica con él era evitar su presencia y huir con tiempo cuando su aparición se barruntaba. Si no eras avispado podías verte ayudándole a hacer trabajos desagradables y pesados una tarde entera, y, lo que era más duro, sin posibilidad de desobedecer ni protestar y muchísimo menos de escabullirte.

Un día viajando en coche con mis padres, mis hermanas y yo vimos a lo lejos las ruinas de un castillo.

-¡Papá, papá, fíjate, un castillo!
-¿Sabéis la historia de ese castillo?, dijo muy padre muy serio.
-No, ¿cuál es? ¿De quién era?
Mi padre con mucho misterio y ceremonia, poniendo una voz especial como para revelarnos un gran secreto, nos dijo:
-Ese castillo, hijos míos, era de los moros y lo fue durante muchísimos años. Sin embargo, un buen día, hace algún tiempo, acertó a pasar por aquí vuestro tío Robisco y al verlos tan campantes por el castillo, no lo pudo resistir, sintió la sangre hervir de furia, y diciendo: ¡Ahhhh rediós, malditos moros, vais a ver lo que es bueno!, se acercó hacia ellos con una estaca y los ojos inyectados de sangre, comenzó a subir por la ladera del castillo y, éste quiero, éste no quiero, acabó a estacazos con los desprevenidos y aterrorizados árabes que, de ninguna manera, se esperaban tal ataque. Además, no conforme con lo que les hizo, dejó el castillo hecho una pena. Ahí tenéis, hijos míos, lo que el tío dejó de él.
Todos los niños quedamos impresionados. Ninguno de nosotros dudó un momento de la veracidad de la historia. ¡Menudo era el tío Robisco! Yo, imaginándome en la piel de los pobres moros, temblaba ante la sola idea de ver avanzar hacia mí nada menos que al tío Robisco, con todo su mal genio desatado, sus pobladas cejas, su voz imperiosa y, además, con una estaca... Nada peor podría haberles ocurrido a los pobres sarracenos. ¡Qué mala suerte tuvieron! Después de conocer estos hechos no me resultó extraño que huyesen de España todos, como decía el profe de historia, seguramente a consecuencia del pánico que la acción de mi tío, llevada de boca en boca, causó en sus filas. Nada peor podía haberles ocurrido. También fue mala fortuna que mi tío pasara por allí. Podía haber sido otro, pero no, tuvo que ser el tío Robisco, pobres moros, pobrecillos…
Desde aquel día siempre que pasábamos por allí, fuésemos con quien fuésemos, siempre decíamos:
-Mira, el castillo del tío Robisco.
-¿Qué dicen estos niños?, decía mi tío muy mosca.

Iberia


Si aspiramos a convertir Europa en la unidad, a todos los efectos, de todos los países que la integran, la idea de Saramago de unir solamente Portugal y España queda un poco pobre y corta, casi infantil e ingenua. Sin embargo, cuántas iras ha provocado. ¿Estamos preparados para salir de nuestras mentalidades nacionalistas y aspirar a algo mejor?

18 julio 2007

Inmigrantes


“Ante el hambre de las gentes, no se pueden poner puertas al campo. A nadie se le puede prohibir migrar a otro país para evitar el hambre, mi deseo sería que ninguna persona tuviera que emigrar de su país para no morir de hambre…”. Son estas las fatuas palabras que estamos acostumbrados a oír de nuestros inteligentes políticos ante una realidad que no saben afrontar. El hambre existe. Pero no son los hambrientos los que llegan. Esos, desgraciadamente, mueren sin posibilidad de llegar a ninguna parte.
Sin embargo, yo creo que los inmigrantes que llegan aquí no vienen porque en sus países se mueran de hambre, no vienen porque allá no tengan qué comer. Vienen en pos de la nueva religión, de una religión desconocida antes para ellos, de una religión que la televisión universal y el mundo actual, tan ansiosa y obsesivamente globalizado por occidente, esparce. Vienen guiados por la nueva religión del consumismo. Por un simple: Yo quiero ser igual que vosotros, vivir igual que vosotros, tener lo que vosotros tenéis. Si es cierta vuestra democracia y todos somos iguales, ya no me podéis privar del pastel por ser mujer, por ser negro, por ser musulmán, por ser asiático, por ser hindú, por ser pobre, por ser homosexual, por ser inculto, por ser… distinto. Veremos hasta donde aguanta vuestro privilegiado mundo. Ese mundo que os habéis inventado desde vuestra pretendida supremacía. Ese mundo que, por ciegos que queráis ser, está funcionando con una opulencia que de alguna parte ha de venir y que está por ver si puede servirnos a todos sin reventar y llevarnos por delante. Los inmigrantes queremos vivir como vosotros, somos conversos de la nueva religión, de vuestra religión. El hambre hace años que aprendimos a matarla. Ahora queremos probar la veracidad de vuestros principios. Ver si vuestro sagrado sistema funciona.

17 julio 2007

Es agotador ser fabuloso.


She is right. Vicky Beckham tiene razón. Ser un ejemplo a seguir nunca ha sido fácil. Liderar parte del mundo postmoderno, tampoco. Vestir correcta pero discretamente, tener lo necesario, vivir con lo imprescindible, evitar lo superfluo, huir del escándalo, velar por enfermos e infantes, proteger a débiles y desvalidos, huir del sensacionalismo vano, luchar por la justicia planetaria, enfrentarse abiertamente a la vacuidad intelectual, encarnar la eficiencia de la economía reparadora de males con modestia, velar por la familia propia y extraña, vivir, en fin, por y para los demás y con la mirada puesta en el noble ideal del desarrollo sostenible de este mundo y de sus ecosistemas, pendiente siempre de los grandes problemas de la humanidad y de los retos filosóficos de la existencia… es, no hay otra palabra, agotador. No me gusta exagerar. Yes, Vicky, yes, oh yes! Sorry que te diga.

14 julio 2007

La taberna


En el único bar-taberna-tienda de la pequeña localidad han comido hoy más de veinte personas. Es ya la hora de la siesta y sólo quedan en la tasca algunos del pueblo, que están de permiso, unos viejos que juegan a las cartas y un grupo de cuatro excursionistas mayores que se desplazan a pie. Todos están refugiados en la sombra y disfrutan del frescor que el viejo local, de gruesas paredes, proporciona. Fuera el sol te abrasa los ojos como la chispa de una autógena. Allá, en el rincón más apartado del bar hay otro forastero que escribe y escribe sin levantar la cabeza. El escribano es como un niño aplicado que hace sus deberes con toda dedicación. El olor a café inunda el local sofocando con su personalidad morena, cálida e intensa los olores de las especias y de los otros productos que allí se venden. El humo del tabaco se esparce por doquier.
Los cuatro caminantes mayores toman café y copas de coñá. Uno de ellos habla a voces y hace imitaciones. Los otros, a veces, se ríen con él. Él de las imitaciones parece incansable y una de las veces se hace el borracho, con tan buen tino y contundencia que el escribano, sorprendido, levanta la cabeza de sus papeles y le mira asombrado sin creerse del todo que no lo esté.
- Voy a echarme la siesta-, dice el más viejo de ellos, un hombre delgado y menudo con el pelo blanco y que viste de un modo casi impecable para ser un excursionista.
- Ya me la echaría yo, ya... pero con alguna de esas extranjeras que andan por aquí en este tiempo...-, contestó el más gordo de los cuatro, animado sin duda por la bravura del coñá.
- ¿Qué tienen de malo las nacionales?-, dijo el de las imitaciones.
- No me digáis que con la jupa que llevamos tenéis ganas de cachondeo. Lo que es yo, creo que me dormiría en cuanto cayera en una cama.-, aseguró el cuarto hombre, que llevaba una boina grande, de esas como las que usan algunos vascos.
- Pues, chico, yo, como dicen en mi pueblo: "Borrico cansao, borrico empalmao". ¿Verdá, abuelo?-, dijo el de las imitaciones dirigiéndose a un viejo de más de ochenta años que, más que ver la partida, dormitaba en una silla medio observando a los jugadores.
- ¿Cómo dice usté?
- ¡Que digo yo, abuelo, que dicen en mi pueblo que "borrico cansao, borrico empalmao"!-, repitió a voces el imitador.
- Ya lo creo, hombre, ¡qué conocimiento tienen en su pueblo de usté! ¡No hay verdá más grande bajo el manto del universo!
- Lo veis, como el abuelo me da la razón. A que usté todavía funciona, abuelo. ¡Seguro que sí!
- ¿Cómo dice?
- ¿Qué si aún se le empina a usté?
- Sí señor, ya lo creo, como que, sin ánimo de presumir, me la meneo todas las noches.
- No joda usté, abuelo, y ¿qué?, ¿le viene?
- ¡Qué hostias me va a venir… pero me canso y me duermo!
Los de la partida, que hasta ese momento parecían en otro mundo, soltaron una carcajada. Como parecía que la cosa se animaba, el imitador, aunque algo chamuscado por el desparpajo burlón del abuelo, invitó a los presentes a una ronda.
- De todos modos -, terció uno de la partida. - Hemos nacido algo tarde, porque en nuestros tiempos para tentar un poco a una tía había que echar instancia.
- Y eso yendo por lo derecho, en plan formal, con un par de años de noviazgo y no hacías na...
- Hoy en día se vive de otro modo, tú mismo, tú has sido pastor, ¿qué hacías tu de joven?
- Pues poca cosa... - Dijo el aludido, un hombre tan nervudo y viejo que parecía de madera.
- No me digan que ustedes de jóvenes no lo han pasado bien ahí en el río, más de una habrá caído en la chopera esa -, intervino el imitador.
- En esa chopera lo que me llevé yo una vez fue una hostia de campeonato por intentar pasarme un poco con la que hoy es mi mujer y, como yo, casi todos estos aunque no lo digan.
- Pero, hombre, no me puedo creer que ustedes no disfrutaran en su juventud... -, insistía el imitador.
- Dígaselo usté al pastor, que ese ha sío fino pa las mujeres...
- Mia, dijo el pastor, no se hacía na…, mas que de vez en cuando s'acercaba alguna un poco valiente por donde andabas y le arreabas cuatro pichurretazos en to el papazo, pero sin malicia, hombre, no como ahora, que es que no hay vergüenza ¡Dónde vais a comparar…!
- Eso que yo ahora vengo muchos días de dar una vuelta y me tengo que esgolver. Vas por donde el río y te encuentras de cada pareja, de cada cuadro... Yo no lo aguanto, me inrito de una manera que me tengo que esgover pal pueblo, os lo juro.
- Y toa la culpa la tienen ellas, que es lo que yo digo. Pero como están desiando, pues eso...
- Si es que las tías son de lo más malo que hay, os lo digo de verdá - dijo el pastor- Ahora, eso sí, como se encaprichen de ti, son tontuzas, pero tontuzas perdías. Ya os acordaréis cuando me pilló a mí la guardia civil con la Patri, que andaban los guardias viendo lo del robo de los corderos por las tainas y se llegaron a lo mío. Estaba yo con la Patri dentro y tan a tiempo va el cabo y da una voz desde fuera. Salgo yo disimulando y pensando que la otra se quedaría dentro calladita. Pues nada, que va la tía y, según estoy hablando con el cabo, sale, vestía eso sí, pero con las bragas en la mano como quien lleva el periódico... Hubo cachondeo hasta que los nietos de la Patri fueron a la mili...
La tarde fue pasando y se descubrió que en el pequeño pueblo había materia para hablar y no fueron precisamente los turistas los que más contaron.

03 julio 2007

El herrador.


El herrador era un hombre enamorado del paisaje. Un silencioso. Era un contemplador nato que, sin embargo, no tenía conversación para esas cosas. Lo guardaba todo para sí. Ni hablaba ni saludaba de más y sus penas vertían siempre hacia dentro.
- Me senté en una piedra frente a la encrucijada, a recrearme. Encendí un cigarro y me acordé de los caminos y pensé en mis viejas idas y venidas por ellos. ¡Pero, hostias, si hace cuatro días!, me dije. Mi vida fue tan intensa y feliz como el minuto corto o largo que me duró el cigarro. Sí. Estaba recreándome. Esa era la palabra. (Yo no sabía escribir ni decir estas cosas, pero alguien bajo la boina me las dictaba con mucho cariño, me las decía al oído, y no se equivocaba quien lo hacía. En efecto, estaba recreándome.)
Nació en un tiempo en que los hombres desconocían la tierra que les rodeaba más allá de donde les llegaba la vista. Él fue de los pocos que fue más allá. Toda su vida fue viaje, nunca quieto. No paró nunca quieto, no. Y tuvo amigos, pues para vivir así se necesitan, y son gente que en parte le quiere a uno, en parte le compadece y, sobre todo, le envidia, pues son pocos los que, con nada, se atreven a viajar tanto.
Vivió, toda su vida, en la misma villa que le vio nacer. Toda su vida no, las mentiras no valen, pues no murió en ella, que el destino le tenía reservada la mortaja en un lugar extraño y frío al que siempre que había ido lo fue para sufrir…
Tenía grabadas en su memoria las viejas intersecciones de los vetustos caminos castellanos que llevaban, desde su villa y por derecho, a Sigüenza, a Medinaceli, a Berlanga, a Almazán, y a las más cercanas Hiendelaencina, Prádena, Madrigal, Cinco Villas, Tordelrábano, Alcolea de las Peñas, Paredes, Cardeñosa, Riofrío, Somolinos, Campisábalos, Villacadima, Albendiego, Condemios de Arriba y de Abajo, Galve de Sorbe, La Miñosa, Naharros, Robledo de Corpes… Palabras bonitas, o mejor, hermosas, de villas viejas que antes estaban pobladas y que ahora lo mejor que tienen es el sonido bellísimo de sus nombres, que no es poco. Vano legado que hoy ya no le sirve a nadie. Sin embargo, todos estos nombres eran para él los cinco continentes, los cuatro puntos cardinales, el sol y la luna y las estrellas, su geografía universal de arriero viejo y experto, imbatible en el oficio humano del regateo, del gesto, de la media mentira o de la verdad entera. Iguales ambas porque nadie fiaba de la una ni de la otra. De hecho, posiblemente el último arriero, herrador y tratante de su villa. Se fue callado, como vivió, por la inesperada variante del camino que eligió su último destino. Adiós, amigo. Al fin quieto.

02 julio 2007

La peregrina Leonor.

Pueden contarse muchas historias del camino. Unas son ciertas, otras no, otras a medias... y otras son a gusto del consumidor, que al fin y al cabo tanto da. ¿Quién deslinda verdad y mentira? ¿Quién separa los olores del monte? Las mentiras son cosas que no fueron pero que pudieron ser y las verdades son cosas que fueron pero que pudieron no haber sido. Por tanto la diferencia, bien mirada, no es tanta.
Leonor Utiel Zurita hizo el camino en un mes de Julio. Lo hizo sola. Leonor, persona de tranquilo caminar, a fuerza de no tener prisa, terminaba llegando a todas partes. En algunos lugares Leonor se detenía y charlaba con quien le daba conversación o se callaba, según los casos. Lo segundo lo hacía mayormente cuando le miraban con desconfianza. Hay miradas peores que un tortazo, a fuer de impertinentes. Hay gente que tiene el derecho de pernada en la mirada y no se da cuenta que mirar con ese descaro es menos educado que pederse en público, por censurable que esto sea. Pero la gente que mira así ya no se corrige, tienen ese mirar del mismo modo que el que tiene los ojos azules o como el que es calvo o como el que nace barrigón que dicen en los pueblos que que ni los fajen de pequeños.
Bueno pues a Leonor le miraban. A Leonor entonces se le ponía cara de mala leche. Adela y Juan casi no habían reparado en ella. La habían visto en algunos parajes y en algunos pueblos. Educada siempre: ¡Buen camino! ¡Buen camino!.
Estando en un pueblo castellano, Adela, dando un codazo al distraído de Juan, le dijo:
- Mira, es Leonor.
- ¿Dónde?, dijo Juan mirando a todas partes.
- Delante de nosotros, y no hables tan alto.
Eran casi las 10 de la noche, ya habían cenado y se iban a marchar a dormir a su refugio. Juan seguía mirando, pero no localizaba a Leonor. Adela notando su torpeza dijo:
- La que está con ese tío con pinta de camionero de ruta, la de la minifalda.
- ¡Qué va!, dijo Juan.
- ¿Estás tonto?, replicó Adela, acostumbrada a ver cuando mira.
- Pero si esa tía tiene una pinta de "pilingui" que no puede con ella, dijo él con su discreción habitual.
- ¡Pues es ella!, sentenció Adela.
Poco a poco Juan fue reconstruyendo la cara de la peregrina Leonor. Primero le quitó el moño, después la pintura de los ojos, el maquillaje, el carmín, la minifalda (es un decir)... después le puso un chandal, el macuto a la espalda, un sombrero, el bordón... y ¡zas!, era verdad, pero si era Leonor.
No se sabe si Leonor notó o no la presencia de la pareja. A lo largo del camino continuaron frecuentándola (en el sentido más casto) como a los demás peregrinos de su hornada. Leonor era simpática y campechana. Algún peregrino solitario fue su compañero durante alguna etapa. Por la noche Leonor, mientras los peregrinos dormían extenuados, ella se financiaba el camino. ¡Señor, qué naturalezas! Eso es lo que se llama preparación o fitness como le dicen ahora los refinados del pilates y el spa.
- Leonor, ¿quieres tomar una copa con nosotros?, le dijo la pareja una noche en un pueblo de la montaña leonesa.
- Venga, dijo ella.
- ¿Qué te apetece?
- Jerez.
- ¿Fino La Ina, Fino Quinta...?
Leonor miró a Juan a los ojos y con la socarronería de quien, tras tantas jornadas del camino, se sabía descubierta pero no rechazada dijo:
- No, mejor Tío Pepe. A mí es que me van mucho los Pepes, no sé si lo habéis notado.
Leonor, gran profesional y peregrina, que, a diferencia de las amateurs que pueden encontrase, hizo el camino discretamente, sin dar el cante ni montar espectáculos, casi en silencio, despacio, de puntillas y trabajando a sus horas. El camino, se ha dicho más de una vez, es de todos. ¿O no?